Liso y corto, por el cuello. Ya está todo dicho si por amenazas a la elegancia se teme.
Los ojos, azules claros casi grises. Qué se puede decir más sin estropearlos o alterar peligrosamente los ritmos cardíacos de los hombres.
Alta, fuerte, con curvas, suaves, tierna. La seriedad tan grabada en su cara como la importancia de que estábamos ante alguien muy importante. La piel blanca, el bikini a rayas blancas y negras, palabra de honor, sin tirantes. Braguita clásica, nada fashion ni exhibicionista, castigo de tiendas atrevidas y de corazones deseosos de vistas "al borde de la ley". Elegante.
Varios cruces de miradas al ir y al venir a la playa, a la orilla, con nuestros sobrinos, casualmente.
Tú, algo más joven que yo, quizás la edad perfecta. Yo, cada vez más alterado, con mi sombrero vaquero y mis gafas de sol, intentando en vano limpiarle la arena a mi sobrino en la ducha de la playa, porque tú y la otra estabais detrás esperándonos.
Luego, cuando acabé de intentar quitarle en vano la arena a mi sobrino, pasasteis vosotras dos a ducharos delante de mí y de mi ajeno sobrinillo. Y cuando le enseñaste a la otra la marca que el bikini te había dejado a la altura de la cadera, y te bajaste tranquilamente y sin tiempo límite parte del bañador, media cadera me pareció a mí media locura, sin mirarme y sin parecer importarte que un tipo como yo con mi sombrero vaquero, mis gafas de sol y mi sobrinillo ajeno estuviéramos enfrente después de haber intentado en vano quitarnos la arena por mi absoluta falta de concentración, y sin parar de reírte mientras nos enseñabas por qué eres la mejor.
No habían pasado siete horas desde que llegamos a Torremolinos.
Bellas inalcanzables de las que los hombres nos enamoramos irremediablemente en las playas.
Estas cosas pasan en las mejores costas.
Pero nunca tanta preciosidad, involuntariamente o no, me habían enseñado sin pedirlo expresamente de una manera tan rápida y expedita.
Bella inalcanzable de la playa de Torremolinos, te dedico esta carta de amor, te la merezcas o no. Que te la mereces.
Ángel Ojeda