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Por qué no te suena La Docta y por qué debería de hacerlo

La segunda ciudad más importante de Argentina es una desconocida para el turismo de masas.

Plaza de San Martín y la Catedral de Córdoba. | Turismo de Córdoba

Córdoba presume de personalidad propia y baila al son de su propio género musical, el cuarteto. Un destino en el que olvidarse de los clichés argentinos y conocer a los comechingones, impresionarse con el rey del cielo, el cóndor, y mezclar el misticismo jesuíta con los ambientes más eclécticos.

Así como Salamanca no sería Salamanca sin sus estudiantes universitarios, la Córdoba de Argentina tampoco lo sería sin los suyos, de ahí que la apoden La Docta. Son doscientos mil jóvenes y marcan el ritmo vital de la ciudad desde la fundación del Colegio Máximo hace cuatro siglos. Para que el conquistador sevillano Jerónimo Luis de Cabrera decidiera asentarse allí en 1573, su situación geográfica fue la clave. Situada en el centro de Argentina, facilitaba entonces las comunicaciones y ahora también lo hace a nivel viajero. A una hora y media en avión de Santiago de Chile y a 715 km de Buenos Aires, la construcción en el siglo XVII del complejo jesuítico propició que Córdoba se considerara una urbe históricamente crucial. Y así empieza todo, porque el corazón cordobés late desde la Manzana Jesuítica, donde la Plaza de San Martín evoca esos espacios públicos cada vez más inusuales que invitan al slow life -o sentarse en un banco para observar el gentío. La Catedral de Nuestra Señora de la Asunción pilota los pies de esta plaza y conserva una imagen cálida a pesar de su variopinta estética (renacentista, barroca y mudéjar). A su lado un vecino nos invita al recuerdo, el Museo de la Memoria, dedicado a no olvidar la barbarie cometida por la dictadura militar entre 1976 y 1983. Una visita emocionante en un centro dedicado entonces a la tortura y que hoy rinde homenaje a las víctimas de la misma.

En esta Manzana de las luces – reconocida Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 2000 - los negocios de souvenires se reencarnan en boutiques de artesanías, librerías y moda elaborada a mano. Hasta en estos detalles Córdoba no falla e imprime su carácter bohemio. Los pequeños negocios nos recuerdan que estamos en una ciudad donde residen doscientos mil estudiantes universitarios, por lo que todo adquiere un aire poco ortodoxo. No veremos las largas colas propias del turismo masificado, las multitudes las forman los jóvenes en los centros culturales, los que se reúnen en los parques públicos -como el del Sarmiento y Las Tejas- o los que practican al aire libre algún deporte. Y he ahí una de las razones de la vivacidad cordobesa,sólo en esta ciudad podrían haberse atrevido en 1645 a elevar una iglesia con forma de casco de barco invertido. El flamenco Philippe Lemaire tuvo la osadía y hoy podemos dar fe de ella en el interior de la iglesia de la Compañía de Jesús.

A nivel práctico, Córdoba es una ciudad cómoda tanto para sus habitantes –millón y medio-, como para el viajero. Conocerla a pie es asumible, aunque para los perezosos los precios del transporte público y los taxis también lo son.

Güemes, de lo industrial a lo chic

Protagonista hoy de la vida nocturna cordobesa, este barrio nació hace un siglo en un mercado para comerciantes rodeado de viviendas sociales y mucha inmigración. Aquí se toman los mejores tragos de la ciudad entre galerías de arte que lindan con antiguas cárceles y donde los sueños de los arquitectos se hacen realidad -sobre todo si a éstos les pirra reconvertir lo viejo sin perder sus esencias originales.

Un barrio de naves industriales que renacen como coloridos centros gastronómicos y musicales. La Casa de Pepino bien lo sabe; lo que fuera en 1914 el almacén de ramos generales del comerciante italiano José Tucci pervive hoy como epicentro cultural destinado a no olvidar el origen humilde y luchador de Güemes.

La elegancia de Nueva Córdoba

A lo largo de la Avenida Hipólito Yrigoyen – la arteria principal de este barrio - se sucede el espectáculo urbanístico de históricas casonas elevadas a cada lado. Muchas hoy reconvertidas en edificios públicos, ninguna alcanza la majestuosidad del Palacio Ferreyra, edificio que alberga el Museo Superior de Bellas Artes Evita.

Por el camino nos quedamos con el Paseo del Buen Pastor, epicentro de este barrio donde la aristocracia se mezcla con los apartamentos de estudiantes que colman sus calles. Lo que fuera hace un siglo monasterio y después cárcel para mujeres hoy supone un punto de encuentro para estudiantes interesados por los conciertos y eventos que allí tienen lugar. Estamos en una ciudad que apuesta por el arte moderno a través de sus diferentes galerías de arte municipales.

