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Puentes de Nueva York: convertir lo necesario en maravilloso

Turistas paseando por el Puente de Brooklyn.
Los puentes más icónicos de Nueva York

Quizá porque tiene uno de los más bonitos del mundo, quizá porque al fin y al cabo Manhattan es una isla, el caso es que siempre me ha parecido que Nueva York es una ciudad muy marcada por sus puentes. Contemplarlos desde las orillas del East River, cruzarlos a pie o en el metro y, por supuesto, también fotografiarlos son parte de la más genuina experiencia neoyorquina,

Y no sólo son una estampa turística, que ya sería bastante, es que también son parte de esa iconografía tan poderosa de Nueva York: las imágenes que en el cine o la televisión nos hicieron, nos hacen que, incluso antes de conocerla, empecemos a amar a esa ciudad que ha sabido convertir lo que era necesario, la infraestructura imprescindible, en algo maravilloso.

El más icónico

Aunque a mí me parecen un conjunto y casi un pack indivisible, está claro que el más famoso de todos los puentes de Nueva York es el de Brooklyn, que fue el primero que cruzó el East River -que, por cierto, pese a su engañoso nombre es el realidad un brazo de mar- y unió la estrecha Manhattan con Long Island, la isla mucho más grande que su hermana por la que se expandió la Gran Manzana.

Fue un prodigio técnico y de la ingeniería en su momento: era el puente colgante más largo del mundo y el que más espacio tenía entre sus soportes. Pero más allá de eso, era y sigue siendo una preciosidad: con sus cableado infinito y sus torres neogóticas, poderosas y pétreas, altísimas cuando estás a sus pies, y eso que Nueva York es una ciudad de edificios a gran escala.

El Puente de Brooklyn tiene una amplia pasarela peatonal que lo recorre por encima del nivel del tráfico rodado y que lo hace especialmente disfrutable: incluso en un soleado y caluroso día de julio el frescor y la brisa marinos lo hacían un paseo delicioso. Yo les recomiendo que vayan desde Brooklyn hasta Manhattan, porque así tendrán de cara las fantásticas vistas del skyline de la ciudad.

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Manhattan, desde el puente de Brooklyn | C.Jordá

Pero más allá de las vistas, si algún día tienen la oportunidad de hacer ese recorrido no dejen de disfrutar del propio puente: de esas torres imponentes de las que les hablaba, de ese cableado infinito que parece una tela de araña sobre nuestras cabezas, de la sensación de altura e incluso de los taxis amarillos que pasan por debajo del viandante, todo es terriblemente neoyorquino. Con sus casi dos kilómetros de largo y con las paradas que merece, cruzarlo no debería ser cuestión de menos de una hora de tranquilo y placentero paseo.

De Brooklyn a Chinatown

El segundo puente más conocido de Nueva York es sin duda el de Manhattan, que de hecho era el que aparecía en la película de Woody Allen. Yo creo que no es más bonito que el de Brooklyn, aunque sí es algo más largo: supera los dos kilómetros de longitud.

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El Puente de Manhattan | C.Jordá

Fue el tercero de los que cruzó el East River, ya que llegó unos años después de el de Williamsburg, que está un poco más al norte. Este es el más largo de los tres, pero a mí me parece menos bonito, por supuesto que el de Brooklyn, pero también si lo comparamos con el de Manhattan, cuyas torres son algo más altas y, sobre todo, más gráciles.

Aunque hay una calzada peatonal que deja vistas bellísimas de los rascacielos y su vecino un poco más al sur, el Puente de Manhattan se cruza sobre todo en metro: los trenes abandonan sus túneles un poco antes y surgen a la superficie ya prácticamente sobre el tablero. Es el momento en el que los turistas que pueda haber en el vagón se agolpan en las ventanas a disfrutar de las vistas, mientras los indígenas los miran con una cierta displicencia, con la sensación de superioridad que les da disfrutar de ese espectáculo todos los días.

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Nueva York y el Puente de Brooklyn desde el Puente de Manhattan | C.Jordá

Con sus múltiples calzadas y niveles el observador lego diría que este puente refleja un estado más evolucionado de la ingeniería que el de Brooklyn, no sólo por sus torres metálicas y estilizadas, sino porque no hay una maraña de cables tan aparentemente desordenada. Ese orden y ese canto al hierro tan visible en toda su estructura le dan su belleza distinta, industrial y personal.

DUMBO

No dejen de visitar, por cierto, la zona en la que prácticamente confluyen los puntos de partida en Brooklyn de los dos puentes de los que hemos hablado hasta ahora. Conocida como DUMBO (acrónimo en inglés de Bajo la Carretera Elevada del Puente de Manhattan) era un viejo barrio portuario transformado en una zona chic de tiendas chic y garitos de moda terriblemente agradables.

Reconozco que no sé que habrá sido de todos esos locales tras el paso de la pandemia, cuando podamos volver a viajar a Nueva York, pero aún así hay algo en DUMBO que seguro que no ha cambiado: alguna de las más maravillosas e inolvidables vistas sobre Manhattan que imaginarse puedan.

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El Puente de Brooklyn desde DUMBO | C.Jordá

Más y más puentes

Estuve dos meses cruzando todas las mañanas el puente de Williamsburg, hace una cantidad ya indecente de años, en vagones de metro que traqueteaban dejándome ver las tranquilas aguas del East River y acercándome al Shangri-La de acero, vidrio y hormigón de Manhattan. También lo crucé a pie, por supuesto, pero aún así su larguísima estructura -es el mayor de los tres puentes del sur de Manhattan- siempre me ha parecido menos estimulante que la de sus dos vecinos en la parte sur de la isla.

Hay otros puentes a través del East River más al norte, pero estos son aún menos turísticos, como tampoco lo es, aunque en su caso sí podría serio, el Verrazano-Narrows que está mucho más al sur y que no une Brooklyn con Manhattan sino con Staten Island.

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El Puente Verrazano-Narrows | C.Jordá

Es el larguísimo puente colgante -en su día y durante años el más largo del mundo y todavía hoy en los primeros puestos de esa lista de honor- que se ve desde el sur Manhattan y, sobre todo, desde el ferry a Staten Island. Lo crucé camino de Washington D.C. una mañana en la que nos habíamos adelantado al sol y no sólo disfrutamos de su enormidad y serena majestuosidad, sino también de unas espléndidas vistas de la ciudad que, en la lejanía, luchaba por deshacerse del abrazo de la niebla matutina.

Por terminar nuestro recorrido de la forma más exhaustiva posible, les recomendaré también la decena de puentes que se pueden encontrar en Central Park superando lagos, riachuelos y caminos. Alguno de ellos, especialmente el delicioso Bow Bridge, se ha convertido también en un símbolo de la ciudad y es el lugar ideal para pasear su amor de la mano de alguien a quien quieran y con el que contemplar el reflejo de las torres de Central Park West en el lago sea un momento especial. Y no se preocupen: si ese ser amado no existe o no está en ese momento con usted puede aprovechar para celebrar allí la magia de su idilio con Nueva York, de la que a estas alturas seguro que ya está enamorado.

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