En pocas ocasiones me encuentro con este problema: no sé muy bien como contarles mi pequeño viaje de este verano al Valle de Loira, porque no me siento capaz de meter todo lo que vimos y disfrutamos en sólo cinco días.
Y es que el Valle del Loira es una zona de una densidad turística, por llamarlo de alguna forma, inaudita: no hay prácticamente nada que no merezca la visita, que no valga la pena contemplar con tranquilidad, que no se disfrute de verdad.
Así que he tomado por la calle de en medio y he decidido que hoy les hablaré de los castillos que visité y más adelante, ya veremos cuando, dedicaré otro artículo a las ciudades y los paisajes y las muchas cosas que se pueden ver en la zona.
Hay docenas de castillos en el Valle del Loira -literalmente, puedo contar cerca de 50 en la inmensa curva del río desde más allá de Orleans hasta Angers- no creo que sea posible abarcarlos en un único viaje ni aún siendo el más acérrimo fan de los castillos y, para el que no sea, una dieta de uno al día me parece más que razonable.
En nuestro caso decidimos establecer nuestro centro de operaciones en Blois y, desde allí, visitar algunos de los castillos que se pueden encontrar en un rango de poco más de media hora de coche desde esta ciudad. La mejor opción para moverse por la zona es, creo yo, alquilar un coche, nosotros lo hicimos con Sixt y no puedo por menos que recomendarles su servicio, que en nuestro caso fue sobresaliente.
Empezaré el recorrido por uno de los más imprescindible castillos del Loira, Chambord, el descomunal palacio que se hizo construir Francisco I con la ayuda, entre otros, de un tal Leonardo Da Vinci. Impresiona por sus dimensiones, desde luego, pero aún más por su arquitectura original, única, un tanto abigarrada.
Todo en Chambord es impresionante, excepcional, grandioso: el edificio desde el exterior, la monumentalidad del interior –no se pierdan la escalera doble helicoidal que se atribuye al propio Leonardo-, los inmensos jardines. Planee su visita con tiempo: puede dedicarle casi todo un día y no dejar de ver cosas y, sobre todo, de disfrutarlas.
Además, aunque todos los castillos del Loira están excepcionalmente preparados para la visita, quizás éste sea el que más posibilidades ofrece y el que más actividades permite: desde un juego de búsqueda de pistas en el interior para los niños hasta paseos en bicicleta, a caballo o coche eléctrico en el exterior.
Mucho más pequeño, pero con un encanto difícil de igualar, Chenonceau es otro de los lugares que nadie debería perderse. El castillo, uno de los más reconocibles de todo el Loira, destaca por su bellísima galería sobre el río Cher, una auténtica delicia que tuvo un origen casi tan ornamental y caprichoso como su actual función de deleitar a los fotógrafos: se construyó para tener un espacio en el que celebrar fiestas y bailes, algo que no era posible en las restantes dependencias, más estrechas y sin esa grandeza.
Chenonceau es uno de esos lugares cuya belleza parece imposible, que realmente no te acabas de creer, aún viéndolo con tus propios ojos: la serenidad de la construcción sobre el agua, los jardines que se ven desde el propio castillo…
Tiene además una colección de arte muy apreciable, con obras de grandes maestros como Murillo, Tintoreto, Poussin, Correggio, Rubens, Van Loo… la mayor parte de ellas en formatos pequeños o medianos, pero en cualquier caso muy destacables y que dan un interés extra a la visita, si es que esta lo necesita.
Mi siguiente recomendación sería el Castillo Real de Blois, en el centro de esa preciosa ciudad –lo que les da también la oportunidad de conocer la versión urbanita de estos palacios- y con una curiosa forma, pues está compuesto por alas de diferentes épocas y estilos muy distintos que, pese a resultar un conjunto tan variado, tienen una hermosa y desconcertante armonía.
Recorrer las muchas salas que nos permite la visita es hacer un viaje al fondo de la historia de Francia: entre sus paredes se sucedieron hechos de singular importancia para nuestro país vecino como el asesinato del Duque de Guisa –aliado de nuestro Felipe II y rival del rey Enrique III, que el que ordenó su muerte- o el paso por sus muros de Juana de Arco, que partió desde allí para conquistar Orleans.
Por cierto, no se pierdan el impresionante espectáculo de luz y sonido nocturno, que les cuenta muchas de estas historias y les ofrecerá una perspectiva única y extraordinariamente original del castillo.
Por el contrario, el siguiente castillo de nuestro viaje no es tan famoso por su historia como su ficción: Cheverny o, si lo prefieren, Moulinsart, que es el nombre que le puso Hergé al usarlo como modelo para la majestuosa vivienda en la que pasaban sus días y parte de sus aventuras Tintín y el Capitán Haddock.
Cheverny no reniega de ese falso pasado de escenario de cómic y, muy al contrario, lo aprovecha con una preciosa exposición sobre el mundo tintiniano, imprescindible para los fans pero también interesante para los menos apasionados por las maravillosas aventuras del reportero belga.
Pero si a usted Tintín le importa una higa o es más de Astérix no se preocupe porque Cheverny es un castillo bellísimo y tiene otros motivos para visitarlo: es probablemente el mejor amueblado de todo el Loira y, además, es el único que todavía sirve como vivienda particular, lo que no deja de ser una llamativa peculiaridad.
Aún más excepcional que el genio de Hergé con la tinta y el papel fue el de Leonardo Da Vinci con prácticamente todo. Como ya les hemos comentado el genio italiano residió unos años en la zona bajo la protección del rey Francisco I y, de hecho, podemos visitar el que era su hogar: Le Close Luce, en Amboise, donde también está su tumba.
El castillo davinciniano no es tan espléndido como los otros de los que hablamos, pero a quién no le gusta recorrer la habitación de Da Vinci, contemplar las vistas que él veía e imaginar como trabajaba en su estudio. Además, tiene unos jardines bellísimos con versiones a gran formato de algunos famosos diseños del genio: máquinas de guerra, sistemas para propulsar barcos, grandes dibujos y aparatos voladores que no vuelan pero hacen las delicias de los más pequeños.
Nuestra última selección será Chaumont, un hermoso castillo ligado en parte a la historia de España y que destaca sobre todo porque ofrece las que son, quizás, las vistas más bellas sobre el Loira que se pueden encontrar.
Chaumont está en una colina a la orilla del río, controlando desde su altura un tramo larguísimo de la corriente y ofreciendo también una estampa impresionante cuando el sol del atardecer lo tiñe de un dorado que lo hace casi irreal, porque nos cuesta creer –y ese es un sentimiento que les asaltará en muchas ocasiones en el Valle del Loira- que tanta belleza no sea en realidad una hermosa mentira, un decorado. Pero no, no hay trampa ni cartón piedra, sino viejas paredes con siglos de historia que nos esperan.