A de araña, E de elefante, I de iglesia, O de oso, U de uva. Era la cantinela que se repetía todas las mañanas. Recuerdos muy hermosos que me trasladan a mis años dorados. ¡Qué felicidad suponía enseñar a los más pequeños! Sus ojitos preguntones y sus boquitas entreabiertas intentando repetir la letra, la palabra, o todo aquello que se les enseñaba. Con la lectura todos prestaban mucha atención. Pero, ¿qué decir de los números? era todo un espectáculo ver sus deditos cortos sin parar de contar; cuando no les faltaban, les sobraban, Me entraba tanta risa, que no podía ni hablar. A ellos les encantaba verme reír. Compartía tanto placer con ellos, que creía que todos eran hijos míos.
Nos despedíamos con un apretón de manos.
Asunción