Sobre la fama y las mujeres que hay en mí
¡Pues para no gustarte Dita que bien agarradita la tienes! Creo que debes aclarar tu base de maquillaje, al lado de la de ella pareces mulato.
Estoy de acuerdo contigo en la imposible búsqueda de la objetividad absoluta. No hay que darle más vueltas, pero al mismo tiempo no hay que tomarse a la ligera el papel de jurado. Cuando ejercemos ese cometido momentáneo, a nosotros nos supone un pequeño tiempo de reflexión y decisión, pero para los que acuden al concurso es toda una vida de posibilidades pendiente de un hilo. Bueno, tampoco. Un premio no va a cambiar el curso vital, lo único que hace es ayudar un poco (si acaso) en la carrera del concursante. En cualquier caso, hay que ser respetuoso con el que se arriesga a presentarse, da igual que se trate de un show televisivo que de un reconocido festival de cine. Por cierto, me alegró mucho que le dierais el premio al mejor actor a Miguel Ángel Silvestre. Ya ves, yo ante él pierdo toda la objetividad, sabes que tengo debilidad por sus huesos y por lo que hay encima de ellos. Ahí te dejo una foto suya. El otro día le pregunté si se sentía agobiado por la repentina megafama y sus servidumbres. Me contestó que estaba encantado. Mira, eso me gustó. Me hartan un poco los actores, actrices, cantantes, etc. que enseguida se enfurruñan ante el éxito, pero que no paran de trabajar para conseguirlo.
Supongo que para las personas jóvenes que hoy empiezan sus carreras relacionadas con los medios de comunicación o el ámbito artístico, la relación con la fama es totalmente distinta a la que yo pude desarrollar en mis comienzos. ¿O quizá no? Antes la fama era un añadido al ejercicio de una profesión, un extra de dimensiones controlables. Claro que siempre han existido esos ídolos de masas (generalmente de masas de niñas frenéticas) para los que ese control probablemente no existe. Eso le puede pasar a Silvestre. Como le pasó a Miguel Bosé. O a los Pecos, recuerdo que en uno de sus conciertos murió una fan, creo que aplastada. El caso es que ya en aquel entonces había un prejuicio progre hacia la condición de hacerse famoso, parecía que degradaba en alguna medida la capacidad o la calidad del artista. Sí hijo, así pensaban los progres. Por eso no te debe extrañar que nuestro clan pegamoide y demás familia estuviéramos siempre en tierra de nadie. Claro, en nuestro mundo la fama era un concepto warholiano sin ningún tinte peyorativo. Si a eso añadimos la cultura popular que asimilábamos a través de la prensa del corazón, pues ya tienes el cóctel molotov a punto.
La prensa del corazón fue un puntal en mi educación como futura famosa. Asimilar la fama con naturalidad (con toda la naturalidad que permite una situación tan antinatural como la de ser un famosos observado por los demás) quita muchos dolores de cabeza. Crecí con la prensa rosa de los setenta y los ochenta, cuando apenas media docena de famosísimas comenzaban a vender sus exclusivas. En una entrevista se hablaba de todo y los hijos y maridos ni se escondían ni se exhibían. Entonces nadie blindaba sus casas ni cobraba por enseñarlas. El concepto vida privada estaba delimitado por unas convenciones marcadas por la educación y las buenas costumbres. Supongo que eso es lo que hemos perdido. La educación y las buenas costumbres.
A mí la fama y la proyección en los medios me ha servido para vivir mi personalidad esquizofrénica con plenitud, como artista un poco rara y no siempre admitida en la élite del éxito masivo, como actriz atípica, como presentadora de programa infantil difícil de clasificar, como personaje mediático. A veces soy una estudiante de Historia que escribe sus opiniones, otras una rock star que disfruta actuando de festival en festival. El medio me permite jugar a ser una sex symbol del destape, una scream queen de película de terror, una reina de la prensa rosa que posa en su casa. Creo que ahí está el secreto. Si juegas con ello, no te devora. Me divierte mostrar todas las mujeres que hay en mí. Y me encanta que tú y yo compartamos esta visión lúdica. Eres mucho más joven que yo pero no lo suficiente como para formar parte de esa juventud que ya no tiene conexión con esas décadas de las que estamos hablando, así que habrás notado el cambio en la prensa rosa y en el periodismo en general. ¿Crees que los jovenzuelos de ahora se enfrentan a la carrera de periodismo con las mismas expectativas que tú lo hiciste?
Tengo una buena noticia. El jueves, mientras hacíamos la sección de crónica rosa en la COPE, salieron a relucir aquellas columnas brillantes que escribía Federico en Diario 16, auténtica antropología del corazón y otras entrañas. Bajo el nombre de Revista de revistas repasaba la actualidad de la prensa especializada del momento. Parece que al jefe le ronda la cabeza recopilar aquellos artículos en un libro profusamente ilustrado por las impagables fotografías de la época. Como sé que compartes mi afición arqueológica de rata de hemeroteca, ahora mismo estarás deseando tenerlo ya en tus manos. Te dejo un apunte celosamente guardado entre mis tesoros. La crónica publicada el 15 de diciembre de 1985. ¡Qué ganas de más!
