Ya le hemos pagado al dios de las lágrimas su salario. No merece más. Ya nada le debemos. Te doy mi voz por última vez, aunque sea a través del papel, para decirte que no hay muerte posible que me impida quererte. No llores mi bien. Deja que el olvido corra la cortina de mi ausencia con naturalidad. Deja que la penumbra de mis palabras serene tu tristeza. Recuerda que nada ni nadie puede robarme tu mirada porque la llevo esculpida en mis ojos. Recuerda, cariño, que hay viajes imposibles de evitar porque los llevamos escritos en la piel desde que nacemos. Recuerda que hay sueños que no se sueñan ni se desean ni se eligen sino que se padecen.
No tengas miedo. Ahora que los dados de la suerte me alejan de ti vive por los dos. Ahora que mis esperanzas se liberan del dolor que me quemaba dame tu risa una vez más. Ahora que mi despedida es arrastrada por los vientos cálidos del Nostrum pronuncia mi nombre antes de que la playa se llene de silencio. Regálame la ternura de uno de tus besos, mi niña, una vez más. Y nunca olvides, nunca, que no hay océano tan poderoso capaz de ahogar todas las cosas maravillosas que vivimos juntos. Me voy, sí, pero siento un murmullo dulce en las venas que me susurra que volveremos a vernos. No tengas miedo. Vive.
José Luis