Porque en cuanto entré en aquel lugar, supe al instante que me costaría decidirme: los había muy románticos, serios, profundos, simpáticos, divertidos e incluso expertos en bricolaje.
Algunos hablaban lenguas extrañas, o me querían llevar a lugares lejanos y otros a tiempos remotos; otros me habrían dejado triste, así que escapé de su alcance, como también lo hice de los que sólo estaban interesados por el sexo. Entre todos ellos le escogí a él. No me preguntes por qué, ¿acaso no está bien dejarse llevar por el instinto?
Me fui abrazada a él, con la emoción de descubrir si realmente me gustaría. Como había hecho tantas otras veces antes, acaricié su piel fría y suave con la certeza de que me cambiaría. Y así fue. En cuanto aspiré su aroma supe que estaba volviendo a un lugar conocido, a pesar de ser nuevo para mí. Me transformé. Dejé de ser la que solía, porque en cuanto me dejé llevar por sus palabras sabía que la mujer que siempre fui se abandonaría durante unas horas al abrigo de su compañía.
Nos dieron las tantas. Ocupó parte de mi almohada y yo apoyé mi cabeza sobre mi hombro para observarle mejor.
No recuerdo el momento en que me quedé dormida a su lado, con la seguridad de poder retomarle tras la fatiga del día.
No, no hay amor tan fiel como el de un libro, que te transforma en una heroína, en hombre de negocios, en un asesino sin piedad, en una mentirosa compulsiva, en un alma en pena. En un ser del más allá que volvió en busca de redención, en músico, jinete, anciano, adolescente, o en una princesa con un guisante bajo el colchón.
Te lleva a la luna, a Kansas, a una cueva perdida en la India, a comer pesto o a cortarte el pelo en una peluquería frente a la oficina. A enfermar hasta morir, a reír hasta llorar, a llorar hasta vaciarte, a llenarte de amor, a desear, envidiar, suspirar, temer, padecer, sentir.
Y si sus páginas no son capaces de producir en ti sentimiento alguno y te han conducido al hastío más solemne, merecerán el castigo eterno de languidecer en el montón polvoriento de la parte de abajo de tu mesilla de noche.
Así que esta noche me acostaré de nuevo con él, mi elegido, mi libro, el que me poseerá hasta su punto final, aquel al que estampé mi firma como alianza de bodas, por si algún día se lo presto a alguien, y el que recibirá mi beso de despedida si me ha arañado un poquito el corazón.
Ana