Malinas: la mejor excusa para salir de tu ruta en Flandes
La pequeña ciudad en la que vivió su infancia Carlos I es una pequeña joya que descubrir en Flandes.
Tranquila, bonita, provinciana en el mejor sentido de la palabra, Malinas es una de esas ciudades en las que uno piensa que podría quedarse a vivir, aunque como viajeros sepamos que eso es imposible. Pero andas por sus plazas, disfrutas de sus cafés y sus restaurantes, contemplas sus muchas iglesias y su bellísima catedral y piensas que allí podría ser, que allí se podría llevar esa vida alejada del mundanal ruido.
Lo importante, en cualquier caso, no es la ensoñación sedentaria del viajero, sino descubrir en Malinas un secreto dentro de Flandes y de Bélgica, menos rutilante quizá que las ciudades más famosas y turísticas (Gante, Brujas, la propia Bruselas…) pero con un encanto propio, especial y quizá –aunque no ahora que les estoy fastidiando la sorpresa- inesperado.
Alrededor del mercado
El centro histórico de Malinas se ordena alrededor de la impresionante Plaza del Mercado, grande por no decir inmensa y con una forma un tanto extraña al menos visualmente, ya que la catedral y un grupo de casas parecen interrumpirla pero no terminarla.
En cualquier caso, es muy bella, con los edificios del ayuntamiento en un extremo y la gigantesca mole del templo asomándose en el otro lado. Malinas tiene una extraordinaria colección de iglesias, pero la más impresionante y hermosa es, lógicamente, la catedral. Gótica, más alta y grande de lo que parece desde fuera, ni siquiera los adornos barrocos posteriores logran romper la pureza de un gótico que se admira desde el principio hasta el final porque no hay un coro en mitad de la nave central, como suele haberlo en las catedrales españolas.
La joya de la catedral es su torre y eso que ni tan siquiera está terminada, algo que se aprecia a simple vista tanto por su abrupto final como por su solidez, en la que se le adivina una altura mayor. Aún así, con sus 97 metros es una de las más altas de Bélgica, pero se dice que estaba pensada para llegar a los 167 metros, con lo que habría sido la más alta de Europa.
Los problemas presupuestarios impidieron a la torre de San Rumoldo –el mártir al que está dedicada la catedral- ostentar ese récord, aún así la subida de 500 escalones es lo bastante dura como para sacar pecho si se alcanza la cima, desde la que las vistas son impresionantes. Eso sí, puede que las salas interiores de la torre, especialmente el espectacular carillón, le gusten aún más que las vistas, sobre todo si tiene la suerte de ver como lo tocan dos expertos como fue mi caso.
Los Beguinarios
Una de las cosas más interesantes de Malinas son los beguinarios. Hasta donde yo sé es una peculiaridad de Flandes –compruebo que los hay en otras zonas, pero ni tantos ni tan grandes-: barrios enteros de origen medieval dentro de las ciudades en los que vivían las beguinas, mujeres de vida entregada a la religión, pero que no adoptaban los hábitos de una orden religiosa como tal.
En Malinas hay dos: el Menor y el Mayor o Nuevo –que no les engañe el nombre, data del siglo XVI-. Eran pequeñas o no tan pequeñas ciudades dentro de la ciudad, con todos los servicios y una especial ordenación urbana, con casas peculiares y, sobre todo, un inconfundible aire a zona medieval.
El Mayor es mucho más grande y, desde luego, es un ejemplo perfecto de lo que eran estos barrios muchos de los cuales han sido declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. El Menor es poco más de una calle, pero me resultó verdaderamente encantador y, aunque sea menos espectacular, les recomiendo no perdérselo.
Amargura en Kazerne Dossin
Mi visita a Malinas terminó en Kazerne Dossin, les recomendaría no hacerlo así para no dejar la ciudad con un amargo sabor de boca, pero al mismo tiempo les digo que no deben perderse ese espléndido museo sobre el Holocausto.
¿Por qué un museo sobre la Shoa en Malinas? No, no había en la ciudad una gran comunidad judía, pero por los azares de la historia unas instalaciones militares junto a lo que hoy es Kazerne Dossin fueron el lugar en el que se agrupó a miles de judíos de toda Bélgica antes de su viaje a la muerte, sobre todo en Auschwitz-Birkenau.
25.482 judíos y 352 gitanos partieron y sólo 1.395 sobrevivieron. Uno de cada veinte aproximadamente. En el museo podemos ver muchos de sus rostros en un escalofriante mural y percibir lo terrible de la estadística porque las fotos de los supervivientes están coloreadas... y el gris es abrumadoramente mayoritario.
Hay también algunas obras de arte –por ejemplo, una bella y turbadora escultura en la planta baja- y, sobre todo, muchísima información y muchísimos testimonios en soporte audiovisual para una visita que es más que recomendable pero que, como les decía, no deben dejar para el final.
Sea como sea, estoy convencido de que cuando dejen Malinas tendrán la sensación de haber hecho uno de esos descubrimientos que contar a sus familiares y amigos, a los que recomendarán salirse de rutas más trilladas y dedicar al menos un par de días a esta ciudad pequeña, hermosa y llena de historias, incluso algunas terribles.