Nostalgia de Europa
Casi como continuación a tu última entrada en este blog, te dejo las fotos de nuestro paso por Viena. Al igual que en Berlín, alargamos un poco un viaje relámpago por motivos de trabajo para que rascar un par de días de ocio. En Berlín la excusa fue que tenías que entrevistar a una persona relacionada con la vida de Fabio MacNamara, y en Viena una performance y una sesión como discjockeys en una fiesta privada. Creo que hemos desconectado bastante bien, teniendo en cuenta que no era el mejor momento para cogernos días libres. Ahora sí que estás en la recta final de terminar la biografía de Fabio, además del resto de ocupaciones laborales, y te faltan horas. Pero en cuanto des este último empujón te vas a quedar muy relajado. O eso espero.
Las visitas tan seguidas a estas ciudades europeas tan imponentes y tan marcadas por los acontecimientos de la Historia me ha producido cierta nostalgia por el europeísmo perdido. Porque la gran Europa hace tiempo que es un cadáver, toda ella es un museo de objetos, costumbres y modos de vida a punto de desaparecer. Y una parte del mundo muy, muy pequeña. Como soy bipolar en lo que se refiere a mis orígenes continentales, cuando paso tiempo en América también me inundan sentimientos de americanismo letal. Esto de sentir pertenencia por tantos lugares es una esquizofrenia.
No es por desmerecer, ni por falsa modestia, pero que Nacho, tú y yo hayamos actuado en uno de los salones del palacio de Hofburg ya te dice cómo está la cosa de mal. El palacio de invierno de los Habsburgo, el que actualmente alberga el museo de una de sus habitantes ilustres, la Emperatriz Sissi, también es un local que se alquila para fiestas privadas. Donde antes bailó Sissí, hoy bailo yo. Si te fijas en la foto que hice al palacio, para entrar pasamos bajo la enorme terraza desde la que Hitler dio su discurso triunfal al comienzo de este fin de ciclo europeo que me va a tocar presenciar.
Imbuída en reflexiones históricas me escapé un rato al Museo de Ciencias Naturales para rendir culto a la Venus de Willendorf, probablemente la estatuilla prehistórica más reconocible por el profano y de paso visitar los restos de nuestros antepasados Neanderthales, que ya sabes que son mi pasión. Y encima en esos días apareció la última hora sobre los descubrimientos de Atapuerca, así que estoy de nuevo pasando una fase de excitación con la antropología de la evolución humana. Mi nostalgia de Europa no es nada comparada a la nostalgia que siendo ahora mismo por los días que pasaba en la facultad estudiando estas cosas.
Yo prefiero ir sola a los museos cuando la materia me interesa mucho. Soy más flexible si mi curiosidad no es tan intensa. Así que también lo pasé muy bien en nuestra excursión al palacio de verano de los Habsburgo, el Schon, un pequeño Versalles que me hizo recordar que de este linaje salió una hija del emperador para casarse con el rey de Francia. Ya sabemos todos dónde acabó la cabeza de la pobre María Antonieta. Yo no puedo evitar pensar estas cosas mientras tú envidias las lámparas y los espejos y te ríes con Nacho de la larguísima cabellera que lucía Sissí o de la cintura encorsetada de su marido José Fernando. Fue inevitable parar en la tienda de souvenirs y ya que no vendían el fastuoso mobiliario, nos hicimos con una miniatura kitsch, un juego de té grabado con el rostro de la emperatriz y con el escudo imperial. Tanto austrohúngaro por aquí y por allá nos hizo recordar mucho a Luis García Berlanga.
Viena estaba maravillosa engalanada para las fiestas, con mercadillos de Navidad en cada esquina, y claro, la Navidad tirolesa es una cosa mucho más acertada estéticamente que estas navidades latinas nuestras, por no hablar de esas latitudes donde la celebración te pilla con clima tropical, lo que más puedo odiar. Siento no haber tenido tiempo de pararme en los puestos callejeros a comer una salchicha vienesa o una taza de vino caliente.
Finalizamos el viaje con una cena en nuestra habitación con Nacho, Jean Claude, Susana y Lara, llena de confidencias y animación pero más corta de lo deseable, ya que al día siguiente había que madrugar para regresar. Como siempre, tú y Nacho encantados y con esa frase que os encanta repetir para hacerme rabiar : "Señora, como en casa de una no se está en ningún sitio". ¡Sois tan chauvinistas que me sacáis de quicio! Yo hubiera seguido camino por Europa, por ejemplo, hacia Baviera para visitar el castillo de Luis II. Pero la realidad se impuso y me encontré en la sala vip del aeropuerto despidiéndome de Viena con una botellita de licor de chocolate Mozart. Adiós Viena. Adiós Europa.