El pasado 8 de noviembre Estados Unidos abría sus puertas de nuevo al turismo tras más de año y medio en el que viajar hasta allí era difícil cuando no imposible. Personalmente conozco muy poco de ese gran país -¡y no por falta de ganas!- pero bastante más de una de sus ciudades que, a estas alturas muchos de ustedes ya lo sabrán, es probablemente mi lugar preferido en este mundo: Nueva York.
Así que tengo que aprovechar esta reapertura para hablarles de otro de los muchos atractivos de la Gran Manzana, que quizá no sea el principal para muchos pero sí es, en mi opinión, una de las cosas que hace que la ciudad esté a otro nivel, en ese en el que sólo se pueden encontrar las capitales más importantes del planeta.
El primero de este repaso tiene que ser el Metropolitan Museum of Arts, que con el tiempo pasó a ser conocido simplemente como el Metropolitan y en estos tiempos de brevedad y ahorro de caracteres ya es solamente el Met a efectos comerciales.
Se trata de uno de esos museos que tienen una vocación universal y una amplitud de colecciones absolutamente excepcional. En este sentido, yo creo que sólo es comparable con el Louvre, pero sintiéndolo mucho por los parisinos, desde mi punto de vista el Met es aún superior, no sólo por la calidad de lo expuesto, sino también por la calidad de la exposición en sí: el propio museo y cómo va enseñándonos sus inmensos fondos son un espectáculo.
En el Met hay arqueología -la colección egipcia, por ejemplo, es excelente-, hay escultura, hay arquitectura y decoración, fotografía y, por supuesto, pintura: sobre todo con una representación amplia y de gran calidad de casi todos los grandes maestros de los siglos XIX y XX, incluyendo unos cuantos cuadros de Van Gogh absolutamente maravillosos, alguno de los más bellos de Picasso y, especialmente interesante para los españoles, algunos sobresalientes retratos de Goya y también -aunque pertenece a un particular- un curioso e impresionante cuadro con dos liebres que me gustó mucho.
Capaz de despliegues de una maravillosa arrogancia como meter un templo egipcio o el patio de un castillo español dentro del museo, visitar el Met es una experiencia sublime, una fiesta, un derroche de belleza y conocimiento que justificaría por sí mismo visitar la Gran Manzana.
La última vez que estuve en Nueva York el MoMa estaba en mitad de un proceso de renovación, pero aún recuerdo casi estremecido mi visita una década y media antes. Quizá sea el museo de arte moderno más importante del mundo y desde luego, tiene alguna de las obras más importantes de la historia: allí está Las señoritas de Aviñón de Picasso, por ejemplo, que quizá sea la obra clave de la pintura del siglo XX.
Mi recuerdo más conmovedor es para La noche estrellada de Van Gogh -¿han notado que me gusta Van Gogh?- que puede ser el cuadro más hermoso y conmovedor que jamás se haya pintado.
Y para los amantes de la pintura abstracta el MoMa será una fiesta: en ningún lugar del mundo se puede, creo yo, disfrutar como allí de grandes obras de Rotko y, sobre todo, de Pollock, y cuando digo grandes lo hago en todos los sentidos, no sólo por su belleza -quizá aquí esa palabra no tenga el sentido que queremos darle- o su importancia, sino también por su tamaño: formatos inmensos en los que uno puede casi literalmente sumergirse y que son una experiencia diferente.
No todos los museos de Nueva York son de arte y, de hecho, uno de los más destacados no lo es: el Museo Americano de Historia Natural no sólo ha alcanzado la fama cinematográfica en la famosa película, sino que es uno de los más interesantes y visitados de la ciudad.
Sus preciosos dioramas parece que nunca pasarán de moda, resultan realmente elegantes y tienen una capacidad evocadora que sorprende. Además de eso, la colección de fósiles de dinosauro es impresionante y hará las delicias de niños… y de mayores. Por último, el planetario, también dentro del museo, es otra visita obligatoria.
También en este apartado de museos no directamente relacionados con el arte les recomendaría el dedicado al 11S, del que ya hablé por aquí y que es una visita sobrecogedora. Como lo es, aunque sea por otros motivos, el Museo Nacional de la Inmigración en la isla de Ellis, siempre una de mis visitas más recomendadas en la ciudad.
Como es lógico, el listado podría alargarse casi sin encontrar un final, pero como eso es imposible acabaré con dos joyas que me gustan especialmente. Uno es The Cloisters, un extensión del Met al norte de Manhattan en el que se muestra arte medieval, incluidos algunos claustros llevados allí piedra a piedra.
El otro es la Frick Collection, una pequeña pero espectacular colección particular que se exhibe en la mansión de su creador en la Avenida Madison. No son muchos cuadros pero la selección de pintores es impresionante (Velázquez, Goya, Turner, Vermeer…) y de casi todos ellos se exponen auténticas obras maestras. En resumen: una gozada imprescindible.