Estoy de acuerdo contigo en la imposible búsqueda de la objetividad absoluta. No hay que darle más vueltas, pero al mismo tiempo no hay que tomarse a la ligera el papel de jurado. Cuando ejercemos ese cometido momentáneo, a nosotros nos supone un pequeño tiempo de reflexión y decisión, pero para los que acuden al concurso es toda una vida de posibilidades pendiente de un hilo. Bueno, tampoco. Un premio no va a cambiar el curso vital, lo único que hace es ayudar un poco (si acaso) en la carrera del concursante. En cualquier caso, hay que ser respetuoso con el que se arriesga a presentarse, da igual que se trate de un show televisivo que de un reconocido festival de cine. Por cierto, me alegró mucho que le dierais el premio al mejor actor a Miguel Ángel Silvestre. Ya ves, yo ante él pierdo toda la objetividad, sabes que tengo debilidad por sus huesos y por lo que hay encima de ellos. Ahí te dejo una foto suya. El otro día le pregunté si se sentía agobiado por la repentina megafama y sus servidumbres. Me contestó que estaba encantado. Mira, eso me gustó. Me hartan un poco los actores, actrices, cantantes, etc. que enseguida se enfurruñan ante el éxito, pero que no paran de trabajar para conseguirlo.
Supongo que para las personas jóvenes que hoy empiezan sus carreras relacionadas con los medios de comunicación o el ámbito artístico, la relación con la fama es totalmente distinta a la que yo pude desarrollar en mis comienzos. ¿O quizá no? Antes la fama era un añadido al ejercicio de una profesión, un extra de dimensiones controlables. Claro que siempre han existido esos ídolos de masas (generalmente de masas de niñas frenéticas) para los que ese control probablemente no existe. Eso le puede pasar a Silvestre. Como le pasó a Miguel Bosé. O a los Pecos, recuerdo que en uno de sus conciertos murió una fan, creo que aplastada. El caso es que ya en aquel entonces había un prejuicio progre hacia la condición de hacerse famoso, parecía que degradaba en alguna medida la capacidad o la calidad del artista. Sí hijo, así pensaban los progres. Por eso no te debe extrañar que nuestro clan pegamoide y demás familia estuviéramos siempre en tierra de nadie. Claro, en nuestro mundo la fama era un concepto warholiano sin ningún tinte peyorativo. Si a eso añadimos la cultura popular que asimilábamos a través de la prensa del corazón, pues ya tienes el cóctel molotov a punto.
La prensa del corazón fue un puntal en mi educación como futura famosa. Asimilar la fama con naturalidad (con toda la naturalidad que permite una situación tan antinatural como la de ser un famosos observado por los demás) quita muchos dolores de cabeza. Crecí con la prensa rosa de los setenta y los ochenta, cuando apenas media docena de famosísimas comenzaban a vender sus exclusivas. En una entrevista se hablaba de todo y los hijos y maridos ni se escondían ni se exhibían. Entonces nadie blindaba sus casas ni cobraba por enseñarlas. El concepto vida privada estaba delimitado por unas convenciones marcadas por la educación y las buenas costumbres. Supongo que eso es lo que hemos perdido. La educación y las buenas costumbres.
A mí la fama y la proyección en los medios me ha servido para vivir mi personalidad esquizofrénica con plenitud, como artista un poco rara y no siempre admitida en la élite del éxito masivo, como actriz atípica, como presentadora de programa infantil difícil de clasificar, como personaje mediático. A veces soy una estudiante de Historia que escribe sus opiniones, otras una rock star que disfruta actuando de festival en festival. El medio me permite jugar a ser una sex symbol del destape, una scream queen de película de terror, una reina de la prensa rosa que posa en su casa. Creo que ahí está el secreto. Si juegas con ello, no te devora. Me divierte mostrar todas las mujeres que hay en mí. Y me encanta que tú y yo compartamos esta visión lúdica. Eres mucho más joven que yo pero no lo suficiente como para formar parte de esa juventud que ya no tiene conexión con esas décadas de las que estamos hablando, así que habrás notado el cambio en la prensa rosa y en el periodismo en general. ¿Crees que los jovenzuelos de ahora se enfrentan a la carrera de periodismo con las mismas expectativas que tú lo hiciste?
Tengo una buena noticia. El jueves, mientras hacíamos la sección de crónica rosa en la COPE, salieron a relucir aquellas columnas brillantes que escribía Federico en Diario 16, auténtica antropología del corazón y otras entrañas. Bajo el nombre de Revista de revistas repasaba la actualidad de la prensa especializada del momento. Parece que al jefe le ronda la cabeza recopilar aquellos artículos en un libro profusamente ilustrado por las impagables fotografías de la época. Como sé que compartes mi afición arqueológica de rata de hemeroteca, ahora mismo estarás deseando tenerlo ya en tus manos. Te dejo un apunte celosamente guardado entre mis tesoros. La crónica publicada el 15 de diciembre de 1985. ¡Qué ganas de más!