Tengo escrito por aquí que Castilla está llena de villas maravillosas, cargadas de historia y con muchas cosas que ver. Entre ellas está -y de hecho la cité entonces- Tordesillas, que en los últimos años ha recibido una publicidad completamente innecesaria y que quizá ha opacado el hecho de que es un lugar más que interesante, que yo creo que debería ser punto de paso obligado para aquel que desee conocer el viejo reino que Isabel II aportó a la constitución definitiva de España.
Tordesillas puede presumir de algo de lo que muy pocos pueblos de su tamaño -y no demasiadas capitales- pueden: haber marcado la historia ya no de España, sino del mundo, y de haberlo hecho antes de que la mayor parte de países que hoy conocemos existiese, ahí es nada.
Hay que remontarse tan lejos como a 1496, momento en el que España y Portugal se repartieron el nuevo mundo que había sido descubierto más o menos por casualidad. Y lo hicieron esta pequeña villa castellana que por unos meses -los que duró la árdua negociación del Tratado en la que intervinieron expertos por ambos bandos, lo que es esencial para que se considere el primer acuerdo internacional moderno- el centro político del mundo.
Con toda esta historia detrás, parece casi obligatorio que nuestra visita a Tordesillas empiece por lo que hoy se llama las Casas de Tratado, y es que aún se conservan los dos palacios en los que se firmó. Ahora son un único edificio, eso sí, con dos fachadas y un interior que, al contrario que el exterior, está muy reformado. Allí hay un museo modesto pero muy interesante sobre el propio Tratado, como no podía ser de otra forma, y que es una visita agradable y en la que se aprende, que vale la pena.
Justo enfrente de las Casas del Tratado está, o mejor dicho estaba, el lugar de una de las historias más tristes de la historia de España: el Palacio de la Reina Juana. Pasó allí 46 años después de haberse hecho una turné por toda España con el cadáver de su marido, Felipe el Hermoso.
El palacio fue demolido en el siglo XVIII por Carlos III, cuando el edificio había llegado a un grado de ruina que lo hizo irrecuperable. El Rey donó a la villa el terreno en el que estaba el edificio y hoy en día hay allí unos jardincillos agradables y, sobre todo, con unas vistas preciosas sobre el Duero. En ellos una estatua de la propia Juana transmite una curiosa sensación de soledad y tristeza, no sé muy bien si por acierto del escultor o porque uno la ve sugestionado por la historia que conoce.
En ese palacio habían pasado largas temporadas los Reyes Católicos, por ejemplo durante la negociación del Tratado, y precisamente ser lugar de residencia habitual de los monarcas lo hizo el lugar de otro hito para la historia de España: aunque es menos famoso también se firmó en Tordesillas el Tratado de Alcaçovas, en septiembre de 1479 -se van a cumplir 540 años- de capital importancia en la historia de España, ya que con él se da fin a la guerra de sucesión de castila entre Isabel la Católica y Juana la Beltraneja. Esa paz hizo posible la unión de Castilla y la Corona de Aragón y, además, incluyó otras cosas como que las Islas Canarias se otorgasen a la Corona, que a partir de entonces completó su conquista. Todo en Tordesillas, no me dirán ustedes que no es impresionante.
Aún antes de que ocurriese todo lo que les estoy contando, hubo otro palacio real en Tordesillas que, ese sí, aún se conserva, aunque ya no es un palacio y, de hecho, dejó de serlo pronto. Se trata del Convento de las Claras o, por su nombre oficial: el Real Monasterio de Santa Clara.
Fue un palacio de estilo mudéjar edificado por el rey Alfonso XI con el botín de la batalla del Salado. Empezó a construirse en 1340 y pocos años después Pedro I el cruel lo cede a sus hijas para que creen un convento. Y eso es lo que ha sido desde entonces y de forma ininterrumpida, lo que no es un caso demasiado habitual en esta España de tantas desamortizaciones y vaivenes. El caso es que sigue siendo el hogar de una pequeña comunidad de monjas de clausura que comparten su espacio, por supuesto sin llegar a encontrarse, con los turistas que visitan maravillados el complejo.
Porque aún hoy el convento realmente espectacular, aunque ya no quede mucho de aquel palacio: poco más que parte de la estructura, una entrada preciosa, la llamada Capilla Dorada con su bellísima cúpula y unos baños con un encanto muy especial. Las bellísimas decoraciones de estilo abiertamente musulmán que aún se conservan en un dos o tres lugares, su forma de interactuar, por ejemplo, con pinturas de un precioso gótico tardío…
La verdad es que no había oído hablar de convento antes de preparar mi viaje a Tordesillas, así que según avanzaba la visita iba sorprendiéndome más y más por la grandeza y la belleza de todo lo que veía. Además, algunas cosas concretas me parecieron obras de arte absolutamente mayores, como el techo mudéjar sobre el presbiterio de la iglesia, una maravilla dorada y mudéjar que merecería haberse esculpido en oro puro.
El Monasterio es, en suma, no sólo una maravilla sino una maravilla inesperada, que abruma y sorprende cuando la encontramos en un pueblo de Castilla al que quizá no habíamos dedicado suficiente atención y, desde luego, no la que merece. Un pueblo del que tampoco deben dejar de recorrer su parte vieja tranquila y modesta pero todavía con vestigios de lo que fue: un tramo de muralla, la Iglesia-Museo de San Antolín…
Y cuando salgan de Tordesillas desde el hermoso puente medieval echen un último vistazo y despídanse como corresponde a la ocasión, no sé si quitándose el sombrero o haciendo un reverencia, pero conscientes de que han visitado un lugar increíble y de la suerte que tenemos los españoles de tener un país que prácticamente en cada esquina guarda sorpresas así de grandes y así de bellas.