Los que sigan habitualmente este blog (caso de existir tan extraña especie de internauta, claro) ya sabrán que hace un par de meses estuvimos visitando el Dinópolis turolense, una espectacular mezcla de parque temático y museo que ha ampliado y mejorado la oferta turística de una provincia que merece mucha más atención, también desde el punto de vista del viajero.
Lo que no les conté entonces es que, entre Turiasaurio y TRex, aprovechamos el poco tiempo libre que nos quedó para conocer la propia ciudad de Teruel, una pequeña pero deliciosa sorpresa turística que tiene una belleza delicada, un poco pobre y encantadora, como el arte mudéjar que la caracteriza.
Digo lo de un poco pobre como elogio, no se me confundan, porque me gusta ese arte hecho con ladrillos, cristales y trozos de cerámica, materiales casi de derribo, cuyo resultado final es atrevido, grácil y elegante como si se tratase de torres de mármol.
Un arte que desarrollaron los mudéjares, musulmanes que vivían en los reinos cristianos reconquistadores, que es absolutamente único de España y que recibió reconocimiento mundial al ser nombrada Teruel Patrimonio de la Humanidad en 1986, denominación que luego se amplió a todo el mudéjar aragonés.
Pero esa secuencia nos da la clave de la importancia superior de la ciudad, así que no es extraño que el mudéjar sea el orgullo y la "marca de la casa" de los turolenses y que, con sus edificios y sus torres, sin duda haga de la pequeña ciudad aragonesa un destino especial. Sus torres, su Catedral y, por supuesto, el pequeño y encantador casco antiguo de la ciudad, que puede recorrerse en una tarde pero al que seguro querremos volver al día siguiente.
A partir del Torico
La "Teruel de toda la vida" se expande alrededor de la Plaza del Torico, peculiar monumento de recio trapío pero minúsculo tamaño que se levanta sobre una columna recordando una curiosa leyenda de la Reconquista. Desde esta hermosa plaza, porticada en parte y que guarda algunos deliciosos edificios modernistas (otro de los atractivos arquitectónicos y artísticos de la ciudad) estamos a un paso, casi literalmente, de una serie impresionante de monumentos que quizá no apreciamos del todo precisamente por estar tan cerca unos de otros.
Lo primero, por supuesto, la Catedral, donde el mudéjar toma un aire monumental que en pocos lugares vamos a encontrar. Casi todo en ella es el mejor ejemplo de la belleza que los artesanos consiguieron alcanzar con este arte sencillo y encantador. E incluso no tan sencillo a veces, como en la impresionante techumbre de madera.
También a un paso del Torico, y por tanto a dos de la Catedral, las torres de San Pedro, San Martín o el Salvador. Esta última es probablemente la que más me gustó, quizá porque parece un poco más alta que las otras, quizá porque por su ubicación el sol de la tarde le sacaba todos los colores, en el mejor sentido de la expresión.
Además, la del Salvador es hoy por hoy la única cuyo interior se puede visitar, cosa que durante mi viaje hice en una interesantísima excursión nocturna que me permitió disfrutar de las hermosas vistas de la ciudad y, sobre todo, de contemplar el fantástico campanario de la propia torre, un lugar muy especial en las alturas.
Más modesto que las torres, pero no menos grácil y delicado, otro pequeño gran ejemplo de mudéjar lo podemos encontrar en el ábside de la iglesia de San Pedro, que como las propias torres nos cuenta cómo los artesanos mudéjares encontraban soluciones prácticas y aparentemente sencillas a los problemas de la construcción.
Además, los románticos tienen por supuesto a los amantes de Teruel, la otra gran leyenda de la ciudad, aunque personalmente un poco arruinada desde mi más tierna infancia, cuando mi abuela solía decir no recuerdo bien a cuento de qué: "Los amantes de Teruel, tonto ella y tonto él". Como comprenderán, no hay mito que sobreviva a eso.
Y también está la parte "neo" de la ciudad, sus muchos edificios de finales del XIX y principios del XX inspirados en el arte mudéjar como la Plaza de Las Ventas en Madrid, quizá con más motivo, eso sí. De esta más que tardía hornada es la famosa escalinata, en la que disfruté de un fantástico e inesperado atardecer.
Y así, modesto, pequeño y encantador, es Teruel, una ciudad que no solemos tener en mente pero que es muy difícil de olvidar cuando la conocemos.