Me acuerdo de cuando te rompiste, aquella maldita vez, la pierna que junto a la otra te sostiene, en un acto de exaltación del arte. Eras apenas una adolescente y pensé ¡pero si está más bonita escayolada que sin escayolar! Y me enamoré de ti, como un perdido. Era la época en que Alejandro Sanz cantaba aquello de Corazón Partío. Y pareció una profecía, mientras que yo te la cantaba por lo bajini una vez que íbamos de vuelta a tu casa.
Me fijo ahora en tu pelo, retocado. Liso como los buenos pensamientos, largo como las buenas ideas y claro como tu alma. Y, encima, algo ondulado, para que no te falte de nada y no puedas reprocharle alguna cosita a la madre naturaleza. Pero si hay algo que te caracteriza es tu sonrisa, suave masaje para maltratados por la estupidez, la mala suerte, o la vida esquiva. Es contagiosa y eso se agradece mucho, sobre todo cuando uno no tiene sentido del humor. Los que padecen de esto lo pueden asegurar y formar parte, contentos, de tu club de agradecidos. Sí, es extraordinaria y contagiosa, como la que ahora tienes en el altar.
Tus espléndidos brazos, tus espléndidas manos, tus espléndidas piernas, delgadas y largas. Tienes cosas bellísimas de ti tan largas como los malos ratos. Así consigues compensarlos siempre. Tienes cosas bellísimas de ti tan delgadas de tristezas que uno alaba esa dieta. Lástima que no te conocieran todas las actrices de Hollywood y top ten models mundiales. Muchas intentarían mejorar. Otras, agarrándose al sentido común, no lucharían por ello. Me acuerdo que había quien me decía que te parecías mucho a Rachel, de la serie Friends, pero, bueno, claro, la pobre Rachel sólo hacía lo posible por acercarse a ti y llegar a tu nivel.
Eras buena. Se podía tomar contigo un mal trago y transformarse en bueno. Y, luego, podía uno reírse. Por encima de tu belleza, tu mejor don era la preciosa capacidad de hacernos sonreír aunque tú siempre te reías más, con unas carcajadas grandes, inimitables y únicas, y acababas por hacernos creer que los graciosos éramos nosotros.
¿Se entiende ya, más o menos, por qué me enamoré de ti?
Y, ahora, te veo ahí arriba, en el altar, innecesariamente adornado porque tú ya estás ahí, y recuerdo lo que te he querido y espero que el chaval que te acompaña, en el dichoso sitio, sea tan feliz contigo como yo lo deseé una vez. ¿Qué compensación si no podría yo tener de este llamado 'Feliz Acontecimiento'? El chico, soló deberá estarse quieto. Atento a ti.
El otro día oí decir que las obras de arte se hacen para emocionar. Es verdad. Aquí me despido.
Ángel Ojeda