Aunque quizá no mucha gente lo vea como una alternativa para conocer la isla por aquello de conducir por la izquierda, que yo creo que nos parece mucho más complicado de lo que en realidad es, el coche es la forma perfecta para moverse por Irlanda. Primero por la libertad que siempre da tener un vehículo propio y porque muchas de las mejores atracciones turísticas están un poco a trasmano, lejos de los grandes centros urbanos y, por tanto, no siempre fácilmente accesibles; y también porque es un país lleno de carreteras que atraviesan paisajes espectaculares, rutas escénicas en las que el placer de conducir y de internarse por la naturaleza son todo uno.
El coche me parece, por ejemplo, la mejor manera de conocer el condado de Wicklow, uno de los 26 de Irlanda y un lugar perfecto para sumergirte en lo mejor de ese país maravilloso porque, pese a que es más bien pequeño dentro de la media de tamaño de las divisiones administrativas tradicionales de la isla, tiene prácticamente todo lo que buscamos -y encontramos- en la verde Eire: castillos y jardines, lagos y montañas, monasterios, ruinas… casi todas las variedades de lo que más nos gusta de Irlanda están en Wicklow.
Así que si nos decidimos a alquilar un coche para ir a Wicklow tendremos que conducir por la izquierda -tranquilos, no pasa nada- y en dirección al sur, y sólo a una media hora de Dublín nos internamos ya en el condado al que nos dirigimos.
Muy poco después de superar la frontera del condado podemos y debemos hacer la primera parada para visitar Powerscourt Estate y, sobre todo, sus impresionantes jardines, considerados entre los mejores de Irlanda e incluso de Europa. Probablemente lo son, no sólo por su extensión sino también por su belleza paisajística -de distintos tipos, ya que hay varios estilos de jardín dentro del gran parque- y, probablemente lo piensen ustedes cuando los conozcan como lo pensé yo, por el increíble esfuerzo que resulta evidente que se pone en su cuidado y mantenimiento.
Construida en el siglo XVIII sobre un castillo medieval -y restaurada hace un par de décadas tras un incendio, por cierto- Powerscourt es un ejemplo perfecto de la opulencia de una nobleza irlandesa que llenó el país de mansiones espectaculares, la mayor parte a partir de viejos castillos medievales que se habían transmitido de generación en generación y no pocas en ubicaciones excepcionales. Hoy casi todas se pueden visitar, muchas de ellas son lujosos hoteles rurales y, desde luego, los castillos y las mansiones son por derecho propio uno de los reclamos turísticos que hay que conocer en un viaje a Irlanda.
Tras Powerscourt nuestra ruta seguirá en dirección sur y nos llevará al corazón de las montañas de Wicklow y a uno de los lugares verdaderamente mágicos y únicos de Irlanda: el antiguo monasterio de San Kevin en Glendalough del que ya les hablé por aquí hace bastante tiempo.
En un entorno impresionante, rodeado de bosques y de montañas, si Powerscourt era un ejemplo perfecto de la Irlanda noble, rica y poderosa, Glendalough lo es de las comunidades monásticas que empezaron a civilizar el país en la Alta Edad Media, pero también de los cementerios decimonónicos que son, creo yo, una de las imágenes más icónicas y hermosas de la isla.
Tampoco falta la clásica torre redonda que domina los restos del monasterio y resulta un contraste precioso como fondo de nuestras fotos de las viejas lápidas, algunas de ellas grandes cruces celtas tan inconfundiblemente irlandesas como la cerveza Guinness.
El Glendalough y siempre que el tiempo lo permita no hay que dejar de visitar los dos lagos que dan nombre al valle: uno más pequeño y otro bastante imponente, río arriba y ya encajonado entre los bosques y unas montañas a las que vamos a subir en la próxima etapa de nuestra ruta.
Para ello tendremos que volver sobre nuestros pasos un poco y llegar a Roundwood, el pueblo más alto de Irlanda y un buen lugar para hacer parada y fonda en The Coach House, una estupenda y típica casa de comidas irlandesa en la que probablemente podrá ser atendido por alguna simpática camarera española.
Repuestos el estómago y el espíritu hay que coger un desvío a la izquierda, seguir la carretera cuesta arriba e ir con ello adentrándose en otra de esas rutas escénicas maravillosas de Irlanda: la que nos llevará a atravesar las montañas Wicklow a través del Sally Gap. Es una carretera estrecha -tanto como para que los coches que circulan en direcciones opuestas deban esperar en espacios concretos el paso del que viene de de frente- que se asoma a un paisaje bellísimo, desolado pero al mismo tiempo verde, amenazador cuando las nubes bajan y toman posesión de todo, envolviéndolo en una niebla misteriosa que reduce la visibilidad hasta extremos impresionantes, pero que deja intacto el encanto, si es que no lo acrecienta.
Atravesé Sally Gap entre la niebla, en un día frío y con muy poco tráfico, con una agradable sensación de soledad que me acercaba al paisaje y casi me hacía sentirme parte de él. Fui parando aquí y allá, prácticamente en cada mirador y en cada hueco que encontraba para aparcar, haciendo fotos del espectáculo natural que me rodeaba, aunque las nubes bajas sólo me permitiesen ver una parte de él. Pronto estuvo claro que para conocerlo todo tendría que volver, lo que no deja de ser un precio que estoy más que dispuesto a pagar.
Más allá, al otro lado de la montaña y ya en el límite con el condado de Kildare está la última atracción de la ruta: el hermoso lago de Blessington, a los que nos vamos acercando desde lo alto, viendo la gran extensión de agua cuando todavía estamos en la montaña y nos rodean poco más que rocas, ese verde irlandés inacabable y lanudas ovejas de rostro y patas negras
Otra pequeña ruta escénica rodea completamente el lago y nos permite disfrutar de unas vistas preciosas sobre la gran laguna, que por cierto es en realidad un embalse: una muestra más de que en Irlanda lo natural y lo artificial se dan la mano hasta que casi no podemos distinguirlo y, sobre todo, hasta que en realidad nos da igual distinguirlo.