Visité Sevilla de nuevo este mismo año, después de haberla conocido hace bastante tiempo. De hecho, había estado en varias ocasiones, lo que supongo que hace que todavía resulte un poco estúpido, o quizá no, que la ciudad me sorprendiese: había olvidado lo bella que es.
La cosa, cuya razón no sabría explicarles bien, tuvo su parte buena: me encanta la sensación que se tiene cuando se recorre una ciudad hermosa por primera vez, y en Sevilla volví a tenerla en esta última visita.
Dicho esto, tampoco tengo que preocuparme: la próxima vez que visite Sevilla, quién sabe si el próximo año, espero que pronto, estoy seguro de que disfrutaré de nuevo de la ciudad, bien sea como el redescubrimiento de esta última ocasión, bien llegando un poco más allá y conociendo más de lo que he conocido ahora.
De Santa Cruz a Triana
Sevilla se define por alguno de los barrios más conocidos y con más solera de Andalucía y, si me apuran, de España. El de Santa Cruz o el de Triana son dos de ellos, a cual más auténtico y hermoso.
El de Santa Cruz fue lo primero que recorrí en esta visita, y estoy convencido de que sus calles estrechas, sus plazas con el suelo de albero y sus paredes blancas tuvieron mucha parte de la culpa en esa impresión de la que les hablaba en las primeras líneas.
El barrio fue una de las principales juderías de España y ese carácter se percibe aún hoy en día, aunque el barrio tal y cómo lo conocemos es fruto de una reurbanización acometida en el S XIX tras varios siglos de casi abandono después de la expulsión de los judíos en 1483.
Triana, al otro lado del río y después del puente del mismo nombre es quizá menos bello (que me perdonen los trianeros) pero su sabor es igualmente auténtico, y no sólo en un sentido figurado sino también en el más real: de ello se encargan los muchos bares que jalonan la calle San Jacinto o las algo más lujosas terrazas a orillas del río.
Tapear en Triana es, como en el fondo lo es en toda Sevilla, más un rito que una cuestión de alimentación, es un paso irrenunciable y, si no lo han hecho, no pueden decir que han estado en la capital andaluza.
El centro más histórico
En centro de Sevilla tiene una densidad de monumentos y belleza difícil de encontrar: en sólo unos metros encontramos la Catedral, la Giralda (que es parte de la primera pero tiene, por así decirlo, vida propia), el Archivo General de Indias y los Reales Alcázares, todo un "tour de force" para el turista y un conjunto que es Patrimonio de la Humanidad.
No hay que perderse nada, estamos ante la catedral gótica más grande del mundo, o ante una torre en la que se mezclan como en pocos sitios la arquitectura musulmana y la cristiana.
Pero si se vieran en la terrible tesitura de tener que elegir, mi recomendación sería visitar los Reales Alcázares, no porque sean más hermosos que lo demás, sino más bien por el placer que puede suponer recorrer los bellos palacios (especialmente las estancias de la época musulmana) y sobre todo pasear por los maravillosos jardines en los que todavía es posible encontrar, entre el gentío de turistas, rincones en los que disfrutar de la tranquilidad y la soledad... y rodeado de lugares con tanta historia.
Tradición y modernidad mano a mano
Para casi todos los turistas que hayan conocido Sevilla la ciudad se define por este riquísimo patrimonio artístico y por lo bien que preserva espacios y barrios enteros que parecen llegados de otra época, incluso parte de su vida social está en cierto sentido fuera de nuestros días y tiene un carácter propio y original.
Pero esa Sevilla más tradicional convive con una ciudad que como no podría ser de otra forma vive en el siglo XXI. Así, con menos de una hora de diferencia uno puede asistir en una calle de Triana a cómo unos niños juegan a la Semana Santa y ver después como centenares de motos atraviesan la calzada en una concentración de moteros con aparatos de gran cilindrada.
Cuando en lugar de ser espontánea esa mezcla de tradicional y moderno el resultado suele ser más discutible, como en las llamadas "setas de la Encarnación", un macroproyecto del anterior alcalde que ha sido, sobre todo, objeto de polémica en la ciudad, además de un gran sumidero de dinero público.
El resultado final es una gigantesca estructura metálica colocada con calzador dentro de una plaza con la que no tiene nada que ver. Para que no nos quedemos con lo negativo destacamos un par de aspectos que hay que aprovechar y valen la pena (que no el dinero que han costado): las vistas desde el mirador en el techo; y el estupendo museo abierto en el subsuelo para mostrar los riquísimos restos romanos encontrados allí.
Así, hasta en lo más moderno está (y destaca) lo antiguo: es probablemente el signo, y el sino, de Sevilla, esa ciudad de la que se van a enamorar en cada viaje.