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Descubrir valles pasiegos en Burgos y que Espinosa de los Monteros es mucho más que un apellido

Una de las típicas cabañas pasiegas con el fondo de las últimas nieves que resistían en abril.
Los valles pasiegos de Burgos y Espinosa de los Monteros

Al norte del norte de la provincia del Burgos, en la entrada de un valle que se eleva hasta superar la montaña y casi ver el mar, Espinosa de los Monteros es un pueblo grande para los estándares de las despobladas Merindades: un poco menos de 1.700 habitantes que, eso sí, se van perdiendo en un goteo continuo hacia el centro o la costa.

A muchísimos de ustedes les sonará el nombre por el apellido del conocido político de Vox, uno de los más populares y mediáticos de su partido; a algunos menos por los Monteros de Espinosa, la compañía militar que tenía por misión velar la alcoba de los reyes de Castilla primero y España después, cuyos miembros debían ser hijos de esta villa y que existió de manera ininterrumpida desde el año 1006 hasta 1931, siendo recuperados después por Juan Carlos I. Esto los convierte en la guardia real más antigua de Europa y no me negarán que le da a la villa un abolengo del que muy pocas pueden presumir.

No sé si será por la sugestión que te provoca saber la historia de sus Monteros –que como es lógico es lo primero que te cuentan cuando llegas al pueblo– al pasear por las calle de Espinosa casi se respira ese abolengo y esa sensación de historia, y eso a pesar de que el casco urbano de la localidad ha ido cambiando con los tiempos, acompañado por la relativa riqueza que le daban las montañas, los Monteros y su papel como pequeña capital de la comarca a su alrededor.

Villa de palacios

Pero a pesar de esos cambios, de que no es una de esas villas completamente medievales que parecen paradas en el tiempo y de que el pueblo está lleno de vida y de un ir y venir de vecinos y coches bastante más ajetreado que en otras lugares de las Merindades, se respira la historia en las decenas de casonas solariegas, antiguas torres la mayoría y algunas verdaderos palacios, que perviven en el casco urbano y que recuerdan que estamos en un lugar lleno de orgullosos y libres hidalgos, que hacían fortuna y que presumían de ella en sus paredes de piedra y sus escudos.

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Palacio de Chiloeches | C.Jordá

Quizá el más impresionante de ellos sea el de Chiloeches, con su fachada renacentista que sería impresionante en cualquier ciudad europea y su descomunal escudo que es toda una declaración de poder e intenciones. No se pierdan tampoco el de los Fernández Villa y el de los Cuevas Velasco, edificios todos que están pidiendo a gritos el cariño de una adaptación a algún uso que les permita sobrevivir manteniendo toda su belleza.

Valles pasiegos y no estamos en Cantabria

Pero siendo hermosa e interesante Espinosa, quizá lo mejor sean unos alrededores en los que la naturaleza medio humanizada medio salvaje de las Merindades alcanza una belleza realmente espectacular.

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Valles pasiegos en Burgos | C.Jordá

En mi viaje pude conocer uno de los puertos que parten de la villa para llegar al otro lado de las montañas, el de Estacas de Trueba. Una carretera muy decente pero estrecha, como corresponde a la alta montaña, se va internando en los valles pasiegos burgaleses, que también los hay a este lado de los picos cántabros.

Verdísimos pastos en los que aquí y allá pequeñas y no tan pequeñas cabañas de piedra ponen un tono de contraste. A pesar de hacer mi viaje en abril las últimas nieves aún aguantaban en las cumbres más altas y el paisaje a mi alrededor sólo empezaba a desperezarse de un invierno que se adivinaba durísimo, a pesar de que yo tenía la suerte de disfrutar de un bello y tibio día de la primera primavera.

Como en Espinosa, pero de otra manera, ese paisaje también estaba cargado de historia, de un modo de vida ya desaparecido –o prácticamente desaparecido– que no sabía de tonterías burocráticas como que esa línea que cruzaban un par de veces al año con toda la familia y el ganado es ahora la divisoria entre dos comunidades autónomas. Entonces sólo era lo que separaba el lugar en el que pasar los meses de más frío y el más adecuado para los meses de calor, que por allí arriba tampoco tiene que ser tanto.

La tierra… y el agua

Desde lo más alto del puerto el paisaje parece casi alpino y tiene una belleza aún más salvaje, desangelada y casi diría que despiadada. Unos pasos más al norte el terreno desciende bruscamente hacia un mar que no se ve, pero sabemos que no está tan lejos. Y de ese otro lado el verde es muy parecido y las cabañas pasiegas son casi idénticas a las de este, recordándonos que la montaña que hoy es una fronterita antes era en realidad un nexo de unión entre los de una y otra vertiente o, mejor dicho, entre los que unos meses estaban aquí y otros allí, año tras año y siglo tras siglo.

Por si toda esa belleza de verde y de piedra no fuese bastante, algunas cascadas –abundantísimas en todas las Merindades– dan el último toque al ensueño natural que supone la zona. La mayor parte están en rincones más ocultos pero la del Guarguero –vaya nombre impronunciable– tiene la gentileza de aparecerse a sólo unos metros de la carretera.

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La cascada del guáguero | C.Jordá

No es muy grande, pero como tantas cosas en la zona tiene una gracia especial e incluso con el sol a la contra resulta un rincón lleno de encanto que me recuerda a los riachuelos en los que yo mismo me bañaba de joven, cuando el cuerpo no sólo soportaba sino que todavía agradecía el agua fría de la corriente. Me entran unas ganas locas de sumergirme y dejar que el pequeño salto me enfríe hasta los huesos, pero no en abril, mejor que esta sea la última e innecesaria excusa para volver en verano, cuando el valle entero vibre de vida y quizá, sólo quizá, yo siga siendo lo suficientemente joven para disfrutarla toda.

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