El milagro de vivir el teatro en el Festival de Almagro
Hasta el 30 de julio Almagro se convierte en meca del teatro con un Festival que tiene una oferta brutal y, sobre todo, con un espíritu muy especial.
Que un pueblo –o bueno, ciudad, que para eso tiene el título- de sólo 9.000 habitantes ofrezca un domingo de julio cuatro o cinco representaciones teatrales de primer nivel, además de exposiciones, tertulias, charlas… podría situarse en el terreno de la ciencia ficción de no existir Almagro y su Festival Internacional de Teatro Clásico, un milagro que viene repitiéndose cada mes de julio durante los últimos 40 años, pues en este 2017 cumple cuatro décadas.
Este pasado fin de semana he tenido la oportunidad de conocer tanto Almagro como el propio festival, en lo que ha sido un viaje más que recomendable en el que hemos mezclado gastronomía, monumentos, paisaje manchego, arquitectura popular y, por supuesto, teatro, puro teatro, como decía el viejo bolero.
Y en el fondo tiene sentido…
Decimos que el Festival de Almagro es un milagro veraniego y recurrente, pero también tiene cierto sentido ya que la ciudad se siente vinculada de una forma especial con las artes escénicas. No podía ser de otra forma para el lugar en el que se ha conservado el único corral de comedias completo de España, una auténtica joya que en sí misma justificaría visitar la localidad manchega.
Construido en 1628, reconvertido en una parte más del mesón en el que se encontraba cuando se prohibieron las representaciones en los corrales de comedias, y recuperado a partir de mediados del siglo XX, es probablemente el teatro en uso más antiguo del mundo o, si lo prefieren, el único que sigue cumpliendo la función para la que se construyó y ha atravesado los siglos sin sufrir alguna destrucción o sin convertirse –como hizo el Teatro Español de Madrid, por ejemplo- en una sala cerrada al estilo italiano.
Pero esa vinculación especial, ese amor por el teatro de los almagreños, ha sobrepasado el precioso pero pequeño espacio del Corral de Comedias y se extiende por los cuatro puntos cardinales de un pueblo que durante este mes de julio tiene cinco escenarios más en funcionamiento –el Hospital de San Juan, la Antigua Universidad Renacentista, el Teatro Municipal, el Espacio Miguel Narros y el pequeño Teatro la Veleta-, amén de algunos otros espacios que se usan más esporádicamente.
No son lugares cualquiera: tanto los más modernos y los más antiguos como los que son mitad modernos y antiguos y tanto los fijos como los que se montan exclusivamente para el Festival tienen un encanto especial que convierte cualquier representación –muchas al fresco aire libre de la noche veraniega- en algo que el espectador siente como único, especial, irrepetible.
Y más allá de los teatros, las charlas y las exposiciones –sin olvidar la del Museo Nacional del Teatro, que está en Almagro, dónde si no- hay algo aún más especial: estar en un pueblo en el que se respira teatro, en el que la gente ajusta sus horarios a las horas de entrada y salida de las funciones, en el que hoy se comenta la sesión de ayer y las localidades del segundo día se agotan si la representación del primero fue brillante, en el que actores, técnicos, críticos y público se van encontrando por la calle. En Almagro, durante julio, el día a día es el de una meca de las artes escénicas, más allá de que hoy toquen Calderón y Shakespeare y mañana Lope y Molière.
Una programación impresionante
Además hay, por supuesto, una programación amplísima que permite que el aficionado al teatro pueda crearse su propio programa de unos pocos días de intensidad absoluta, ya que los horarios permiten ver dos obras al día y algunos hasta tres.
Y para todos los gustos: desde los clásicos más clásicos hasta revisiones más modernas del pasado, en ocasiones menos para todos los públicos pero que son necesarias para completar un panorama real de lo que es el teatro hoy en día.
Durante el primer fin de semana del Festival, por ejemplo, se podía elegir entre dos acercamientos distintos a Shakespeare, una versión del Cyrano de Rostand, nuestro Calderón de la Barca y una adaptación y presunta reflexión teatral sobre el Quijote.
Personalmente no quería dejar de experimentar lo que es ver una obra en el Corral de Comedias, por desgracia los desvaríos sobre Don Quijote de una compañía quebequesa y otra catalana me parecieron una obra fallida, sin mucho fondo y desde luego sin gracia pese a los ímprobos esfuerzos por hacer reír al respetable de una forma bufa e incluso grosera por momentos.
Una pequeña decepción para la que la mejor cura fue una buena ración de Siglo de Oro español: al día siguiente vimos el espléndido montaje de La dama duende de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Representada al aire libre el en Hospital de San Juan, la obra de Calderón de la Barca realmente brilló con una puesta en escena bellísima, de una elegancia inaudita por momentos –hasta la pequeña selección musical fue perfecta- y, como cabía esperar, realmente bien interpretada: especialmente por una fantástica Marta Poveda como la propia Dama Duende. Una delicia, en suma, que estará en Almagro hasta el día 16 y que espero que luego pueda verse en otras partes de España.
Además, la propia Compañía Nacional de Teatro Clásico representará en lo que queda de Festival La judía de Toledo, Fuenteovejuna y El perro del hortelano y se sumergirá en el mundo de Quevedo –con Juan Echanove como el escritor-, así que los amantes del siglo de oro tienen citas más que interesantes para lo que queda de mes.
Eso, por citar sólo una pequeña parte de la inmensa oferta, en todos los estilos y para todos los tipos de público que el Festival nos propone hasta el próximo 30 de julio. Una oportunidad única, en suma, no sólo de ver teatro sino más bien de vivirlo, aunque dicho así y hablando de un pueblo –hermosísimo y con título de ciudad pero pueblo- como Almagro les sonará a fantasía… o a milagro.