Probablemente todos tenemos, antes de conocerla, una imagen ligeramente distorsionada de Marrakech: además de la ciudad de Jemaa el Fna pensamos en un lugar seco, marcado por la cercanía del desierto.
Pero la realidad es diferente: el Sahara está cerca, sí, pero también lo está el Atlas con sus impresionantes alturas de 4.000 metros y sus cumbres nevadas durante ocho meses al año, y eso significa que Marrakech dispone de gran cantidad de agua con la que se riegan muchos jardines que dan a no pocas partes de la ciudad un aspecto muy distinto al de ese secarral que esperamos.
Eso no quita que que las casas tengan todas su típico color ocre, que las calles se llenen de polvo al paso de carretas, coches desvencijados y viejos escúteres, pero quizá a la vuelta de la esquina esté el jardín de la Menara, el inicio del Palmeral o el pequeño vergel de una vieja mansión, ahora abierto al público.
Este último caso es, precisamente, el del Jardín Majorelle, uno de los lugares que conocí en mi reciente viaje a la ciudad marroquí. Se trata de un lugar con cierta historia que también contribuye a su atractivo: fue el jardín de la mansión privada de un pintor, Jaques Majorelle, que se había hecho construir una preciosa casa de estilo muy moderno para la época – los primeros años treinta – y que a su alrededor creó un hermoso vergel con aire de jardín botánico.
Tras la muerte de Majorelle el lugar cayó en el olvido hasta 1980, año en el que el modisto Yves Saint Lauren compró la finca y restauró y mejoró el jardín, que se abrió para que pudiesen visitarlo los turistas.
Hoy es un lugar pequeño pero con mucho encanto, habitualmente lleno de turistas aunque a pesar de ello transmite una paz y una tranquilidad muy especiales y en el que siempre hay un rincón en el que sentirse sólo y disfrutar de las plantas y del azul intenso que lo impregna todo.
La Menara, o la postal de Marrakech
Otro jardín muy hermoso pero muy distinto es el de la Menara, en las afueras de la ciudad y muy cerca del aeropuerto. Se trata más de un olivar que de un parque a la europea, es de un tamaño importante y, sobre todo, en su centro hay un gran estanque en el que, por canalizaciones con siglos de antigüedad, se recogen las aguas turbias y terrosas que llegan del Atlas.
Ese agua se utiliza luego para el riego en muchas zonas de la ciudad, pero lo interesante es que en uno de los extremos del lago se ha construido un pequeño pabellón decorativo. Tras él la perspectiva no puede ser más hermosa: los picos nevados del Atlas dando la sensación de que se alzan desde la nada.
Y frente al pabellón las aguas calmas del estanque, reflejando el ocre de sus paredes en primer plano y el blanco de la nieve en el segundo. La imagen es inolvidable al atardecer, cuando el sol cae a la derecha y da un tono dorado a las paredes del pabellón y al agua marrón terrosa del estanque, mientras que el azul de las montañas y el blanco de la nieve parecen hacerse más intensos.
No dejen de visitar el lugar si viajan a Marrakech, y no dejen de hacerlo a la caída del sol, compartiendo la vista con las parejitas de novios y con los grupos de jóvenes, esperando que estos últimos no sean demasiado gritones para no romper la magia del momento.
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