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Varsovia: medieval, judía, soviética, polaca, moderna

Desde la medieval a la soviética, la capital polaca encierra en su interior varias varsovias que el viajero puede ir descubriendo.

Desde la medieval a la soviética, la capital polaca encierra en su interior varias varsovias que el viajero puede ir descubriendo.
Cosas que ver y disfrutar de Varsovia

Ahora que ya nos encaminamos a la primavera les quiero hablar del viaje que hice a Varsovia a finales del otoño y lo que me pareció la capital polaca, en cierto modo la primera ciudad soviética, entiendan ustedes el término, que he tenido la oportunidad de conocer.

A ese respecto, hay que puntualizar que la capital de Polonia es en realidad una ciudad que tiene varias almas: por un lado una más polaca, diría que un tanto centroeuropea a los ojos de alguien que, como yo, no conoce bien Centroeuropa. Otra, de después de la guerra, es la comunista, incluso estalinista: una de esas ciudades de anchísimas avenidas y enormes edificios grises que eran tan del gusto de las nomenclaturas más allá del Telón de Acero. Pero también hay una Varsovia judía, otra reconstruidamente medieval y, ya por fin, el viajero probablemente va a percibir en los nuevos rascacielos, en los cafés, en las tiendas y en algunos museos una Varsovia que ya está en el siglo XXI, moderna y tranquilamente europea.

Stare Miasto

El centro histórico de Varsovia se llama Stare Miasto, un nombre con bastante lógica puesto que esas palabras significan Ciudad Vieja, en polaco. Es un caso bastante único, ya que está reconstruido prácticamente al completo después de la II Guerra Mundial en la que fue arrasado –como por otra parte lo fue casi toda la ciudad, una de las que más sufrió durante el conflicto-. Sin embargo, a pesar de no ser sino la copia absolutamente fiel del original Stare Miasto ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad.

Paseando por Stare Miasto, entre sus plazas deliciosas y sus calles estrechas, lo cierto es que es imposible distinguir, ni tan siquiera imaginar, que todo aquello fue arrasado. Hoy es un barrio turístico, pero por el que puedes caminar casi sólo al principio de la mañana o cuando cae la noche.

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La Plaza del Mercado | C.Jordá

La Plaza del Mercado, perfectamente rectangular; la Catedral, algo más modesta de lo que cabría pensar; la Plaza Real con el gran palacio; los tramos de la muralla que quedan en pie… Todo está a tiro de un paseo de unos pocos minutos, agradable incluso en el frío de primeros de noviembre, intenso para el viajero del sur y por lo que se veía de lo más llevadero para los indígenas.

Desde la Plaza Real, con el imponente palacio como uno de sus lados, la ciudad se abre en las calles más amplias de la antigua zona universitaria, realmente hermosa también y con un perfil más de gran ciudad que Stare Miasto, que tiene un toque mucho más medieval.

Más allá, ya queda toda la ciudad construída tras la guerra al modo soviético, con esas enormes avenidas un tanto desangeladas, con los edificios masivos de cemento horrible que afortunadamente ya en muchos casos están siendo sustituidos por rascacielos más modernos y menos siniestros.

La Torre

Lo más representativo de esa Varsovia soviética es la gigantesca torre del Palacio de la Cultura, que además es soviética en sí misma y a más no poder: fue un 'regalo' de Stalin a la ciudad –vamos, como si la hubiera pagado él de su bolsillo- y tiene ese estilo ampuloso e impresionante de la arquitectura de las dictaduras, que sabes que en el fondo es más bien tirando a horrible, pero que a veces no puede dejar de resultarte atractiva.

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El gigantesco Palacio de la Cultura | C.Jordá

En este caso como en otros, sobre todo por sus impactantes dimensiones: es uno de los edificios más grandes que he visto en mi vida con sus 237 metros de altura y sus más de 120.000 metros cuadrados de superficie que dan para cines, instituciones oficiales, teatros…

Hay también un espectacular mirador desde el que se ve una Varsovia infinita en los cuatro puntos cardinales: una ciudad inmensa, dividida por el Vístula y en la que aquí y allá se ven grandes zonas verdes.

Una de ellas merece sin duda la visita: el Parque Lazienki, una zona un poco apartada del centro en uno de esos tranquilos barrios de embajadas. Incluso ya sometido a los rigores del invierno Lazienki me pareció uno de los parques más hermosos que he visto nunca, un auténtico tesoro con sus praderas, sus lagos, sus viejas ruinas falsas e incluso un precioso palacio junto al lago que es un auténtico imán para la cámara fotográfica.

Recordando la historia

Como corresponde a su condición de capital europea Varsovia cuenta con museos interesantes, incluso a pesar del brutal expolio doble –primero los nazis, luego los rusos- que sufrió durante la II Guerra Mundial.

Hay un museo menos convencional que las clásicas colecciones artísticas que, sin embargo, yo les recomendaría vivamente: el Museo del Alzamiento de Varsovia, sobre la rebelión contra los nazis que los polacos protagonizaron en agosto del 1944, con el ejército soviético al otro lado del Vístula viendo como los alemanes masacraban a los polacos.

El museo está instalado en las antiguas cocheras de los tranvías y he de confesarles que para mi gusto tenía un todo de exaltación patriótica un tanto excesivo –aunque también es posible que esta percepción estuviese influenciada por otras circunstancias particulares de viaje-, sin embargo, aún así resulta interesante y, desde luego, bastante espectacular.

La Varsovia judía

Si les interesa la cultura judía no deberían dejar de visitar la sinagoga Nożyk, milagrosamente salvada de la guerra y que hoy en día sigue perteneciendo a la comunidad de la ciudad y sigue cumpliendo sus funciones como templo. No es la sinagoga más bella que he visto, pero en su interior uno se siente dentro de una especie de milagro espacio temporal, conscientes de que ese pequeño edificio rodeado de grises bloques soviéticos y algún que otro rascacielos no debería esta allí, al menos si la historia fuese tan coherente como dramática.

También deberían, hablando de dramas, caminar hasta el borde de Stare Miasto y pasar, está señalizado en el suelo, sobre el lugar que ocupaba el muro que se separaba el Gueto del resto de la ciudad, del resto del mundo, de la humanidad. Sufrirán, creo yo, un estremecimiento especial.

Finalmente, tienen que conocer el Polin, el Museo de la Historia de los Judíos en Polonia, en un espectacular edificio muy interesante arquitectónicamente que está, imposible mejor ubicación, en lo que era el centro del Gueto.

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Fachada del espectacular Polin | C.Jordá

El Polin tiene una exposición muy cuidada que suple la carencia de objetos originales –algunos hay, pero pocos, ya les he contado que Polonia fue doblemente expoliada- con una museística impactante y toneladas de información. Es un hermoso tributo a esa cultura que fue prácticamente exterminada del país y quizá sea una forma de saldar la deuda que yo creo que los polacos adquirieron con el pueblo judío.

Pero mejor no pensar en deudas históricas en un lugar como Varsovia que tanto ha sufrido hasta hace tan poco, mejor limitarse a observar y aprender de esa ciudad que encierra, como una muñeca rusa, varias ciudades y muchas historias en su interior.

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