Los mitómanos de Churchill, que somos legión, tenemos en Londres una ciudad en la que prácticamente en cada esquina podemos recordar a nuestro adorado primer ministro –y de paso también a otra grande como Margaret Thatcher, ya que estamos-, pero hay un lugar en el que el recuerdo de Sir Winston Leonard Spencer Churchill está especialmente presente, donde realmente se puede tocar: las Churchill War Rooms.
Junto a la minúscula Downing Street, en pleno centro político de la ciudad, una entrada más bien discreta y unas escaleras nos llevan al subsuelo londinense, a un lugar pequeño en el que Gran Bretaña fue muy grande: el búnker en el que el gobierno británico pasó la II Guerra Mundial, mientras la ciudad era bombardeada inmisericordemente por las V1 y V2 alemanas.
Las Churchill War Rooms -habitaciones del gabinete de guerra se llamaban en su día-, fueron el centro operativo desde el que Gran Bretaña dirigió la II Guerra Mundial y, lo que a efectos del viajero mitómano es casi igual de importante, al terminar el conflicto se dejaron exactamente en el mismo estado: lo que vemos hoy es prácticamente lo que se veía en mayo de 1945.
Además del fetichismo histórico, si me permiten la expresión, la visita a las Churchill War Rooms es apasionante por muchas razones: realmente la exposición está muy bien organizada y bien explicada, visitándola tenemos una impresión vívida de lo que fue la vida allí.
Pero además ofrece una visión más amplia sobre la II Guerra Mundial, especialmente aspectos que por lo general no son demasiado conocidos en España, como la virulencia del Blitz que sufrió Londres, especialmente con las bombas V1 y V2 que eran lanzadas sobre la capital británica desde el continente.
El museo es, por cierto, parte de los Imperial War Museums, los museos militares del Reino Unido, con una gran sede en la propia ciudad de Londres y otras subsedes, casi todas muy interesante y algunas tan espectaculares como el destructor HMS Belfast, fondeado en pleno Támesis.
Lo mejor, no obstante, es el acercamiento al protagonista absoluto del museo, no en vano le han puesto su nombre: podemos ver la habitación en la que dormía, las salas en las que se reunían, los teléfonos con los que se comunicaba…
Hay cientos de fotografías y, algo que me gustó especialmente, un lugar en el que escuchamos los grandes discursos de Churchill, tal y como lo hicieron los británicos a través de la radio en aquellas horas desesperadas en las que existía una posibilidad cierta de que el ejército nazi invadiese las islas y los ingleses se viesen abocados a luchar "en las playas, en las pistas de aterrizaje, en los campos y en las calles, en las colinas...". Eso sí, en aquel momento la voz de ese anciano genial les decía lo que era necesario que se oyese a uno y otro lado del Canal de la Mancha: "No nos rendiremos jamás". Y no se rindieron.
Las Churchill War Rooms son un espléndido lugar, quizá el mejor, para acercarse a ese momento de la historia en el que, tal y como él mismo dijo en otro de sus más míticos discursos, cuando estaba en juego "la supervivencia de la civilización cristiana", Gran Bretaña vivió, de la mano de un hombre que era ya un anciano y que ya lo había sido casi todo en política, "their finest hour", su mejor momento.