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Artículos de viaje

Altea: el Mediterráneo más selecto

Una de las vistas más típicas de la ciudad, con las cúpulas y el campanario de la iglesias de fondo. | <span>C.Jordá</span>

Llegué a Altea a mitad de una mañana de invierno, pero de ese invierno suave, casi tropical, que tienen algunas zonas de Alicante: se podía ir en mangas de camisa por las empinadas calles de la parte vieja del pueblo, blancas de cal y aseadas como si acabase de pasar por allí el servicio de limpieza del palacio de Buckingham.

Altea no es sólo uno de los pueblos más bonitos de la costa levantina, sino que es además un ejemplo excelente de lo maravilloso que es el mercado turístico en nuestro país: a sólo unos kilómetros de Benidorm -se pueden ver a simple vista los rascacielos de los grandes hoteles y edificios de apartamentos benidormís-, representa una versión completamente distinta del mismo mar y del mismo paisaje, como si mil kilómetros los separasen. Ojo, no digo que sea mejor ni peor, sólo que es diferente y eso creo que da valor a ambos.

Una calle de Altea | C.Jordá

Calles empedradas y casas encaladas

Y esa diferencia es, probablemente, la gran virtud de Altea porque a su modo sigue siendo lo que era hace ya mucho: un pueblecito de calles empedradas y casas encaladas en las que algunos detalles como el cerco de las ventanas se pinta de colores vivísimos, azules cielo, amarillos mostaza…

Calles que trepan por la colina sin piedad: el trayecto desde la parte baja al centro del casco viejo no es apto para perezosos aunque el premio sí puede que lo sea. Pequeñas plazuelas jalonan el camino a la cumbre, blancas, bonitas y en muchos casos adornadas con plantas que se nota que los vecinos cuidan con esmero. En unas calles que en muchos casos no son aptas para circular en coche, la tranquilidad del día invernal era absolutamente deliciosa, siempre digo que cuando hay que visitar los sitios de costa es fuera de la temporada veraniega.

Zapatitos abandonados en una plaza de Altea. | C.Jordá

En un recoveco de la subida la callejuela estrecha se abre en una terraza desde la que se ven un Mediterráneo de un azul muy intenso, la extensión del pueblo blanco que mira a al mar y, al fondo, el espectacular Peñón de Ifach, versión local del Peñón de Gibraltar -y sólo un poco más bajito- y uno de los accidentes más vistosos de la costa Alicantina.

Cúpulas azules

En la mejor tradición valenciana la iglesia está en lo más alto de la colina y dominando todo el pueblo, en el lugar que antes ocupaba la fortaleza que debía vigilar la villa y, probablemente, una costa al alcance de los piratas berberiscos.

Para que nada le falte al toque típico y tradicional, la iglesia está coronada por una cúpula con forma de media naranja y tejas azul marino, elemento que define y remata el perfil de tantos pueblos de la región. Además, en Altea hay una segunda cúpula de una capilla en el interior del templo, algo más pequeña y algo más bajita, pero que hace el conjunto diferente y original, sin dejar de tener ese elegante toque tradicional y popular.

El exterior de la iglesia es sobrio y severo, pero el interior es mucho más colorido y en él se mezclan diferentes detalles arquitectónicos en un revival estilístico en el que el neogótico y el neobarroco se mezclan con naturalidad y que también me parece muy valenciano, al menos lo he visto en muchas iglesias de por allí construidas, como la de Altea, a principios del siglo XX.

Más vistas y un barrio de pescadores

La plaza en la que está la iglesia es el centro del casco viejo, un par de restaurantes permiten tomar algo o incluso comer un menú realmente bueno a un precio más que razonable. De ella parten varias de las calles más bonitas del pueblo, alguna con una perspectiva preciosa con el templo y sus cúpulas azules de fondo.

Lo más espectacular, no obstante, es otra terraza que se abre al mar y ofrece una perspectiva preciosa de todo el tramo de costa que va desde el Peñón de Ifach a Benidorm, uno de los rincones más selectos del Mediterráneo valenciano.

El mirador junto a la plaza de Altea. | C.Jordá

Desde la plaza podemos bajar hasta la playa a través de un viejo barrio de pescadores al que tampoco le falta encanto, aunque en sus casas y en su caótico trazado se nota el origen más humilde de la zona.

Como broche final, caminar un rato por el paseo marítimo o incluso por la playa nos servirá para rematar el disfrute de un pueblo que ha logrado no dejar de ser pueblo y que hoy es un reclamo turístico distinto, tranquilo y relajante, que yo les recomiendo sobre todo fuera de temporada, cuando todo es tan natural y sosegado que ni siquiera parece que estemos en una joya.

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