En la frontera invisible que separa Flandes y Valonia en Bélgica se encuentra el bosque de Hallerbos. Un pedacito de tierra que recuerda un lugar fantástico sacado de un cuento de hadas del que puedes esperar que aparezca algún unicornio o un duende en cualquier momento.
A unos 25 kilómetros al sur de Bruselas este lugar transforma la realidad en pura fantasía, en un sentido onírico, en poco más de 500 hectáreas de terreno arbolado que recuerda a algo parecido a un reducto de la imaginación de Lewis Carroll mezclado con Vincent van Gogh durante unas pocas semanas al año. Y todo por culpa de los jacintos azules silvestres que tapizan este pequeño bosque desde finales de abril hasta principios de junio, coincidiendo con el principio de la primavera. Este color azul púrpura de la flor del jacinto silvestre, combinado con el verde intenso de las hojas de haya jóvenes dan un efecto mágico al bosque.
Este fantástico regalo de la naturaleza está ligado a la propia historia de Bélgica. Ha pasado por manos del Duque de Arenberg, relacionado con las posesiones de Felipe IV, también fue de Francia en época de la dominación de las tropas de Napoleón o de los ingleses, cuando lograron derrotar al emperador francés en la decisiva batalla de Waterloo y más tarde propiedad de los Países Bajos. Ya en el siglo XX, durante la Primera Guerra Mundial los alemanes talaron una gran cantidad de árboles para cubrir sus necesidades bélicas dejando el bosque muy destruido. En 1929 el bosque de Hallerbos se convertiría en parte de Estado belga y hoy en día es uno de los lugares donde los bruselenses eligen para pasear los fines de semana o festivos y desconectar de la capital belga.
Geográficamente hablando Hallerbos se encuentra en la municipalidad de Halle, una población de la provincia de Brabante Flamenco, pero también ocupa una parte del Brabante Valón. Llegar a este rincón europeo de la naturaleza no es para nada complicado. A una distancia de unos 20 kilómetros al sur de de la capital belga y a 10 al oeste de Waterloo, es perfectamente accesible con un vehículo, en bicicleta o incluso a pie ya que es un emplazamiento ideal para experimentar la primavera de primera mano.
En mi caso la elección fue la bicicleta. Un placentero recorrido sin sobresaltos desde el pueblo de Halle y del que disfrutar durante toda una mañana, desde primera hora hasta la vuelta para para reponer fuerzas en el pueblo. El pequeño centro histórico de Halle merece una hora de tiempo para ser visto . Su basílica de San Martín, de estilo gótico, destino de peregrinaje entre los siglos XIV y XV, por tener la famosa imagen de la virgen negra, que tanto veneraba Carlos I, es de fácil paseo. Sin olvidar el antiguo ayuntamiento de 1616, de estilo renacentista flamenco. Un colofón perfecto para un día de cuento en mitad de Bélgica.