Para Martín
Cuando leas esta carta, mi joven inquieto, lo lamento, volverás a llorar.
No tiene ninguna importancia. Mis lágrimas, escasas ya, mojan el papel que estás leyendo. Los únicos que no lloran son los muertos o los necios. La vida, esa señora sorprendente e inesperada, a veces, nos escribe guiones que no hubiésemos querido interpretar. Olvídalo.
No merece la pena preocuparse por lo inevitable. Ahora tendrás que volar sin mi presencia a tu lado. Los sentimientos y las frases se agolpan en mi voz para decirte que te quiero, hijo mío. Mi amor se enreda en laberintos de palabras para decirte que te quiero, hijo mío. Tantas excusas para lamentar los abrazos y besos que se perdieron en el baúl de las intenciones que se dejaron para el día siguiente.
No tengas miedo. Deja de sufrir por quien ya no sufre. Alégrate por mí. Ese monstruo que me ha devorado todos estos meses ha dejado de torturarme. Alégrate por mí. Ha muerto entre las llamas del fuego que me devolvía la armonía y la libertad.
Creo que nuestros caminos se separan momentáneamente. Creo que el vuelo de tu vida será largo y hermoso. Creo que volveremos a encontrarnos un día lejano sin la lluvia obstinada que ahora anega nuestros ojos; sin la urgencia marcada por este reloj forzado a detenerse en una estación sin pasajeros. Creo que aun he de entregarte los abrazos y besos que te debo en un amanecer seguro y lejano. No tengas miedo. Vuela.
José Luis
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