Una vendimia que reúne paisaje, naturaleza, arte y alta tecnología: con Ramón Bilbao en Rueda.
Estamos en época de vendimia, una tarea tradicional que la tecnología también ha cambiado y mejorado.
Pasear por un viñedo bien cuidado es en sí mismo una experiencia placentera. La tranquilidad, el orden de las hileras, el vigor y el verdor de las plantas nos proporcionan una sensación de paz evidente y, yo creo, también de confianza: nos hablan del dominio de la cultura y el saber -casi diría del arte- sobre una naturaleza que, aún domesticada, conserva una extraordinaria belleza. Pocas cosas hay, en definitiva, más humanas y orgullosamente humanas que un viñedo.
Y, obviamente, no hay mejor momento para ese paseo vitivinícola que la vendimia. Es cierto que el trasiego inherente a las semanas de mayor actividad de las bodegas puede destruir parte de esa paz de la que hablamos -no necesariamente o al menos no del todo, se lo prometo- pero incluso aunque eso ocurriese el momento nos ofrecería mucho a cambio de ese sacrificio: la oportunidad de contemplar esa química mágica con la que se logra pasar de la uva madura al delicioso y refinado caldo; de oler el aroma verde y dulce que se desprende durante el proceso; incluso, hoy en día, de descubrir como sin dejar de mano curiosas tareas que se siguen haciendo a mano, la tecnología ayuda en esa creación artística que es un vino de una forma que cada día es más espectacular.
En Rueda
Todo eso y mucho más lo he disfrutado en primera persona en la Denominación de Origen Rueda, donde ha empezado la vendimia de algunos tipos de uva, concretamente de las sauvignon blanc que crían, junto a la más común verdejo, algunas bodegas de la zona.
Así que este misma semana he visitado el bellísimo viñedo que Ramón Bilbao tiene a sólo unos pocos kilómetros de la propia Rueda, junto a la A6. Se trata de una bodega de reciente creación, expansión en esta área de blancos de la firma más que asentada -se fundó en 1924- en Rioja.
Empiezo la visita recorriendo el viñedo en pleno atardecer, disfrutando de todo eso que les comentaba unos párrafos más arriba. Son 60 hectáreas de ordenado verdor, con largas hileras de vides que descienden ondulándose desde la pequeña loma en la que está el edificio de la bodega hasta la propia carretera.
Cuando el sol está a punto de caer por detrás de la colina y la temperatura entre las plantas desciende lo suficiente llegan las vendimiadoras: dos enormes máquinas que no puedo evitar que me recuerden a Transformers y que se diría que van a destrozar el viñedo. Más bien al contrario, el trato que le procuran a la planta es llamativamente delicado: pasan por encima de las vides perfectamente alineadas, hacen vibrar la planta y desprenden las uvas. Tras su paso no quedan ni ramas rotas ni tan siquiera hojas caídas, mientras que las uvas se han separado de los racimos sin tan siquiera llevarse consigo un trocito del tallo.
Las vendimiadoras descargan en un remolque para no tener que interrumpir su tarea más que por unos minutos, las dejamos en el campo y seguimos el camino de la uva, justo a tiempo para ver cómo el contenido del enorme remolque es vertido en un gran tolva.
Aquí no se ha acabado, ni mucho menos, el cuidado que se prodiga a la materia prima: sólo unos segundos después de haberlas descargado un operario cubre las uvas con hielo seco para mantener la temperatura y también las rocía con un manguerazo de CO2 para que la carencia de oxígeno impida que se inicie la oxidación.
Ya sólo queda extraer el zumo y guardar ese caldo -por cierto, absolutamente delicioso en las horas posteriores al prensado, dulce y alegre como un manantial de montaña- en los enormes depósitos de acero inoxidable en los que a temperatura controlada espera la fermentación, que empezará uno o dos días después.
En ese punto vuelve a cobrar protagonismo el trabajo del enólogo, que en Ramón Bilbao Rueda es enóloga y muy joven: Sara Bañuelos, que transmite una seguridad y una confianza en su trabajo que podrían resultar sorprendentes, pero que no lo son tanto cuando se la conoce un poco más.
En mitad del ajetreado día Sara nos comenta como será el proceso a partir de ahí y nos ofrece una interesante oportunidad no demasiado habitual: la de comprobar con nuestras propias narices y bocas cómo las distintas maderas alteran el sabor y el olor del mismo vino.
Se trata de lo que en unos meses será la Edición Limitada Lías de Ramón Bilbao, un blanco envejecido durante ocho meses en barricas de roble francés, húngaro y americano. De cada una de las maderas surge un vino completamente diferente, con sus matices, virtudes y, sobre todo, con una personalidad propia. Más tarde se combinan esas tres personalidades tan distintas en el coupage -así se llama en el lenguaje de los enólogos, siempre heredero del francés, a esa mezcla para que dar lugar al vino final a partir de varios caldos o variedades- nace un vino diferente, delicioso y muy peculiar, un blanco distinto a lo que hasta ahora había probado y, aunque no soy un experto, me atrevo a apostar que también novedoso para la mayoría de ustedes.
Nuestra visita termina con una cata de los tres vinos que produce actualmente la bodega: el ya comentado Edición Limitada Lías, el blanco joven de Sauvignon Blanc y el blanco de Verdejo.
Antes de irnos y ya en la noche cerrada volvemos al terreno en el que las cosechadoras siguen trabajando. Lo harán hasta la mañana siguiente, logrando en sólo unos días lo que antes costaba duras semanas de ardua labor. Si es que ¡cómo cambian los tiempos!
Nota: Ramón Bilbao ha organizado actividades enoturísticas especiales por la vendimia tanto en su bodega de Rueda como en la de Rioja, pueden informarse y reservar en su página web.