O pienso mucho porque te hablo poco. El caso es que hablo poco y pienso mucho. No te gusta que hable poco, que te hable poco. Crees que no confío, no me abro. Tampoco te gusta que piense mucho, y me vienes con tus "nunca sé en qué estás pensando, no tengo ni idea de qué pasa por tu mente; me asusta, no me gusta." Yo siempre con mis "lo siento."
¡Vaya mentirosa! No lo siento, me hace(s) sentirme misteriosa. Me lo dices como quien bromea, pero sabes y sé que no bromeas. Y ahí, sí lo siento.Te hablo poco porque te pienso mucho, y cuando lo necesito, te hablo pensándote. Siempre acudo a ti. Y voy, figuradamente, a tu encuentro: me pase lo que me pase, me afecte lo que me afecte. Te pienso y te hablo, te cuento qué me preocupa, qué me asusta; qué ronda por mi cabeza.
El caso es que en cuanto voy, literalmente, a tu encuentro, sé que ya no tengo que hablarte, porque al encontrarme tú ya lo has entendido todo, ya lo has arreglado todo. Y entonces, te digo "me gustas" y tú pones cara de póquer. "¿A estas alturas? ¿Me vienes con esto a estas alturas?" intentas decirme con tu gesto sarcástico, pero yo sé que piensas "¡Cómo me gusta, y cómo me gusta que me lo diga!"
Te hablo poco pero te digo mucho. Te lo digo todo: tú lo entiendes todo. Te hablo poco y te pienso mucho.
Laura