Carcasona en Francia: un paseo por la Edad Media más espectacular
La ciudadela es uno de los lugares más espectaculares y visitados del sur de Francia.
Uno de los momentos gloriosos de mi descubrimiento del sur de Francia el pasado otoño fue Carcasona, y eso a pesar de que llegué a la ciudad medieval bajo un auténtico diluvio que amenazaba por hacer imposible ver otra cosa que el interior de los bares y las cafeterías.
Pero mientras aparcaba lamentándome de mi negra suerte se produjo el pequeño milagro: de los auténticos chuzos de punta pasamos a unas pocas gotas inofensivas que más tarde incluso dejaron paso a su vez a un amenazante cielo encapotado que acabó incluso por abrirse y dejar pasar algo de sol.
Así que aún esquivando los últimos restos de la tormenta me lancé a explorar la mítica Carcassonne -su nombre en francés-, la ciudad que tantas veces hemos visto en imágenes, postales e incluso en el famoso juego de mesa que, por cierto, guarda un parecido sorprendente e inesperado con la realidad.
A través de la muralla
Normalmente, el viajero que llegue a Carcasona verá desde lejos la ciudadela que la ha hecho famosa: en lo alto de una colina y rodeada por su muralla doble… Resulta un lugar imponente e incluso un tanto imposible dentro del fragor de las autopistas y la modernidad que la rodea.
Fue restaurada en el siglo XIX por Viollet-le-Duc. Con un enfoque que hoy no se sostendría, el famoso arquitecto y restaurador no se limitó a reconstruirla sino que en cierta medida la reinterpretó, lo que ha dado a todo Carcasona no sólo el aire medieval que le sería propio, sino también un poco de ese toque romántico que en esa época se daba a lo medieval.
Aunque hoy en día los métodos de Le-Duc nos puedan parecer un tanto aberrantes, conviene no olvidad que si el doble recinto amurallado se mantiene impresionante es gracias a él, que rescató una ciudadela semi-abandonada que, al fin y al cabo y pese a su imaginación un tanto excesiva, Carcasona se conserva en un estado muy similar al que debía tener por el siglo XIII.
Las murallas no sirvieron por aquel entonces para dejar fuera de la ciudad a sus enemigos y hoy, desde luego, tampoco libran a Carcasona del mucho menos cruento ejército de turistas que la toma día tras día. El punto de entrada habitual es la famosa Puerta de Narbona y desde allí me adentro en un conjunto pequeño pero sorprendentemente hermoso de calles estrechas y plazas pequeñas y de forma irregular.
Como el resto de turistas, paseo relajadamente entre tiendas y restaurantes y visito los dos monumentos destacados del interior de la ciudadela: el castillo condal y la basílica de Saint-Nazaire, no muy grande pero de un gótico esplendoroso y hermoso que nos recuerda al de grandes catedrales francesas como Notre Dame de París.
No muy lejos de la basílica unas calles algo más recónditas y vacías nos llevan a un pequeño hueco en la muralla por la que la atravesamos dando en la Puerta del Aude, una estampa impresionante, con sus torres altísimas y el intrincado y estrecho camino que se sigue para entrar en la ciudad. Es un lugar con una cierta magia y, desde luego, de belleza impactante.
También hay que recorrer al menos parte del espacio entre las dos murallas, contemplando -casi diría estudiando- como el alto muro se ha ido levantando de distintos materiales en las diferentes épocas. Un ojo atento o bien guiado puede descubrir partes de la muralla desde Roma hasta la restauración de Viollet-le-Duc y todas forman parte ahora del encanto medieval de Carcasona.
Más allá de la muralla
Con el tiempo Carcasona empezó a crecer fuera del recinto amurallado y hoy en día hay una parte de la ciudad al pie de la colina que también es interesante conocer. Tiene su origen en una bastida, una repoblación guiada por el monarca francés y de ahí su cuadrícula urbana de calles perfectamente rectas que se cruzan perpendicularmente.
Junto a la bastida encontramos nada más y nada menos que el Canal du Midi, del que ya les hablé por aquí hace unos meses y que, precisamente a los pies de Carcasona, forma un tramo precioso que se puede recorrer desde un pequeño puerto junto a una esclusa.
Despacio, casi más deslizándose que navegando, como hacen todos en el viejo Canal, un barco lleno de fascinados turistas americanos al que subí recorría las largas rectas y las suaves curvas que describe el curso artificial del agua. En una de ellas Carcasona se veía a lo lejos: alta, rodeada por sus murallas y tan hermosa que parece uno de esos enormes decorados que se construían para grandes producciones hollywoodienses
Pero su piedra es auténtica, su muralla es de verdad y su interior como de cuento es uno de esos lugares inolvidables a los que viajamos una vez, pero recordamos toda la vida.