La Suiza más amable y hermosa junto a los Alpes más impresionantes
La localidad de Grindewald, cerca de Interlaken, nos permite encontrar la Suiza más tópica y bella, con los Alpes más impresionantes.
¿Es usted alguien que se deja llevar por los tópicos cuando imagina un lugar? ¿Cree, por ejemplo, en la idílica visión de los Alpes Suizos en los que bellísimas y altísimas montañas son el espectacular telón de fondo de valles de un verde casi cegador, sólo matizado cuando los prados se llenan de florecillas en primavera? ¿imagina esos valles y esos prados extremadamente tranquilos, sin otros ocupantes que unas vacas que pastan tranquilamente haciendo sonar sus cencerros para que el tolón-tolón, el correr de los riachuelos y el piar de los pájaros sean la música de fondo que casi nos acuna? ¿Piensa también que más arriba estarán las cumbres impresionantes, las nieves eternas, los glaciares y los picos míticos en la historia del alpinismo?
Si es así, si es usted víctima de esta visión tan tópica que casi es vulgar, si es esa postal tan tradicional lo que le gustaría encontrar en un viaje a Suiza… enhorabuena, porque así son exactamente las montañas suizas: un escenario casi de cuento, maravilloso, bellísimo y que cumple -para bien, sin cartón piedra, sin necesidad de escenificaciones falsas- con los más encantadores tópicos que nos podríamos imaginar. Vaya, que hasta hay fábricas de chocolate a poco que te descuides.
Pude conocer esta Suiza maravillosamente postalera alrededor de Grindewald, una de las puertas de entrada clásica a las cumbres y las estaciones de esquí alpinas y, muy especialmente, el lugar desde el que asaltar nada más y nada menos que el edificio más alto de Europa y el mayor glaciar de los Alpes, aunque de eso les hablaré un poco más adelante.
Lagos y trenes cremallera
Llegar hasta Grindewald ya nos ofrece algunas estampas de esas que hacen al país helvético un destino con un carácter muy personal: el tren recorre la orilla del Lago de Thun sin darse mucha prisa y dejándonos disfrutar de unas vistas preciosas. En Interlaken cambiamos a un tren de cremallera -otra imprescindible de un viaje a Suiza- que chirría cuesta arriba por un valle tan estrecho que casi es desfiladero hasta la estación de término en Grindewald.
Ante nuestros ojos la imponente mole del Eiger domina un paisaje en que la pequeña ciudad alpina se extiende, casi diríamos que se desparrama, por las verdísimas laderas que jalonan casonas de madera que, como todo lo demás, son inconfundiblemente suizas.
Pero Grindewald no se ha conformado con la belleza que la rodea ni con ser un destino típico del alpinismo -el Eiger es una cumbre mítica-, sino que se ha modernizado con un área de actividades en la parte alta del valle.
Como tantas cosas en Suiza está todo a nuestro alcance y con la máxima comodidad: se llega hasta lo más alto de la zona en un teleférico que sale del centro de Grindewald y con el que ya disfrutamos de una primera entrega de las bellísimas vistas. El trayecto ya nos parecerá insuperable, pero nada más dejar la cabina nos espera el First Cliff Walk, un increíble paseo por un acantilado a cuya pared nos agarramos gracias a una pasarela metálica lo suficientemente estable para no agravar la sensación de vértigo y lo bastante pequeña para que nos sintamos a merced de la imponente naturaleza.
El paseo termina en una extensión de la pasarela que va literalmente más allá del precipicio, allí donde el valle ya está cientos de metros bajos nuestros pies y las vistas son tan impresionantes que hasta los turistas asiáticos las contemplan, algo más de unos segundos, antes de hacerse un selfi.
Hay tirolinas y otros ingenios mecánicos que nos hacen disfrutar de la montaña mientras generamos adrenalina, y también tenemos la posibilidad de lanzarnos valle abajo en un cochecito de hierro y una especie de bicicleta-patinete que resultan mucho más divertidos y emocionantes de lo que su aparentemente inofensivo aspecto puede hacer.
El edificio más alto de Europa
Desde Grindewald sale el tren que les llevará en una de las excursiones más sorprendentes de su vida: el que sube hasta el Jungfraujoch. Se trata de dos trayectos en trenes de cremallera que concluyen nada más y nada menos que a 3.454 metros de altura, allí donde está el edificio más alto de Europa, si bien no en el sentido que solemos dar a "más alto".
Todo el trayecto es una maravilla ya sea del paisaje o de la técnica. Para empezar los vagones nos suben por una empinadísima cuesta con la que bordeamos la imponente figura del Eiger. A nuestro alrededor vuelve a desplegarse esa Suiza maravillosamente tópica de la que les hablaba.
Más adelante se cambia de tren y el paisaje se vuelve más impresionante y salvaje aún, ya rodeados de nieve incluso en el mes de junio. Finalmente, el tren entra en el túnel de nueve kilómetros que nos lleva hasta casi las cumbres.
Allí salimos a lo que era un observatorio climático y se ha convertido en una excepcional atracción turística. A nuestros pies se extiende el enorme glaciar Aletsch, el más grande de los Alpes y uno de los mayores de Europa. Y a un lado el pico Jungfrau con sus 4.158 metros de altura, desafiando a un cielo de un azul tan intenso que parece pintado, que más que azul cielo llega a ser casi azul marino.
Obviamente en ese entorno de alta montaña el clima es una cuestión compleja, pero si tiene la suerte de disfrutar de un día soleado como el que disfruté yo les aseguro que será inolvidable. Si no es así podrán buscar algo de consuelo en las atracciones que se han construido allí, especialmente lo que llaman el Palacio de Hielo, que es en realidad un gran espacio excavado en el interior del glaciar que nos permite adentrarnos en la increíble masa de agua congelada, que nos rodea mientras sabemos que se está moviendo a la nada despreciable velocidad de 180 metros al año.
Sí, da un poco de miedo pero no me negarán que es absolutamente fascinante.