Aún con el fenomenal patrimonio que tiene España en cuanto a iglesias y catedrales, creo que hablando de estas últimas siempre acuden a nuestra mente un número relativamente reducido ellas: León, Santiago, Córdoba, quizá Sevilla, puede que Palma y, sin duda, Burgos.
Y desde luego que la impresionante catedral burgalesa merece sin duda esa posición de privilegio, o esa consideración si preferimos decirlo así: no sólo es un edificio de unas proporciones descomunales y una bellísima factura, sino que en su interior guarda una impresionante colección de objetos y obras artísticas.
Además, supongo que por un proceso histórico no exento de fortuna es una iglesia que nos da perspectivas interesantes: la vista justo tras atravesar el espectacular Arco de Santamaría, que es una preciosidad por sí mismo, es realmente impactante; como la de la fachada desde lo alto de la escalinata que sube a la calle Fernán González.
Sensaciones contradictorias
El interior de la iglesia me provoca una sensación un poco contradictoria: por un lado el conjunto de la iglesia es muy difícil de apreciar, ya que la unidad original de la obra está destrozada por todos los aditamentos que se le han ido añadiendo con los siglos. Algo que en cualquier caso ocurre en casi todas las catedrales españolas, pero me dio la impresión de que en la burgalesa es todavía más acentuado.
Pero por el otro lado, y en Burgos como en ningún otro caso, muchos de esos aditamentos son verdaderas maravillas que contribuyen a que el resultado final sea el que es: una de las iglesias más bellas de Castilla y de toda España.
El mejor ejemplo de esto es la Capilla de los Condestables, una de las obras de arte más hermosas que se puede visitar en una iglesia española. Cuando la visité un guía explicaba a unos patidifusos italianos que la capilla era una "catedral en miniatura" y, de hecho, pese a su reducido tamaño tiene muchos de los elementos de una gran iglesia, incluso el coro labrado en madera.
Además, y sobre todo, su espectacular y altísima bóveda, una auténtica maravilla arquitectónica, nos remite a mucho más que una mera cripta, como también lo hace el impresionante altar de madera policromada o los escudos nobiliarios que decoran las paredes.
Otro elemento que no hay que perderse es la escalera de Diego de Siloé, una forma brillante de convertir un problema arquitectónico de difícil solución, el desnivel de la calle Fernán González con el suelo de la Catedral, en uno de sus rincones más atractivos.
Tampoco hay que perderse el impresionante claustro, de dos pisos y con un gótico de líneas puras y hermosas, con grandes ventanales que filtran una luz tamizada y cálida.
En uno de ellos, por cierto, creo recordar que el bajo, encontraremos un cuadro del Cid pintado hace unos pocos años que es tan feo y de tan poca calidad que casi resulta de imprescindible visionado: al fin y al cabo es posible que en ningún lugar tan artísticamente importante de España haya una obra tan artísticamente pobre. El propio Cid debe estar revolviéndose en su tumba, unos metros más allá frente al altar mayor.
Por último, no hay que dejar de visitar el Museo Catedralicio, del que el propio claustro forma parte y que reúna una colección impresionante de piezas de arte sacro. Además, gracias a una renovación bastante reciente la verdad es que las obras se muestran de una forma muy cuidada que hace resaltar todavía más su valor...
En reaumente, el conjunto de la Catedral es realmente impresionante y lo mejor que se puede decir de él es que merece la fama y el reconocimiento como Patrimonio de la Humanidad que tiene.
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