A pesar de que muchas de sus calles están más bien desaliñadas y de que su nivel de vida no es el de otras capitales, Estambul es sin duda una de las más hermosas ciudades de Europa y también una de las más interesantes. Entre sus muchas atracciones, algunas de las mezquitas están entre las más bellas del mundo.
El interés de la capital turca nace, entre otras muchas cosas, de su privilegiada posición geográfica a caballo de dos continentes, una posición pareja a su situación a medio camino entre el primer y el tercer mundo, entre oriente y occidente y, en cierto modo, entre el Islam y el Cristianismo, pues si bien se trata de una ciudad musulmana, no deja de ser Turquía el país en el que esta religión se vive de un modo más "occidental", al menos por ahora...
Estas formas occidentales se pueden encontrar en múltiples detalles, algunos no demasiado transcendentales como que incluso durante el sagrado mes del Ramadán es posible encontrar bares y restaurantes discretos en los que tomarse una cerveza; y otros que sí resultan de vital importancia como que los extranjeros infieles no tienen mayor problema en visitar todas las mezquitas de la ciudad, sin dejar de descalzarse, eso sí.
Dos edificios maravillosos un una misma plaza
La primera de ellas es probablemente la más famosa, la Mezquita Azul o del Sultán Ahmet, que está en la Plaza de Sultanahmet, el verdadero centro neurálgico de la ciudad. Ambas, plaza y mezquita reciben su nombre de Ahmet I, el Sultán que mandó construir la primera y trajo para ello a los mejores artesanos del Islam, cuya fama fue tal que algunos de ellos, según se dice, participarían luego en la construcción del Taj Mahal.
Aunque mucha gente cree lo contrario, el sobrenombre de la mezquita no proviene de la piedra de su exterior, sino de los azulejos de su interior, traídos desde las mejores fábricas del momento, las de Iznik.
Entrar en este edificio es una impresión verdaderamente brutal ya que, aunque su exterior es ya un ejemplo de belleza y armonía, probablemente no preludia la deslumbrante magnificencia de su interior, la amplitud de la gigantesca sala de oración, la luminosidad, la delicadeza de la decoración. Un lugar, en suma, en el que uno podría pasar horas rezando (si uno rezase) o cuanto menos contemplando la belleza que te rodea.
Justo frente a la Mezquita Azul está Santa Sofía, ahora museo después de haber sido construida como iglesia por Justiniano hace casi 1.500 años y de haber pasado siglos convertida es mezquita. Es un edificio impresionante que destaca por la enorme cúpula gracias a la cual se crea un grandioso espacio diáfano que resulta impactante, tanto como la lujosa decoración que todavía perdura a través de los siglos: mosaicos de increíble belleza, mármoles traídos de África…
De nuevo las magnitudes son importantes en la impresión que nos llevamos, Santa Sofía es tan grande que uno no puede dejar de sentirse aturdido; pero al mismo tiempo también hay pequeños detalles que nos sorprenden y nos cuentan algo de la increíble historia del edificio, como los graffitis dejados en una barandilla por los vikingos que saquearon Constantinopla en el año 907.
El arte de Sinán
El gran arquitecto de Estambul y de la Turquía otomana es, sin embargo, Sinán, que fue el constructor oficial de Solimán el Magnífico, uno de los más brillantes sultanes otomanos o, si lo vemos desde otro punto de vista, uno de los más terribles enemigos de la Cristiandad que vieron los siglos.
Sinán, un soldado que recorrió buena parte de Europa en las guerras de su sultán, desarrolló ya en su madurez lo que se ha considerado el estilo más depurado de la arquitectura otomana y Estambul es, como no, el mejor lugar para disfrutar de este legado, con mezquitas pequeñas pero deliciosas como las de Balí Pachá o Rustem Pachá y, sobre todo, la más conocida de todas: la Suleimaniya.
Aunque más que una mezquita, la Suleimaniya es un complejo en el que, además del edificio dedicado al culto tenía otras partes: un hospital, una escuela coránica, incluso un comedor para los pobres convertido hoy en restaurante para los no tan pobres, que gracias a ello podemos disfrutar de la peculiar experiencia que es cenar en uno de los patios de la mezquita.
La Suleimaniya ha sufrido toda clase de incendios y terremotos, pero a pesar de ello ha llegado a nuestros días con gran cantidad de restauraciones pero muy fiel al proyecto original de Sinán, así que hoy en día podemos disfrutar de un maravilloso edificio, absolutamente grandioso (es la segunda mezquita de Estambul) y con una belleza y una delicadeza realmente fuera de lo común.
No hace falta saber de arquitectura turca, ni siquiera de arquitectura en general y, mucho menos, ser musulmán: en Estambul disfrutaremos de algunos de los edificios más hermosos del mundo y sólo por un pequeño donativo y, eso sí, descalzándonos a la entrada.
VEA NUESTRA GALERÍA DE IMÁGENES DE LAS MEZQUITAS DE ESTAMBUL.