Los trenes son casi tan suizos como los relojes o el chocolate. Toda Suiza está llena de raíles y el ferrocarril es una de las mejores formas de conocer el país.
Especialmente, hay todo un catálogo de trenes turísticos de diferentes tipos y con muchas líneas y destinos que sólo tienen una cosa en común: hacen que lo importante no sea sólo el punto final del trayecto sino el viaje en sí.
Hay para todos los gustos: líneas míticas que cruzan las montañas en decenas de túneles y centenares de puentes; recorridos tranquilos que nos llevan por el borde de bellísimos lagos; trenes que llegan a cumbres de más de 4.000 metros como el que nos permite ascender al Jungfrau; o incluso pequeñas delicias urbanas como el tren que sube a la montaña de Berna, la Gurten.
Tuve la posibilidad de conocer una de ellas en mi reciente viaje a Suiza, el Golden Pass, que cubre el trayecto entre Lucerna y Montreux. Es una línea peculiar porque se hace en tres trenes distintos: el primero nos lleva de Lucerna a Interlaken, el segundo desde allí hasta Zweisimmen y el tercero llegará hasta Montreux.
Lo bueno de esta configuración es que permite conocer y saborear la línea viajando en sólo uno de los tramos y, por tanto, de forma más económica. Además, también nos da la posibilidad de hacer el recorrido completo en distintos tipos de trenes: hay uno panorámico con enormes ventanales en los lados y el techo; otros temáticos como el tren del chocolate...
Sabor clásico... y lujoso
El que yo recomiendo el Classic, que recorre el último de estos trayectos y tiene el sabor y la atmósfera de los viejos trenes de época; de hecho está inspirado en el Golden Mountain Pullman Express de los años treinta, que a su vez se inspiraba en el Orient Express.
Es algo así como el entrañable Tren de la Fresa, pero en versión más lujosa: vagones de madera con asientos muy confortables, grandes ventanas que nos permiten disfrutar de todos los sitios por los que pasamos, puertas decoradas, telas bordadas... una delicia.
Pocas sensaciones tan placenteras como sentarte en tu amplio y confortable asiento en un vagón precioso y tomar un exquisito capuchino que la amable camarera te trae desde el vagón – restaurante mientras Suiza pasa ante tus ojos por la ventana.
Por cierto, ya que hablamos del restaurante les recomiendo tomar el almuerzo de abordo: un curioso plato de embutidos y quesos, realmente rico y que no puede ser más típico. Además, nos regalan la graciosa tabla de madera en la que se sirve.
Un paisaje excepcional
El paisaje es una verdadera maravilla: comprobamos kilómetro tras kilómetro como la visión idílica que tenemos de Suiza antes de conocerla se corresponde con la realidad casi al milímetro: impresionantes montañas (aunque no es un tren alpino), prados de un verde más que intenso en los que pacen tranquilamente las vacas, pequeños pueblos que parecen casi más un decorado y, por supuesto, majestuosos lagos.
Incluso las estaciones parecen hechas ex profeso para responder a nuestras expectativas, sobre todo las de algunos pueblos más pequeños que nos deleitan con edificios de madera y de tejados puntiagudos. Sin duda son tal y como pediríamos que fuesen si tuviésemos la posibilidad de elegir antes de salir.
El trayecto tiene algunos puntos fuertes como la llegada a Interlaken, pero creo que lo más impactante será lo que nos encontraremos en los alrededores de Montreux, es decir, el final o al principio de la ruta según hagamos el trayecto en uno u otro sentido.
Las vistas sobre el Lago Leman son impactantes, de hecho el lago y las montañas que lo rodean forman en Montreux uno de los paisajes más bellos que he visto en mi vida.
También podemos asomarnos a los viñedos de Lavaux, una zona que ha sido nombrada patrimonio de la humanidad y que es deslumbrante: ubicados en bancales los viñedos, más que cuidados y verdes, descienden por la ladera de la montaña hasta el borde del lago formando una de las riberas más bellas del mundo.
Finalmente, llegamos a Montreux, la ciudad de los grandes hoteles, del lujo y del festival de jazz, un destino con mucho que ver en sus alrededores y, sobre todo, uno de esos lugares en los que, en el preciso instante en el que te vas ya estás seguro de que volverás.