Como diga lo que diga le van a sacar la punta en su contra, da igual lo que diga Isabel Díaz Ayuso. Como si sale por su boca bífidus activos, chiripitifláutico o supercalifragilisticoespialidoso. A mí lo de los atascos y la ciudad viva me gustó. Cómo va a ser lo mismo caminar de noche por una Gran Vía llena de coches que con una vacía. Eso es perspectiva de género. Las calles muertas y sin coches para quien las quiera. Las calles peatonales son muy bonitas, pero a mí de noche que no me esperen. Los coches y las motos eléctricas no serán contaminantes, pero a mí me van a atropellar algún día con tanto silencio.
La última (quizás penúltima) de Ayuso, y un clásico, ha sido lo de que la llamen fascista, lo de la entrevista con Ana Rosa cuando esta le recordaba todo lo que la han llamado. “¡Fascista! Fascista es el mejor, porque cuando te llaman fascista sabes que lo estás haciendo bien. ¿A ti te lo han llamado alguna vez?". "Todos los días" (Ana Rosa). "Entonces nada, estás en el lado bueno, en el lado bueno de la historia". Y salen en tromba los antiayusos a decir que esta señora se enorgullece de, no sé, estar en el lado de Mussolini o de Hitler. Como no saben nada, no se les ha ocurrido que también estaría en el lado de Giménez Caballero. A mí eso me encantaría. Pero vamos a ver, ¿qué es eso de la historia? ¿De qué habla Ayuso? Yo no estoy en su cabeza (seguramente me tendría que tomar una Biodramina), ¿pero en qué sentido dice historia? ¿Por qué se da por buena una sola opción? Y, encima, si lo vemos transcrito tampoco podemos diferenciar una historia de otra. Dice la Fundeu: “Se escribe con mayúscula cuando forma parte de un nombre propio (como Real Academia de la Historia, Facultad de Historia, la asignatura de Historia). En el resto e los casos, con minúscula: “contó una larga historia”, “pasó a la historia”, “la historia de Roma”… Ayuso podía estar hablando del lado bueno del cuento. O de (con perdón) el relato. Como dice Javier Pérez Andújar, cuando éramos libres un relato era una manera pedante de decir cuento. En inglés quizá no habría ambigüedad (o dices story o dices history). Para Ayuso lo de fascista supongo que es estar en el lado brillante de la vida, como cantarían los Monty Phyton. Sobre todo, si miras quién está en el lado mustio. Y utilizo esta palabra por recordar el día en que Ayuso dijo en la Asamblea a Mónica García, portavoz de Más Madrid, que la curva de contagios en la comunidad era el reflejo de la curva de su boca: mustia. Más Madrid, ya saben, ha dicho a Iglesias que se vaya a escardar cebollinos. Va a estar Mónica García dejando que Ayuso la humille para luego echarla a un lado.
Podemos hablar de la ortodoxia del fascismo, como ese que Rosa Chacel recordaba en ‘A fondo’. Chacel se había casado en 1921 con el pintor Timoteo Pérez Rubio, que había obtenido una beca en la Academia de España en Roma. La marcha sobre Roma fue en octubre de 1922 y poco después llegaron allí: “Cuando llegamos [a Roma] estaban todavía las alambradas del ‘fachismo’, de la marcha sobre Roma”. En el jardín de la Academia escribió ‘Estación ida y vuelta’. Como pronuncia fachismo, lo dejo así. Pero hoy fascismo es una palabra gastada y llena de capas de polvo, como glamour. Si han llegado a llamar facha a Serrat ya me dirán el significado de la cosa. Cualquier cosa es fascismo, cualquier cosa es extrema derecha, pero la extrema izquierda es un gamusino, algo que no existe, que hay que fuck yourself.
Lo mismo tenemos que hacer un documento dirigido a la opinión pública como aquel de finales de los 70 cuando más de 1.300 mujeres declararon: “Yo he abortado voluntariamente”. Igual que años atrás lo hicieron las francesas (entre ellas, Simone de Beauvoir o Rommy Schneider), antes de que Simone Veil llevara a buen puerto la ley por indicación de Giscard y el apoyo de Chirac. Entre las españolas que firmaron, además de políticas, estaban Ana Belén, Lola Gaos, Nuria Espert, Amparo Muñoz, Mercedes Milá, Julia Navarro, Pilar Miró… “A mí también me han llamado fascista” tendría que ser la declaración de muchas. A ser posible, en camisetas. O “Yo también soy fascista”. Me dirán que eso es como un homosexual llamándose a sí mismo maricón. Pero no. Es que no hace falta ser fascista para que te lo llamen. Además, ser fascista debe de ser un coñazo, un trabajo extra. Porque habrá que hacer algo fascista. ¿Qué haces? Cosas fascistas. El antifascismo de los comunistas de ahora es una mamarrachada. Es, incluso, fascismo. A ver si sólo ellos van a poder dar a las cosas y a las personas el nombre que quieran. Espera, las camisetas también podrían ser un homenaje a Chimamanda Ngozi Adichie y su ‘We should all be feminist’. Todos deberíamos ser fascistas.