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Artículos de viaje

Gruyères: montañas, queso, monstruos y chocolate en un paraíso medieval suizo

Gruyères y las montañas que la rodean, vista desde el valle. | <span>C.Jordá</span>

Quizá Gruyères sea el pueblo famoso más pequeño del mundo: solo unas docenas de casas en prácticamente una única calle tan corta como bella, en lo alto de una colina que termina poco antes de un imponente castillo.

Sí, admito que hago un poco de trampa porque probablemente Gruyères por sí mismo no es tan conocido, pero al fin y al cabo da su nombre a un queso de fama mundial que se elabora allí, entre las montañas, con las vacas disfrutando del increíble paisaje suizo y junto esplendor medieval de la villa.

Podemos empezar, precisamente, por el queso, que es el gran protagonista de La Maison du Gruyere, una mezcla de museo, centro de interpretación y fábrica alrededor del gruyer. Allí, por supuesto se puede probar esta delicia, conocer detalles sobre su historia y la del entorno y, finalmente, lo que más me gustó: presenciar en vivo y en directo el proceso de fabricación.

Fabricando queso gruyer | C.Jordá

Cada mañana se preparan dos tandas de un par de docenas de quesos cada una, que no parece mucho pero a 35 kilos por pieza es tonelada y media al día, que no está nada mal. La leche llegada de granjas cercanas se mantiene a la temperatura perfecta durante horas, se le añade el cuajo y, en el momento preciso que decide el maestro quesero, un par de operarios empiezan la elaboración de las enormes hogazas, que después se dejan madurar durante un mínimo de semanas y un máximo de aproximadamente un año.

Más o menos a partir de los diez meses convenientemente guardado y curado, el gruyer se convierte en un queso de sabor extraordinariamente intenso, un punto salado y picante, que nos llena la boca durante mucho tiempo después de haberlo comido, una auténtica delicia.

Una villa y un castillo

La Maison du Gruyere está en la parte del valle, en una zona algo más grande que la villa medieval. El pueblo lo vemos desde abajo, encaramado a la cresta de una pequeña pero escarpada colina que parece vigilada por las montañas mucho más altas que la rodean a una distancia prudencial, como queriendo disimular su labor de escolta.

Una vez arriba hay que dejar el coche en uno de los aparcamientos en la entrada y subir a pie un poco más hasta que entramos en la calle principal y casi única de Gruyères. Ancha, con edificios de evidente factura medieval a ambos lados, la calle baja en un primer tramo hasta una pequeña fuente muy suiza para luego ascender y, a través de una zona más estrecha en la que hay una pequeña ermita, dar en el castillo, cuya imponente mole vemos ya desde el principio.

La villa medieval de Gruyères, con el castillo al fondo | C.Jordá

Como no podía ser de otra forma la mayor parte de los edificios son ahora hoteles restaurantes y tiendas, pero lo cierto es que eso no le quita encanto a la minúscula villa, por la que un número muy razonable de visitantes -estamos en un día entre semana y no hay demasiados turistas- pasea despreocupadamente, disfrutando de la belleza del entorno y comprando algún que otro suvenir.

Una puerta por la que irrumpe con fuerza el sol de la tarde nos lleva a una de las entradas al recinto, con una pequeña muralla desde cuyas almenas se puede ver el precioso valle y las imponentes montañas circundantes.

La muralla es pequeña, un poco de juguete, como muchas cosas de Gruyères incluyendo la propia villa, pero desde luego no como el castillo, que está considerado uno de los más bonitos de Suiza. Obviamente, parte del mérito es de su ubicación, en lo alto de la colina y en lo alto de la villa, pero lo cierto es que el castillo es espectacular por sí mismo, desde sus pequeños jardines, hasta sus vistas o su patio interior con una larga balconada de madera.

El castillo de Gruyères | C.Jordá

En el interior, algunas salas muestran la espaciosa austeridad que esperamos de un castillo medieval entre montañas, mientras que otras reflejan el gusto por el lujo de los condes de Gruyères, que crearon estancias ricamente decoradas con obras de arte e incluso un curioso salón completamente pintado del suelo al techo. Admito que quizá no son los mejores frescos de la historia, pero no por ello la estancia deja de ser realmente curiosa, interesante y probablemente distinta a casi cualquier cosa que hayan visto antes.

De monstruos y montañas

Muy cerquita del castillo está otro de los lugares de Gruyères que me resultaron sorprendentes e interesantes: el Museo HR Giger. Quizá no lo conozcan por su nombre pero Giger fue un artista suizo del que seguro que han visto alguna de sus creaciones, ya que fue el diseñador -la mente artística detrás del proyecto, por así decirlo- del monstruo de la famosa película Alien, el octavo pasajero y sus sucesivas secuelas.

Giger no era de la zona, pero se enamoró de Gruyères y compró una gran casa allí para instalar un museo en el que hoy en día se puede disfrutar su extraño y oscuro arte, terrorífico en ocasiones, inquietante siempre.

Justo frente al museo, al otro lado de la estrecha calle, está la cafetería, que también merece una visita ya que está completamente decorada como si hubiese sido diseñada por el propio HR Giger, así que es una experiencia curiosa, como encontrarse en el interior de una nave alienígena y malvada.

Después de visitar el museo y el mundo de pesadilla espacial de Giger -tan poco previsible entre el encanto medieval de Gruyères- aún nos quedan cosas que ver, pero ya están fuera del casco antiguo de la villa. La primera es la Maison Cailler, una de las fábricas tradicionales de chocolate suizo en la que se puede hacer una visita bastante curiosa que acaba en una degustación de exquisitos bombones.

La segunda es Le Molèson, una montaña en la que primero un tren cremallera y después un teleférico nos elevan sin esforzarnos hasta los dos mil metros de altura desde los que se observa un panorama excepcional, con decenas y decenas de picos de los Alpes de un lado -llega a vislumbrarse el Mont Blancc-, y los valles que descienden hasta el lago de Ginebra del otro.

Existe una via ferrata que usan los más intrépidos y que se abraza a impresionantes y vertiginosas -literalmente- paredes de roca en vertical; no obstante, la mayoría subimos menos heroicamente pero con mayor comodidad en el tren y las cabinas, y disfrutamos de la cafetería en la cima y del mirador en el techo del restaurante.

Impresionante vista alpina desde Le Molèson | C.Jordá

Supongo que esta facilidad con la que subir montaña arriba con todo su equipamiento es una de las cosas que hace de Le Molèson un punto de partida ideal para los vuelos de los parapentistas, que saltan desde el borde del precipicio para surcar el aire puro de las alturas en un vuelo que nos da algo de envidia, pero no demasiada: con el viento de los Alpes en nuestro rostro y el panorama que nos rodea casi nos sentimos como si nosotros mismos estuviésemos volando sin alas ni paracaídas. Y les aseguro que es una sensación realmente inolvidable.

Un par de notas prácticas: podemos ir a Gruyères en tren con la comodidad del sistema de transporte suizo, siempre extraordinariamente puntual y confortable, y aprovechando las ventajas del Swiss Travel Pass que, con un billete, nos permite subir en prácticamente todos los trenes, autobuses y barcos de Suiza, además de entrar en más de 500 museos. Y para llegar a Suiza la compañía Swiss ofrece muchos vuelos y muchas frecuencias desde varios aeropuertos de España.

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