Te hice caso y así fue que lancé un anzuelo por cada una de las diez cañas de pescar al río revuelto de la vida. Para asombro y sorpresa mía los peces no picaban. En el amor, sin cebo apetecible, terminas jugando al escondite, de igual modo que los peces de colores que bailoteaban río abajo y río arriba.
Para la pesca hay que tener mucha paciencia, yo la tuve, capturé varios pescados. Justo aquellos a los que en otro tiempo di de comer, los devolví al río y una sonrisa se dibujó en mi rostro. Con los ojos también se ríe, aunque mi nasa quedaba vacía.
El amor me condujo a otro escenario... cazando estaba con mi escopeta cargada y la canana rebosante de munición. Sin perro me fui creyendo que era muy hábil. Disparé con tan mala puntería que no pude presentar pieza alguna. Dos conejos se prestaron a acompañarme para no hacerme quedar mal, los perdí por el camino de vuelta, y una sonrisa se dibujó en mi rostro.
Viendo el éxito conseguido, me dispuse con mi carrito a adentrarme en el colosal mercadillo del amor, sito en la plaza de frutos y verdades. No pude por menos que abrir mis ojos como platos hondos de comer, ya que allí todos los puestos vendían deuda.
En mi afán de obtener mis diez pequeñas muestras de amor, no lo dudé y sacando las monedas que tenía en el bolso compré varias, pensando en el interés que me reportarían. Pero, ¡lo que son las cosas! en el momento más preciso y oportuno el viento se enroló llevándoselo todo. Los papeles arrastraron su miseria por el suelo, no corrí detrás de ellos y una sonrisa se dibujó en mi rostro.
Mirando al suelo iba por no tropezar cuando la fortuna me volvió a sonreír. Una moneda de oro llovida del cielo estaba en la palma de mi mano, con ella me fui corriendo a comprar el nuevo invento de hacerte invisible. No siendo corpóreo me resultaría fácil recoger las diez muestras de amor, podría incluso... Pero no hizo falta.
En unos minutos, en tan poco tiempo empezaron mis amigos a buscarme, mis enemigos me echaban de menos, se habían quedado sin maniquí para hacer trajes, mis presas lloraban.
Fue realmente increíble, tardé lo justo en volver, lo suficiente para escribir esta carta de amor.
Puedo decir que conseguí más de una decena, justo cuando no era nadie.
Luisa Serrano