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Memoria rápida de un Oporto que siempre es más hermoso de lo que recordabas

El centro histórico de Oporto y el puente Don Luis vistos desde el mirador del Monasterio de la Sierra del Pilar.
Un paseo rápido por Oporto

Nada más salir de la maraña de autopistas por las que se entra o se rodea Oporto, la ciudad empezó a parecerme interesante. No es que hubiese nada especial, pero las modestas fachadas de azulejos iban cambiado de colores en lo que casi parecía un turno ordenado, las cuestas les daban a las calles una perspectiva especial y todo iba adquiriendo una insólita fotogenia, que yo diría que es la principal característica de la segunda mayor urbe de Portugal.

Según nos íbamos a acercando al centro y la ciudad iba precipitándose hacia el río, esa belleza un tanto doméstica e intangible se iba convirtiendo en algo no diría que más lujoso, pero sí que todavía más hermoso y con una pátina de historia que en la mayor parte de Oporto es también una ligera capa de dejadez, mugre y decadencia –diría que algo más sutil ahora que hace años, en mi anterior visita– que no sé por qué le sienta muy bien a las calles portuguesas.

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Foto: C.Jordá

Hacía mucho tiempo que no visitaba la ciudad junto al Duero y ahora, como entonces, no he podido hacer más que un viaje rápido, apresurado, pero no puedo resistirme a hablar de un lugar que he disfrutado muchísimo y que es aún más hermoso de lo que era en mi recuerdo.

Cuando lo viejo es lo último

De alguna manera Oporto ha logrado, yo diría que sin habérselo propuesto, que muchas de las cosas que se le estaban quedando anticuadas de repente fuesen novísimas, así que la ciudad se ha modernizado, se está modernizando, sin dejar de estar vieja. Deliciosamente vieja, eso sí, estilosa y decadentemente vieja, pero al mismo tiempo a la última e incluso con un toque hípster que, no se preocupen, tampoco es excesivo.

Vean por ejemplo el famoso letrero frente a la estación de Sao Bento, que sigue invitándonos a vestir "ben e barato" y que en su diseño cutrón se ha convertido en un símbolo de la ciudad, igual que las tiendas de ultramarinos que venden desde bacalao hasta exquisitos vinos en botellas llenas de polvo que, un poco como la propia Oporto, guardan elixires divinos en esos recipientes que parecen recién sacados del olvido y, si me apuran, del vertedero.

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Foto: C.Jordá

Los cafés más clásicos también están de moda y en las calles cerca de la Avenida de Aliados sus salones elegantes se llenan de viajeros y portugueses que toman café y pasteles de nata, deliciosos ambos aunque los pasteles resulta que son de crema, como tampoco el vino de Oporto es en realidad de Oporto si nos ponemos estrictos: las vides están más arriba en el curso del Duero y las bodegas están al otro lado del río, en Vila Nova de Gaia que, aunque pueda no parecerlo –y desde luego apuesto a que la mayor parte de los turistas no lo sabe– es una ciudad distinta.

La ribera más hermosa

Ya que hablamos de Vila Nova de Gaia, es un buen momento para recorrer esa bellísima fachada que la ciudad ofrece al Duero, un espectáculo inolvidable, uno de los rincones urbanos más hermosos que he conocido en Europa, también con esa capa de decadencia controlada que todo lo impregna en Oporto y que le sienta tan bien.

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Foto: C.Jordá

Desde la orilla derecha, siguiendo el curso de la corriente, vemos más allá del agua las bodegas de Vilanova asomando sus nombres al río, la bellísima eficacia metálica del Puente de Don Luis y la mole redonda del Monasterio de la Sierra del Pilar.

Desde el otro lado, y siempre con la imponente presencia del puente cerrando el cuadro, contemplamos como el centro histórico de Oporto se abigarra junto las aguas en una pendiente caótica, colorida y bella que culmina en el enorme palacio episcopal, la más modesta catedral y, algo más lejos, la gracia barroca de la Torre de los Clérigos, que es un poco como la aguja de la brújula de los portuenses.

Suban al barco

Les recomiendo encarecidamente un viaje en barco por el río que puede llevarles aguas arriba a disfrutar de la excelente colección de puentes de la ciudad, en la que también los más modernos son muy interesantes, y aguas abajo hasta el punto en el que el Duero está ya casi vertiéndose en el Atlántico.

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Foto: C.Jordá

Es un complemento casi imprescindible para admirar esta ciudad que tiene tantas cosas –de las que no voy a hablar, porque mi visita relámpago no dio para visitarlas–, como también lo es cruzar a pie alguno de los puentes, por ejemplo el de Don Luis, y contemplar desde la altura la belleza a través de la cual el río Duero se abre paso sin pedir permiso ni perdón, ya que al fin y al cabo él tiene la mayor parte de la culpa.

Reservado a tranvías, peatones y bicicletas los turistas se apoyan en sus barandillas y se hacen selfis con el hermoso fondo de la ciudad –las dos ciudades en realidad– y el río. Tengan cuidado con esa vista: les impregnará de saudade y, sobre todo, de ganas de volver a un Oporto que la próxima vez aún será más bello.

Yo, desde luego, ya estoy sufriendo esa melódica saudade y, sobre todo, estoy deseando volver una vez más.

Un hotel que vale la pena

No suelo hablar de los hoteles en los que me alojo –aunque quizá debería– pero en esta ocasión voy a hacer una excepción porque el Mercure Porto Centro Aliados es una opción excelente no sólo para una visita práctica a la ciudad, sino para una estancia especialmente placentera.

Lo primero viene de su ubicación, en pleno centro histórico a sólo unos pasos de la famosa estación de Sao Bento y yo diría que a no más de diez minutos a pie de prácticamente todos los monumentos y lugares especiales de esa zona de la ciudad.

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Foto: C.Jordá

Lo segundo se lo dará el hotel en sí, un estupendo cuatro estrellas con una pequeña pero deliciosa piscina, zonas comunes elegantes y agradables y unas habitaciones muy confortables y que tienen un diseño precioso, moderno y al mismo tiempo completamente acorde con la ciudad. En fin, que vale la pena por una vez decidirse por un sitio en el que no sólo dormir, sino también estar.

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