Para el que no lo conozca, para el que no haya oído hablar de él, el pequeño pueblo vallisoletano de Urueña es, sobre todo, una sorpresa: un villorrio minúsculo -120 habitantes- encerrado en una imponente muralla, con unas vistas impresionantes sobre el campo castellano, diez librerías, dos museos, una galería de arte, una fundación que es otro museo…
Parte de la sorpresa es, por así decirlo, fruto de una decisión política: Urueña ha sido elegida por la Junta de Castilla y León como Villa del Libro, y ese interesante proyecto cultural ha llenado el pueblo de librerías y lo ha convertido en algo verdaderamente raro en España: una meca para bibliófilos.
Pero otra parte ya estaba allí: la muralla, la fundación Joaquín Díaz, esa maravillosa vista sobre el campo castellano, verde de trigo cuando yo lo visité hace unos días y supongo que maravillosamente dorado en unas semanas, cuando el cereal ya esté listo para la cosecha.
Ya antes de llegar a Urueña -que está en el kilómetro 211 de la A6, por cierto- uno se encuentra con una pequeña maravilla: la ermita de la Anunciada, un pequeño pero precioso templo románico, sencillo y casi se diría hoy en día que pobre, pero que en su momento debió ser un imponente templo para una zona de frontera en la que cualquier día podía llegar una turba sarracena.
Se trata, además, de una iglesia peculiar y a su modo única: no hay otro ejemplo de románico lombardo en toda Castilla y León, un comunidad que no anda precisamente escasa de románico; pero ese estilo, que proliferó en Cataluña y Aragón, sin embargo no se extendió por el resto de España.
Ya desde la Anunciada podemos ver el orgulloso perfil de Urueña: en lo alto de una colina y protegida por esa muralla que ha sobrevivido, imagino que ayudada también por alguna restauración, en un estado envidiable.
Tan bien esta la muralla que podemos subirnos a las almenas y disfrutar de una vista maravillosa de los campos de Castilla. Sí, ya sé que el paisaje castellano no es del gusto de todo el mundo, pero les aseguro que visto desde la altura amurallada de Urueña con el trigo de tan verde como para que lo cante doña Concha Piquer, el espectáculo es impresionante. Y no quiero pensar cómo será en unas pocas semanas, cuando el viajero pueda asomarse a un mar dorado.
Una vez dentro del pueblo nuestros pasos se encaminan al primero de los museos de la villa, el centro e-Lea –para la Lectura, la Escritura y sus Aplicaciones es el nombre completo- dedicado a Miguel Delibes. Es un espacio amplio y cuidado en el que hay exposiciones alrededor del mundo de la lectura y el papel.
En el momento de nuestra visita disfrutamos de una exposición, tan nostálgica como hermosa, sobre el papel impreso en nuestras vidas y el hecho de que va mucho más allá de la estantería llena de libros o periódicos en la que pensamos: hay panfletos, manuales, cromos, cómics, sellos, estampitas del Domund, envoltorios de cuchillas de afeitar…
A sólo unos metros está el llamado Museo del Cuento, que es más bien una colección de trabajos artísticos alrededor del mundo de los cuentos clásicos con un gusto muy peculiar.
Un poco más allá, pero no mucho porque en Urueña todo está muy cerca, encontramos la antigua casa solariega que ocupa Fundación Joaquín Díaz, un lugar peculiar que es obra de un hombre peculiar, el propio Joaquín Díaz, que nos recibe y nos muestra parte de sus espléndidos fondos, acumulados a lo largo de toda una vida de coleccionismo: libros, fotografías, fonógrafos, instrumentos musicales… Abierta al visitante y al investigador y un auténtico tesoro para el visitante.
Callejeando por Urueña uno encuentran librería tras librería hasta llegar a diez. Soy de los que piensa que las librerías son, además de lugares en los que comprar, sitios en los que estar, así que realmente pasear por este pequeño pueblo e ir entrando en una y otra es un raro placer.
Las hay de viejo, de cine, de "autor", infantiles, especializadas en arte, que son talleres caligráficos o una en la que además de leer y comprar libros podemos beber y comprar vinos –eso sí que es una sinergia-. Las hay, en suma, para todos los gustos y todas las edades.
Nuestro paseo, un tanto apresurado, nos lleva a muchas de ellas y nos lleva también al precioso taller de encuadernación artesanal que completa la sorprendente oferta de esta Villa del Libro de calles quietas que es, si me permiten la expresión, algo así como el más allá al que los libros viajasen para otra vida mejor y al que nosotros, por suerte, podemos viajar en esta.