La Historia del mundo está en el Museo Británico
El 15 de enero de 1759 se inauguraba el Museo Británico, que se convertía así en uno de los primeros del mundo abiertos al público. Para recordar ese aniversario de una institución que ya va por los 256 años recupero este artículo que narra mi visita hace algún tiempo.
Les digo de verdad que a lo largo de mis viajes de los últimos años en muy pocos lugares me he emocionado tanto como en el Museo Británico de Londres. Sí, admito que mis emociones pueden parecerles un caso claro de esnobismo, pero es lo que hay: desde niño me gustó la historia y encontrarme cara a cara con piezas claves en ella es algo que todavía me pone los pelos de punta.
Y si hablamos de historia, o mejor de Historia, en el Museo Británico está, pese a su nombre local, buena parte de la de todo el mundo. Quizá si lo llamasen Museo del Imperio Británico sería más fácil comprender la amplitud de las colecciones y cómo, efectivamente, nos llevan a prácticamente cada rincón del globo.
No les voy a mentir: no tuve la semana de la que me gustaría disponer para recorrer el British sala a sala y pieza a pieza, intentando disfrutar de los millones de objetos que guarda y enseña el museo, tan sólo lo disfruté durante unas horas, pero fue tiempo más que suficiente para enamorarme y prometer más visitas: tengo toda una vida para conocerlo bien y les aseguro que lo haré.
Un poco del edificio
El grandioso edificio neoclásico en el que está el museo es también parte de la experiencia, desde su fachada de enormes columnas hasta sus salas y, sobre todo, el gran patio central que fue cubierto en el año 2000 con una estructura de metal y vidrio ideada por el estudio de Norman Foster y que es, sencillamente, espectacular.
Según leo por ahí es el la mayor plaza cubierta de Europa, y además de funcionar como un excelente "organizador" del flujo de personas, a un lado Egipto y Mesopotamia, al otro Oceanía... es sobre todo un lugar maravilloso en el que estar, sentarse y pasar un buen rato, disfrutando del ir y venir de los visitantes que llegan al museo casi desde tantos lugares como las obras en su interior.
Además, algunas maravillas nos sirven para ir abriendo boca de lo que encontraremos posteriormente en las salas: unos tótems indios, una escultura ecuestre romana... Y es también algo que en Londres nunca está de más: un lugar gratuito en el que refugiarse de la lluvia.
Del Valle del Nilo a Mesopotamia
Para mi desgraciadamente corta visita al Británico quise centrarme en dos elementos de las inmensas colecciones del museo: los mármoles del Partenón y los tesoros de Egipto.
Así que allí fui sintiéndome poco menos que Howard Carter y lo primero con lo que me di de bruces fue con la Piedra Rosetta, quizá el pedrusco más importante de la historia de la arqueología... Como les decía antes, encontrarme con aquello que he visto en los libros me emociona, en este caso la emoción fue aun mayor ya que tuve la oportunidad de enseñársela a mi hija de seis años y explicarle lo que era y su importancia.
No sé si lo recordará cuando se haga mayor, pero estoy seguro de que algún bien le hará, en la parte del cerebro en la que lo guarde.
Además de la roca que permitió a Jean-François Champollion descifrar los hasta entonces incompresibles dibujitos que decoraban los templos del Valle del Nilo, el British guarda una de las mejores colecciones de objetos del Egipto Antiguo del mundo, probablemente solo es inferior a la del Museo de El Cairo y me atrevería a decir que es mejor que la del Louvre o el Metropolitan de Nueva York: gigantescas estatuas, momias, objetos cotidianos de todo tipo...
Una parte menos conocida y que estoy seguro de que les sorprenderá como a mi es la dedicada a las antiguas culturas asirias. Se trata de un arte muy bello, que en ocasiones es impresionante, sobre todo en las representaciones de seres mitológicos como los Lammasu, con cabeza de hombre, alas de águila y cuerpo de toro; mientras que en otros momentos es de una delicadeza fascinante: los relieves que llenan las paredes de varias salas y que representan escenas de caza, guerreros, animales salvajes, peces en el agua...
El Partenón
El plato fuerte de mi visita, no obstante, fueron los relieves y las esculturas del Partenón de Atenas, el que fue considerado el templo más bello de la antigüedad clásica y la obra maestra de Fidias.
Los mármoles son, por supuesto, sobrecogedores, pero también lo es la forma en la que los contemplamos: una larga y alta galería para ellos solos, con los relieves de los frisios a los lados y las esculturas de los frontones, unos escalones por encima en los extremos.
Hay gente en la sala, pero no demasiada, podemos disfrutar de las obras, acercarnos a ellas, casi tocarlas y, desde luego, fotografiarlas con toda la tranquilidad del mundo, porque esa es otra de las características del museo: podemos hacer todas las fotos que queramos a todo lo que queramos.
Y todo esto –y muchísimo más- por el moderadísimo precio de 0 libras, porque la entrada al Museo Británico es gozosamente gratuita. Eso sí, a la salida hay una enorme urna de cristal en la que pueden, en la que deben, dejar un donativo, ¿qué son unas pocas libras después de haber contemplado la Historia?