No importa las veces que hayan visto Washington en una pantalla: les va a encantar
Aunque puede dejar la sensación de querer más, una excursión de un día a Washington nos permite ver lo más destacado de la capital de EEUU.
Sin el glamour de Nueva York, pero con su propio atractivo político y también cinematográfico, Washington no es un destino tan turístico como la ciudad de los rascacielos, pero sí recibe un buen número de visitantes y, la verdad, resulta que tiene bastante que ofrecerles.
Muchos turistas españoles conocen Washington en excursiones de ida y vuelta desde Nueva York y esa fue la opción que elegí en mi reciente viaje a la Gran Manzana. Quizá no sea la más óptima, uno se queda con la sensación de que la capital de los Estados Unidos merece algo más, pero sí es una forma razonable de ver los puntos más destacados de la ciudad, aunque sea de forma exprés, sin que eso interfiera mucho en nuestros días en Nueva York, que es a lo que de verdad vamos casi todos.
Para estas expediciones hay múltiples opciones y nosotros nos decidimos por una excursión privada con Civitatis que, por sólo un poco más de dinero, nos ofrecía mucha más comodidad y un trato más personal que el de un gran grupo. Lo cierto es que fue una buena elección y disfrutamos de un largo y cansado pero estupendo día.
Un pequeño pero impresionante trozo de América
Casi 400 kilómetros separan las dos ciudades, una distancia más que respetable en España pero que, sin embargo, es poco más que una minúscula rayita en el mapa de los inmensos Estados Unidos.
Aún así, ese trayecto apenas nimio nos permite adentrarnos en cuatro estados -Nueva Jersey, Delaware, un poquito de Pensilvania y, finalmente, Virginia- y nos permitirá también maravillarnos ante las proporciones de la naturaleza en América, por ejemplo al cruzar los grandiosos ríos que encontramos en nuestro camino: el Hudson, el Delaware, el desconocido pero enorme Susquehanna y, por supuesto, el Potomac ya en Washington.
E incluso, según la ruta elegida, quizá puedan ver sorprendentes hitos de la ingeniería, como el puente sobre la Bahía Chesapeake –en su día la mayor estructura de acero sobre agua del planeta– o el Verrazano-Narrows, que también fue durante 17 años el puente colgante más largo del mundo.
El cementerio más famoso del mundo
Pero hablemos de Washington, que se supone que era de lo que íbamos a hablar. Tras atravesar las afueras de la ciudad y ver según pasamos algunos elementos míticos de nuestra memoria política y cinematográfica como el enorme edificio del Pentágono, llegamos a lo que será uno de los platos fuertes de nuestro viaje: el Cementerio de Arlington.
Se trata del mayor cementerio militar de EEUU, ya que todos los miembros de las diferentes ramas del ejército pueden ser enterrados –y lo que es más importante: honrados– allí si lo desean, junto con sus familiares directos. Quizá no resulte tan emocionante como el de Normandía del que les hablé hace poco, pero es desde luego aún más impresionante: cientos de miles de tumbas ocupan un terreno en el que literalmente se pierde la vista. Un paisaje, además, amable, de colinas por las que los cientos de miles de lápidas blancas se deslizan ordenadamente, entre enormes árboles que ofrecen una refrescante sombra imprescindible en el duro verano washingtoniano.
Y, como no, hay un atractivo del Cementerio de Arlington con el que es difícil competir: sus inquilinos más ilustres, la familia Kennedy que ocupa un lugar privilegiado, siempre rodeados de turistas y con unas bellísimas vistas sobre la ciudad.
De Lincoln a Iwo Jima: monumentos espectaculares
Muy cerca del cementerio está el monumento a Iwo Jima, con una espectacular y fotogénica escultura que reproduce la icónica fotografía. De allí la ruta va al centro del la ciudad, y llega al que es, probablemente, el mejor momento del viaje: conocer el National Mall -la icónica explanada en la que tantos acontecimientos históricos de los EEUU han tenido lugar- y algunos de sus elementos.
El primero es el impresionante Monumento a Lincoln, realmente una de esas imágenes que hemos visto millones de veces, pero que aún así logra impresionarnos. La serenidad del estilo neoclásico, las inmensas columnas y la enorme estatua que guarda en su interior como en un templo griego… Es un conjunto espectacular, bellísimo, que tengo que confesarles que me gustó mucho más de lo que esperaba.
Desde su escalera se puede completar una de las perspectivas más conocidas del mundo: todo el National Mall queda a nuestros pies, con el enorme obelisco que homenajea a George Washington y, al fondo, la gran y blanca mole del Capitolio. Además, podemos disfrutar esas vistas desde exactamente el mismo lugar -no tiene pérdida: hay una inscripción recordándolo grabada en la piedra- en el que Martin Luther King Jr. dijo que había tenido un sueño.
A uno y otro lado del monumento a Lincoln están dos memoriales a dos de los conflictos bélicos en los que EEUU luchó durante el siglo XX, ambos en Asia: la Guerra de Corea y la de Vietnam. Los dos son muy interesantes, aunque personalmente me gustó más el segundo, ya que contiene los nombres de todos los soldados que murieron en aquella guerra lejana y eso hace que siempre haya familiares o amigos alrededor de alguno de estos nombres. Hermanos, hijos o nietos que establecien un relación absolutamente humana con el pulido mármol negro, que tocan las letras o incluso dejan cartas. Es muy emocionante.
De la Casa Blanca al Museo
Tras conocer los tres puntos de interés en la zona oeste del National Mall la excursión nos lleva por la Casa Blanca, siempre con manifestantes en su puerta; el Teatro Ford en el que fue asesinado Abraham Lincoln; las oficinas centrales del FBI… y, de nuevo, al National Mall, sólo que ahora a su parte oeste, donde está la blanca e imponente figura del Capitolio, con su altísima cúpula.
Es la última parada política, por así decirlo, de nuestro viaje, que después nos despedirá de Washington visitando otro de los puntos fuertes del día: el Museo Nacional del Aire y el Espacio.
Como todos los museos de esa increíble institución que es el Smithsonian es gratuito y, a pesar de que se puede visitar razonablemente bien en unas pocas horas, guarda algunos tesoros increíbles: piezas auténticas de misiones espaciales, algunos de los aviones más importantes de la historia de la aviación –entre ellos, agárrense, nada más y nada menos que ¡el auténtico biplano de los hermanos Wright con el que hicieron el primer vuelo de la historia!– e incluso se puede acariciar un pequeño pedacito de la luna.
El Smithsonian y sus otros museos en Washington –¡más de una docena!– son otra de las razones, quizá la principal, por las que uno se queda con ganas de más al conocer una ciudad que ya es fascinante en un día, y que seguro que puede serlo varios más.