Uno de los templos más hermosos del mundo, aunque en la práctica lleva casi 80 años siendo museo, ha terminado por fin un proceso de restauración que ha llevado 17 años, nada más y nada menos. Se trata de Santa Sofía, en Estambul, la cumbre del arte bizantino y una de las grandes atracciones turísticas de la capital turca.
Muy pocos edificios podrían aguantarle la mirada cara a cara a la Mezquita Azul, con sólo una enorme y un poco destartalada plaza entre ambas. Santa Sofía es uno de ellos, desde sus casi 1.500 años de historia en los que fue iglesia y símbolo del poder de Bizancio; mezquita otomana y modelo para muchas otras mezquitas; y, ya desde 1935, museo.
Santa Sofía fue inaugurada en el año 537 y desde entonces ha pasado por terremotos, hundimientos, saqueos, invasiones y cambios religiosos, así que no debe sorprendernos que fuese necesaria una restauración tan intensa como la para que costase 17 años, más del triple de lo que se tardó en construirla.
Según cuenta en El País Blanca López Arangüena la mayor parte del esfuerzo en la restauración se ha dedicado a la inmensa cúpula de más de 30 metros de diámetro y lo más destacado de lo que los visitantes podrán disfrutar será el lavado de cara de los mosaicos. Además, el próximo año se podrá visitar el baptisterio que hasta ahora permanecía cerrado al público.
Pero además se han hecho importantes refuerzos estructurales para que el templo resista el próximo gran terremoto que según todos los expertos azotará la ciudad en un plazo de pocas décadas.
Una auténtica maravilla
Ya antes de esta restauración Santa Sofía era una auténtica maravilla que merecía la visita, aun con los andamios tapando parte de la cúpula y del impresionante espacio central de la basílica, como estaba cuando yo la visité hace unos años.
Es Santa Sofía, eso sí, uno de esos templos vertidos hacia el interior y su aspecto externo no nos llama especialmente la atención, ni siquiera tiene una fachada que realmente pueda considerarse tal, al menos en el sentido de las portadas de nuestras catedrales. Incluso parece desde fuera menor de lo que realmente es.
Por eso lo primero que nos impacta al entrar es su descomunal tamaño, el inmenso espacio que se abre bajo la gran cúpula. Luego (y supongo que más ahora recién restaurados) nos deleitamos con la belleza de los mosaicos, incluso nos parecen hermosísimas las "cicatrices" de los siglos en los que fue mezquita: me refiero a los grandes escudos con caligrafía en turco antiguo que cuelgan de las pareces.
Logrado superar el primer impacto también disfrutaremos de pequeños detalles que nos cuentan, también, la larguísima historia del edificio en el que estamos, como los grafitis que hicieron los vikingos que arrasaron la ciudad allá por el año 907 y que todavía se conservan.
En resumen, que si necesitábamos una excusa para visitar Estambul o para volver a la capital turca ya la tenemos, aunque les digo una cosa: incluso con Santa Sofía cerrada valdría la pena volver a ver el atardecer sobre el Bósforo.