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Helga Liné: la diosa del cine de terror y del destape

"Era una mujer cosmopolita. Su cultura, unida a la mundología adquirida en el trabajo y viajes, le permitían sostener conversaciones nada frívolas".

"Era una mujer cosmopolita. Su cultura, unida a la mundología adquirida en el trabajo y viajes, le permitían sostener conversaciones nada frívolas".
Helga Liné | Alamy

De cuantas bellezas venimos mostrándoles semanalmente, la más longeva es Helga Liné, que a sus ochenta y ocho años puede aún presumir de su atractivo. Siempre se mantuvo joven y nunca representó la edad que en verdad tenía. Y además de exhibir su despampanante figura en el teatro y el cine, pudo también mostrar cuando le fue posible su buen quehacer interpretativo. Su filmografía es amplísima, que supera los cien títulos: bien entendido que sus apariciones alcanzaron pocas veces papeles de protagonista. Pero en la pantalla no pasaba en general inadvertida. Habitual en personajes enigmáticos, sensuales y sofisticados.

Nació en Berlín el 14 de julio de 1931, hija de padre polaco y madre rusa. La II Guerra Mundial fue motivo por el que la familia se estableciera en Portugal. Con cuatro años recibía ya clases de música y danza. Y a los ocho debutó en una compañía circense como contorsionista y bailarina. Su belleza ya era evidente en su adolescencia. Y así, con catorce años, se convirtió en modelo. Ganó un concurso que la catapultó a su entrada en el cine: una coproducción hispano-lusa, La mantilla de Beatriz. En el decenio de los 50 repartió sus trabajos cinematográficos entre estudios portugueses y españoles. En 1960 se separó de su esposo, que era español: de ahí que poseyera la doble nacionalidad, con quien tuvo dos hijos. Y decidió instalarse en Madrid, donde ya iba a transcurrir gran parte de su vida.

Se llama realmente Helga Lina Stern, y adoptó el nombre artístico modificando su primer apellido. Conocida ya como Helga Liné debutó en la compañía de revistas del teatro Albéniz como primera vedette. Siempre tuvo un cuerpo espectacular, con unas vistosas piernas que lucía atravesando las pasarelas de los teatros de toda España, al tiempo que alternaba esa faceta con sus películas. Cultivó géneros tan diversos como el de terror, spaghetti-western, peplum, comedias de enredo… En Italia rodó treinta y seis filmes, en muchos de los cuáles hubo de desnudarse. No nos dijo en qué título de ellos, pero sí que uno fue financiado… ¡por el Vaticano! De esa clase de cintas, eran Casi dulce, casi perversa, donde se pudo contemplar a Helga Liné con su rotunda e impactante madurez. Otras fueron El sexólogo, La lozana andaluza, El chulo (allí fue premiada por el entonces vigente Sindicato Nacional del Espectáculo)… Y en la lista de las de terror y thriller, El asesino de muñecas, Las garras de Lorelei, El espanto surge de la tumba, La saga de Drácula y muchas otras.

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La televisión le proporcionó mayor popularidad, sobre todo en la serie Verano azul; incorporaba el papel de madre de Javi (Juanjo Artero). Y en la gran pantalla, en otra clase de cometidos diferentes a los anteriormente evocados, merece la pena reseñar las dos películas que rodó a las órdenes de Pedro Almodóvar. En Laberinto de pasiones, de 1982, era una especie de remedo de la emperatriz Soraya, nombre de su personaje. Cinco años después el director manchego la reclamó de nuevo para La ley del deseo, apareciendo como madre de Antonio Banderas, rodaje que no le trae buenos recuerdos por la mala relación que tuvo con Almodóvar.

Helga Liné siempre nos pareció una mujer cosmopolita, de trato muy agradable. Su cultura, unida a la mundología adquirida en tantos años de trabajo y viajes por varios países, le permitían sostener conversaciones nada frívolas, aunque hubiera quien le endilgara esa última etiqueta por su apariencia sexy y sus desnudos. "Tengo que ganar dinero con mi trabajo y no siempre puedo elegirlos", nos decía.

A comienzos de los años 90 se fue a Buenos Aires contratada por Luis Aguilé para una comedia musical. Allí pudo reunirse con una hija. Y en la capital argentina ha seguido viviendo desde entonces, encantada con una nieta que le hace la vida más agradable. De vez en cuando retornaba a España para alguna película, la última de las cuáles fue Torrente 3 en 2005. Hace un año recibió en Sitges el premio Nosferatu durante el Festival de Cine Fantástico y de Terror, por su contribución a ese género. Y todavía, a su provecta edad pero simpática, vitalista y guapa, le decía a Concha Velasco en una entrevista a distancia desde el estudio de Cine de Barrio que si le llegara un papel, claro está de abuelita, no dudaría en aceptar el envite. A pesar de que ya nos dijera un día que desde sus lejanos tiempos, cuando trabajaba en el circo, le quedaron secuelas crónicas en la espalda, dolores que ha venido soportando desde entonces. Pero nunca la vimos encorvada, sino erguida. Como una diosa.

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