Y es que hay establecimientos hoteleros que en vez del prometido descanso, del relax y el placer playero que buscamos en unas vacaciones nos ofrecen noches de auténtica pesadilla en las que puede que no nos encontremos a Anthony Perkins con un cuchillo jamonero en la ducha, pero sí otras cosas casi tan desagradables en los baños.
Así, en el último boletín de Tripadvisor nos cuentas unas cuantas películas de miedo que tienen como “escenarios naturales” hoteles de todo el mundo. Además, son historias que reúnen prácticamente todo, es decir, cuando la higiene deja bastante que desear eso no suele compensarse con el desayuno y el trato personal ni puede definirse con términos como “profesionalidad” o “amabilidad”.
Hay horrores de lo más variado: unos turistas en Bali se encontraron un ratón nadando tranquilamente en el váter, además se quejan de que el desayuno era un desastre y “el bacon no sabía a bacon”. Afortunadamente para ellos, no han llegado a establecer una posible relación entre ambos hechos.
Otro turista, de forma un tanto injusta creo yo, critica a un hotel de Nueva York porque en mitad de la noche el techo del establecimiento voló literalmente y el hotel se inundó por completo, incluida su habitación. Hombre, yo creo que culpar al hotel de las catástrofes naturales no es justo…
Los pubs irlandeses son algo encantador y uno de los reclamos turísticos de la verde Eire, pero la cosa pierde guasa cuando tienes uno justo debajo de tu habitación y el ruido es insoportable hasta las dos de la madrugada, hora en la que toman el relevo los vecinos con un extraño ataque de locura. El colofón perfecto: que la mujer de la limpieza te eche de la habitación a las 11 de la mañana después de dormir cuatro horas escasas.
Hay historias menos espectaculares pero que no dejaron de fastidiarle las vacaciones a alguien, como al crédulo turista que reservó una habitación “con vistas al océano” y resultó que tenía unas espléndidas vistas… a una autovía.
Personalmente, no recuerdo grandes traumas en mis experiencias hoteleras, con la excepción de una noche que pasé en un hostal de mala muerte en la costa catalana por motivos que no vienen al caso. La cama era de una calidad tal que no habría podido descansar ni la momia de Ramsés II, pero lo peor no fue eso sino que mi compañero de habitación, un familiar por el que guardo un fuerte aprecio, no se mostró muy de acuerdo con mi apreciación sobre la comodidad de los colchones y decidió llevar el ronquido a una nueva frontera, convertirlo en deporte olímpico o vaya usted a saber qué (pero aquello tenía que tener un propósito).
Para más INRI, ese mismo día había hecho un viaje bastante largo, había asistido a un acontecimiento social agotador y la temperatura rondaba los 40 grados con una bonita humedad, es decir, estaba roto.
No dormí absolutamente nada y ya cansado de dar vueltas decidí que me levantaría a las siete de la mañana y me iría a desayunar. Ya fuese por la ley de Murphy o porque ya no quedaban más plusmarcas de ronquidos que atacar, mi compañero de habitación decidió entrar en un profundo silencio justo a las 6:55.
Creo que nunca me he sentido tan desgraciado. Por supuesto, ya fui incapaz de dormir.
Pero ustedes no se preocupen, la última vez que pasé por allí aquel infecto local ya había cerrado, supongo que no pudieron resistir los ronquidos.