... haciendo jirones en su vestidura blanca, delineando y entretejiendo letras dibujadas, garabateadas, trepando y descendiendo, medrando y languideciendo.
No me tientes, que sin embridar dejo las palabras desangrarse en su contenido, no todo es apariencia.
Lamento triste y amado escucho; afloja, cede y resuelto se concreta. Música y son que descarga tu tinta recorriendo ansiosa, y anhelante la finita plana herida ya de muerte.
Te ahogas en las palabras que tú amada mía sola compones.
Un instante, un minuto de silencio siquiera, para elevado el plumín punzante, pueda yo enmarcar tu distinguida sombra alargada, que a duras penas rastrea generosa el lumbral de esta plaza rectangular que se va estrechando al igual que una calleja.
¿Cómo entre mis dedos cariñosos y mimosos, cómo tú amada mía te muestras frágil, te detienes y fatigas?
La conjura y la traición caben, como caben amores y lealtades; así es que me dueles hasta la médula, y buscando busco y rebusco para ti las frases que me faltaron, por todos los bordes y cantos busqué, en el corto trayecto del milímetro a milímetro ese espacio oculto donde todas ellas escritas se hallan; calco negruzco que utilizado con maestría contornearía sus siluetas como un negativo, vestidas y arropadas sus figuras me mostrarían.
Mis manos ya están manchadas en el desgajo de tus entrañas; tinta de una sola pieza enseñoreándose ante mis ojos enamorados, que comenzaban a vislumbrar una historia hecha con harina de otro costal, y que llegado a mi molino a lomos de una quimera, no quise preguntar por el grano que portaba, bien he dicho que venia a lomos de mula vieja.
Rasgué, arañe y corté con tu punta afilada, sintiendo como otorgabas Alma de forma parcial y subjetiva.
Amada mía báilame un tango arrastrao, lo que se dice una línea; divídeme esta hoja en dos planos, como yo lo llamo, cielo y tierra, no pongas lágrimas negras, el papel ya está húmedo.
Te dejaré descansar de nuevo y de viejo no sin pedirte antes que dediques esta carta a una perla que duerme a los pies de una encina crecedera
Descansa; ahora descansa, como a quién hemos dedicado esta carta y no entendió nunca de estas cosas; mi perla duerme a estas horas a los pies de una encina crecedera.
Luisa Serrano