En el reciente Festival de Cine de Cannes, con un balance en cuanto a calidad bastante discreto, parece que entre los críticos sólo ha habido una opinión unánime respecto a la película que cerró, fuera de concurso, el certamen: "D´Après una histoire vraie", un thriller dirigido por Roman Polanski, y protagonizado por su esposa, la atractiva y gran actriz francesa Emmanuelle Seigner.
La vida de este magnífico -pero también controvertido- realizador cinematográfico viene ocupando desde hace más de medio siglo frecuentes apariciones en los medios de comunicación: por sus filmes, que no suelen pasar inadvertidos; sus conquistas amorosas y un pasado que lo ha mortificado hasta la extenuación. Hay que tener una gran fortaleza y equilibrio metal para superar las dos grandes desgracias que han marcado su existencia. Una, desde luego trágica, inesperada. La otra, cuanto menos, confusa o discutible, pero aún así muy dolorosa, que le ha perjudicado personal y profesionalmente.
Fue el 9 de agosto de 1969. Una banda de alucinados asesinos dirigidos por el fanático gurú Charles Manson, conocidos como "La Familia", que abanderaban una secta religiosa, penetró en la mansión de Roman Polanski en las inmediaciones de Los Ángeles. Él se encontraba ausente en Londres, pero no su bellísima esposa, la actriz Sharon Tate, embarazada de ocho meses y medio, quien tenía a un grupo de invitados. Los enloquecidos visitantes se lanzaron en tromba contra los asistentes a aquella fiesta, practicando una de las más sangrientas matanzas que se recuerdan en el siempre aparente mundo tranquilo y feliz de Hollywood. Cuando tres días más tarde Roman Polanski pudo al fin volar hasta la Meca del Cine, el trágico asesinato de su mujer, de quien estaba perdidamente enamorado, marcó para siempre su vida, por mucho que haya luchado hasta hoy para superar tan enorme desgracia. Hace unos años, en una entrevista que mantuve con él, me lo dejó patente: "Sharon continúa siendo mi gran amor, aun cuando yo me haya enamorado después de otras mujeres". Le insinué que debía estar muy cansado de que todos los periodistas nos interesábamos siempre por lo mismo: "Sí, así es y lo que me gustaría es decirle que hay cierta prensa que se ha enriquecido contando esa tragedia. Creo que dejarla en paz sería lo mejor".
Roman Polanski es un hombre de aspecto tranquilo, conversación pausada, cordial y bien educado, que no suele conceder muchas entrevistas, sobre todo si son ajenas a su trabajo. Tiene, ciertamente, fama donjuanesca. A España viene con cierta frecuencia, sobre todo en verano, a Ibiza, donde goza de buenas amistades. En Barcelona estuvo en los primeros años 60 con quien entonces era su novia, la actriz Bárbara Kwiatkowska, y en el hotel donde ella estaba alojada previamente a él no lo dejaron compartir la misma habitación, por aquella estúpida política franquista de no permitir a una pareja si ambos eran solteros. (En cambio, solapadamente, no les decían nada, si pedían una doble, dos homosexuales o dos lesbianas). Su unión con aquella Bárbara duró hasta 1962. Sucesivamente, mantuvo otras relaciones sentimentales, por lo común con actrices a sus órdenes. Y en 1968 se casó con Sharon Tate, a quien había elegido como protagonista de "El baile de los vampiros", una de sus más conocidas películas. Su desaparición, dejó a Román Polanski más que hundido durante una larga temporada.
Pasaron unos años y un día acudió a la residencia de su buen amigo, el actor Jack Nicholson. Había una fiesta. Corrían las bebidas. Y también las bandejas con polvo blanco. Roman Polanski se fijó en una rubia dulce, de aire ingenuo, que aun adolescente parecía mayor de edad. En medio de aquel ambiente cargado de alcohol y drogas el director se llevó a una habitación a dicha muchachita, llamada Samantha Geimer. Los detalles, quedarían para ambos. Pero la madre de la jovencita creyó ver en aquel suceso tal vez una oportunidad de oro para solventar su futuro. Y de acuerdo con Samantha denunciaron a Polanski con la grave acusación de haber violado a una menor, entonces con sólo trece años. Así se hizo saber en el Tribunal norteamericano en abril de 1977, aunque luego suavizaron el asunto culpando al director polaco de haber cometido "relaciones ilícitas con una menor". En esa época estaba terminando otra de sus grandes películas, "Chinatown", cuyo protagonista recordarán era el antes mentado Jack Nicholson. Concluido su trabajo, Roman Polanski, tras el implacable veredicto del jurado, debía ingresar en la cárcel. Pero se las compuso hábilmente para sortear a las autoridades judiciales y a los guardias, dirigiéndose presto al aeropuerto, vía Londres, desde donde se dirigió a París, su actual residencia. Aunque ha pasado algunas temporadas en Suiza, huyendo de la Hacienda gala. Hubo, al parecer, cierto intento de que pudiera volver sin problemas a los Estados Unidos, en donde lo señalaron "en busca y captura". Pero él, finalmente, no se ha atrevido aún a pisar suelo norteamericano.
Respecto a ese feo asunto de la supuesta violación, esa tarde en la que conversé con Roman Polanski en uno de los salones del madrileño hotel Villa Magna, con el mayor tacto, lo saqué a colación. Comprensivo y tolerante, me confesó esto: "Mire usted, la prensa americana se cebó conmigo aquella vez. Se dijeron muchas mentiras. Es realmente cierto que tuve relaciones con esa chica, pero no hubo violación. Me declaré culpable de esas relaciones. Todo lo demás es pura fantasía". Su huída de Hollywood qué duda cabe le ocasionó un trastorno en su futuro como director. Por muy considerado que estuviera en Europa, es en Hollywood donde está la mayor industria del cine y Román Polanski ya tenía entonces una filmografía considerable. Recuérdense títulos como "El cuchillo en el agua", "Repulsión", "Rosemary´s baby"… Pero todo aquel proceso judicial le hizo polvo, se sintió injustamente perseguido por los medios de comunicación, principalmente. Por eso, en esa tarde de mi entrevista, me confió: "Podría volver a los Estados Unidos, arreglaría algunos asuntos pendientes con la justicia, sin ningún serio problema ya. Pero no quiero pisar otra vez aquel país". Y no lo hizo a pesar de lograr un Oscar por "El pianista".
Padre de dos hijos, Morgane y Elvis, Roman Polanski ha encontrado en la elegante e inteligente actriz Emmanuelle Seigner la compañera ideal, en la intimidad y en el trabajo. En esa última película tan bien recibida en Cannes, "D´Après una histoire vraie", ella es una escritora que conoce a una admiradora muy interesada en su obra, relación que ocupa este filme basado en una novela de Delphine de Vigan. Fue la propia esposa del director quien se la dio a leer a éste. Y Polanski, dejó a un lado un viejo proyecto que lleva urdiendo desde hace tiempo, el drama de aquel sonado e histórico "caso Dreyfuss", para complacer a su querida mujer. En la rueda de prensa que tuvo lugar a finales de mayo, él confesó que tienen una relación muy profesional, pero que lo complicado era cuando ambos volvían del rodaje y ella no hacía nada más que preguntarle sobre el guión y su personaje, sin dejarle descansar después de una dura jornada. Un periodista italiano le preguntó si era más fácil vivir con una mujer o dirigirla en el cine. A lo que Polanski, tras insinuar que era una cuestión tonta, admitió: "¡Claro que es evidente ser más fácil trabajar que vivir con ellas!".