Salir de la urbe

Las estancias jesuíticas que se reparten por la provincia de Córdoba forman parte de un dado hexaedro reconocido por la Unesco en el año 2000 Patrimonio de la Humanidad. Las seis edificaciones son la razón histórica y cultural que da vida a la provincia. A través del Camino de las Estancias, de 250 km, las de Caroya, Jesús María, Santa Catalina, Alta Gracia, Candelaria y Córdoba nos trasladan a los espirituales y duros modos de vida del siglo XVII.

A este protagonismo jesuita se suma el del pueblo originario de los comechingones, denominado así por sus peculiares casas de piedra hundidas en la tierra (chingón significa piedra). Sus técnicas primigenias en la ejecución de ciertas labores se incluyeron en los trabajos agrícolas y artesanos de las estancias jesuíticas y hoy podemos recuperarlos gracias a la minuciosa conservación de estas construcciones que se muestran al público.

Paraíso fluvial del cóndor

O el reconocimiento de que el placer reside en actividades tan primarias como refrescarse en la ribera de un río como el Mina Clavero, que da nombre y "divide" –al menos geológicamente- esta localidad. Escarpadas pozas, aguas cristalinas y parques naturales rodean a un pueblo que bulle en época estival (sobre todo en enero y febrero) y que ofrece paz y remanso al viajero el resto del año. Una calma elegida a la carta, pues los deportes de aventura y las emociones fuertes son inherentes a este valle de Traslasierra.

Tomar Mina Clavero como campo base de pernoctación para observar de cerca al ave que vuela más alto del mundo, admirar al majestuoso cóndor es posible tanto en el Parque Nacional Quebrada del Condorito como en la región de Pampa de Achala. Allí, Traslasierra Aventura realiza selectas excursiones a caballo en lo alto de un sistema tan montañoso como bucólico. Conviene rematar la experiencia natural con un almuerzo protagonizado por el icono gastronómico de la zona, el chivito a la brasa.

El Che Guevara y Manuel de Falla unidos por Alta Gracia

La principal virtud de este pueblo fue y es que sus aires son especialmente puros, característica que tampoco escapó a la atención de los jesuitas del siglo XVII. Allí la creación del Tajamar dirige el centro histórico de Alta Gracia, un lago que abastecía de agua la estancia jesuítica de la capital y que regaba los campos que allí se labraban.

Una historia de aires renovados donde la Casa Museo Che Guevara, con cifras de hasta 60 mil visitantes en 2017, descubre al viajero una faceta infantil de un Che que llegaba con sus padres a este pueblo para paliar su asma. En la nómada vida del revolucionario llama la atención esta vivienda conocida como Villa Nydia, donde el Che pasó seis años de la niñez a la adolescencia.

Unas silenciosas calles por las quepodemos imaginar las picardías del pequeño Ernestito, que se colaba en los jardines de un anciano vecino para robarle algunas naranjas, las de un tal Manuel de Falla. Unidos por las afecciones respiratorias, el destino del Che Guevara se topó anecdóticamente con el del compositor español, que vivió aquí sus últimos años enfermo de tuberculosis. En Los Espinillos, la residencia que compartía con su hermana, se le recuerda hoy tocando el piano en el balcón, interpretando El amor brujo o El sombrero de tres picos. En esta casa museo se nos acerca la vida del maestro, tan interesante en lo intelectual como austera en lo material.

No te lo puedes perder...

Porque hay vida más allá de las carnes y cortes argentinos, la cocina de vanguardia demuestra en Córdoba que el futuro de su gastronomía divisa un amplio recorrido. El Papagayo es el local de moda al que acudir para probar su menú de diez pasos a un precio competitivo (unos 40€). En Herencia Restó, en Alta Gracia, la mano de Roal Zuzulich cuida una cocina donde el producto es el protagonista. El juvenil y nocturno barrio de Las Rosas invita en su Patio Burgués a saciar la gula carnívora a través de sus originales hamburguesas.

En La Cova del Drac se encuentranlos mejores cócteles del barrio de Güemes. Para integrarnos del todo en la cultura local, probar el fernando es una experiencia obligada. Existen dos obsesiones argentinas: una, el fútbol, y otra, el fernet-coca, alias fernando. Este combinado consta de tres protagonistas, el Fernet –bebida alcohólica italiana de hiervas aromáticas-, la Coca Cola y el hielo.

El nombre de El Nazareno (en Mina Clavero) da sentido a la experiencia casi mística de probar los alfajores más deliciosos de la zona. En este paraíso del dulce se elaboran postres típicos argentinos y cordobeses tanto en sus versiones más clásicas como en otras más arriesgadas.

El Hotel Y111 (en la Avenida Hipólito Yrigoyen de Córdoba) se posiciona en el eje de la escena cultural y su edificio rehabilitado era una antigua casona de 1900.

Para ir a Córdoba, Air Europa ofrece la forma más corta de llegar con cuatro vuelos semanales desde Madrid con parada en Asunción (Paraguay).

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