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Haarlem, lo mejor de esa Holanda desconocida

Aunque los viajes más comunes a Holanda en muy pocas ocasiones salen de Ámsterdam –ese típico recorrido de Bruselas a Brujas y de allí a la ciudad de los canales-, lo cierto es que ese pequeño país al norte es mucho más que la preciosa urbe junto al Amstel, los coffee shop y el Barrio Rojo.

Es, por ejemplo, Rotterdam y su arquitectura moderna de la que ya les hablé hace mucho, o su impresionante puerto, que también pasó por aquí; son pequeños pueblecitos cargados de historia como Thorn; es la universitaria Utrecht, llena de vida y sorpresas y de la que les hablaré pronto; y es también, prácticamente a las puertas de Ámsterdam, una preciosa ciudad como Haarlem, con su nombre de resonancias neoyorquinas y uno de los cascos viejos más bonitos, agradables y fotogénicos de Holanda.

Estuve por Haarlem en mí reciente viaje a Holanda, hace unas semanas, y me llevé una agradabilísima sorpresa, o mejor aún: dos. La primera la propia ciudad: una de esas que parece de cuento, con sus canales atravesando calles tranquilas y ordenadas, de casas bajas que transmiten un elevadísima calidad de vida al pobre viajero que las contempla con un punto de envidia.

Las bonitas calles Haarlem terminan en la Plaza Grote Markt, que como podrán adivinar aunque su holandés sea tan pobre como el mío es la Plaza del Mercado y que, a otro nivel, me recordó a la Grand Place de Bruselas.

No es tan ordenadita ni lujosa como la belga, pero tiene algunos edificios muy apreciables como la Lonja de la Carne, el Ayuntamiento o toda una fachada de viviendas en las que uno se compraría un piso inmediatamente… de tener el muchísimo dinero que deben valer. Los sábados por la mañana la plaza recupera su función original y se llena con un animado mercado de espectaculares puestos de fruta, verdura, pescado, pan o quesos, que los haarlemnienses –o cómo se diga- recorren con sus bolsas de la compra, a veces sin llegar a bajar de la bicicleta.

San Bavón

El conjunto es espectacular, sobre todo porque en mitad de la plaza, como puesta allí en el único hueco que quedaba tras hacer todo lo demás, está la impresionante iglesia de San Bavón, que es la segunda gran sorpresa de las que les hablaba antes.

San Bavón es de un bellísimo estilo gótico, con esa austeridad propia de los templos protestantes tan extraña para nosotros, con un interior de paredes blanquísimas y una increíble bóveda gótica de madera, como no recuerdo haberla visto en toda mi vida.

Por si todo esto les parece poco, y ya les digo yo que no lo es, además al pie de la nave central, allí donde en su día debía estar la entrada principal del templo, se encuentra el órgano. Pero no cualquier órgano sino uno de los más importantes del mundo, según he leído después de mi viaje. Y atención -aquí a mi lado más cultureta y gafapástico se le eriza el vello de placer- nada más y nada menos que el órgano que aparecía citado en Moby Dick, cuando Melville quería darnos idea de las dimensiones de la boca de la ballena:

Al ver estas columnatas de huesos tan metódicamente ordenadas en torno, ¿no pensaríais que estáis dentro del gran órgano de Haarlem, contemplando sus mil tubos?

Si algún día lo conocen les llamará la atención no sólo por su belleza sino también por ese inmenso tamaño, una estructura estilizada pero masiva –en el sentido que tendría en inglés massive- que de hecho lo convirtió en el mayor órgano del mundo cuando lo terminó, allá por 1738, un artesano de Ámsterdam llamado Christian Müller.

Aún hoy en día no debe haber muchos más grandes: sus 30 metros de altura y más de 5.000 tubos –sí, la cifra es correcta, no me he equivocado al teclear- son marcas que se me antojan difíciles de superar.

Además, a decir de los expertos la acústica de iglesia es también perfecta, por lo que el conjunto es considerado, como les digo, uno de los mejores del mundo. Algo tendrá cuando lo han tocado unos señores que respondían por Händel o Mendelssohn y un niño de diez años que después alcanzó cierta fama y cuyo apellido era Mozart.

Tuve la suerte, inmensa pero al parecer bastante habitual, que justo estando dentro de la iglesia el órgano empezó a sonar. Les aseguro que la sensación es de esas inolvidables, con la música envolviéndote y, literalmente –no vean qué frecuencias graves- haciéndote vibrar. Para que se hagan una idea les dejo un pequeño vídeo que grabé yo mismo, perdonen la pobre factura:

A todo esto han de sumarle más cosas: animadas calles comerciales de estupendas tiendas, fantásticas cervecerías llenas de gente con siete u ocho cervezas de grifo, uno de los molinos más hermosos de Holanda… y un par de museos que yo no tuve tiempo de visitar pero que serán la excusa perfecta para una segunda visita: el dedicado al gran artista local, Frans Hals; y el Teylers Museum, que es, curiosamente, el más antiguo del país.

Venga, no me dirán que no vale la pena salir de Ámsterdam.

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