Lo primero que le viene a la memoria a un viajero de mediana edad que visite Belgrado por primera vez son aquellas imágenes del bombardeo de la OTAN, hace ahora 15 años aproximadamente. Una época oscura para Serbia y sobre todo para los Balcanes, que ha causado posteriormente un desconocimiento casi generalizado sobre el país y la capital serbia. Pero la idea preconcebida de encontrar una sociedad cerrada y rencorosa está radicalmente lejos de la realidad al adentrarse en esta ciudad.
Caminar por sus calles es una valiosa experiencia llena de vitalidad que rivaliza con cualquier otra urbe europea de igual importancia histórica o cultural. No sólo es una ciudad atractiva por su interior, sino también por su exterior, ya que se sitúa entre el río Danubio y el Sava, en una zona de los Balcanes muy apreciada por romanos, eslavos o turcos, durante casi toda su existencia.
Desde el punto de vista arquitectónico, la capital serbia mantiene la esencia multicultural que ha ido forjando durante siglos su cara actual. Un lugar estratégico en el mapa de Europa y centro neurálgico en los Balcanes, motivo de guerras y conflictos a lo largo de las décadas, siendo invadida, bombardeada, destruida y reconstruida en multitud de ocasiones. Tanto es así, que la última herida, cuya sociedad ya ha cerrado, todavía permanece, eso sí, como un visible recuerdo en el centro de la ciudad. Una mezcla entre un atractivo turístico más y una huella de la trayectoria bélica de este pueblo. Serbia es un país apetecible, que camina con paso firme hacia el progreso, con Belgrado como poderoso buque insignia, marcando el rumbo y que espera convertirse en referencia a nivel europeo de la cultura y la vida nocturna.
Pero para hablar de esta experiencia viajera diré que el trayecto desde el aeropuerto Nikola Tesla hasta la capital es un espejismo que muestra una ciudad desaliñada y oscura, una primera toma de contacto que puede asustar al viajero más experimentado, pero que sólo se quedará en eso. La verdadera realidad belgradense es totalmente diferente. No hay más que adentrarse en ella para conocer de primera mano una urbe cosmopolita y moderna (dentro de sus límites), enamorada de los planes nocturnos, la cultura y la ciencia, que emana unas ganas tremendas por divertirse y darse a conocer al mundo.
El punto de referencia de Belgrado y orgullo de sus ciudadanos, es la fortaleza de Kalamegdan. Situada sobre una colina, es considerada el núcleo más antiguo de la antigua capital de Yugoslavia, que ha permanecido impasible y vigilante sobre el Danubio y el Sava durante siglos, testigo de decenas de batallas y enfrentamientos, siendo destruida y reconstruida en varias ocasiones. Desde su mirador es posible divisar el vigoroso río y los barrios más nuevos de la ciudad, ya que desde la ciudadela es posible divisar la zona de Nuevo Belgrado, en la orilla del río Sava, una visión de su pasado cercano al bloque soviético traducida en el estilo brutalista de sus edificios. En este barrio 'nuevo' de la ciudad es posible ver el Belgrade Arena, pabellón de baloncesto que ha sido sede del Festival de Eurovisión o disfrutar de una velada tenística en el restaurante de Novak Djokovic.
El pulmón comercial de la ciudad
Pasear por los alrededores de Kalamegdan y recorrer la calle Knez Mihailova, principal arteria comercial de la capital serbia, con un estilo predominante de art nouveau, es adentrarse en la esencia vital de la urbe, conocer a su gente, sus costumbres, el olor y el ambiente renovado de tiendas y restaurantes o dejar atrás el legendario Hotel Moscú, no sin antes entrar a su cafetería, famosa por su repostería y sentir la nostalgia de una época pasada, en el que fue el lugar de residencia de la prensa durante la guerra de los Balcanes.
Continuando con el recorrido es imprescindible acercarse a la catedral de San Sava. Considerado el templo ortodoxo más grande de Europa y de los más impresionantes del mundo. Comenzó a construirse en el año 1935 y actualmente está inacabada ya que se financia sólo por donaciones de los feligreses. A pocos metros del templo es necesario tomarse tranquilamente un café o un refrigerio en uno de los modernos bares con terraza y decoración pop, desde los que saludar a las torres de la catedral a pocos metros de distancia.
Un pequeño pueblo dentro de Belgrado
Realizar una pequeña escapada al barrio de Zemun es de obligado cumplimiento. Este bucólico pueblo de casas bajas, que en otro tiempo fue una pequeña ciudad austrohúngara, mantiene hoy la esencia del pasado.
Perderse por las calles del barrio bohemio de Skadarlija es uno de esos recuerdos agradables que permanecen en la memoria viajera. Este particular Soho de Belgrado, es una mezcla entre Malasaña y París en el que es de parada obligada comer en uno de sus variados restaurantes de gastronomía típica serbia.
Es muy recomendable reservar algunas horas para visitar la zona que linda con el río Sava llamada Savamala, disfrutar de un paseo nocturno y cenar en uno de sus restaurantes con música en directo. O conocer el Silicon Valley de Belgrado, la calle Strahanjica Bana, llamada así por moda pasada del exceso de implantes de silicona que podían verse desfilar por sus aceras.