En Las dietas y la libertad, Emilia Landaluce dice que, como toda mujer, siempre ha preferido que la llamen puta a que le digan que ha engordado. Claro. Pero no sé qué pensarán las niñas. La revista alemana Bunte se preguntó si Harper, la hija de los Beckham estaba gorda. Tenía tres años y no era más que una niña con rodajas. La publicación aseguró entonces que lo que quería era abrir el debate sobre la obesidad infantil. Se ve que no llegó a cerrarlo. Ahora le ha tocado a Amalia de Holanda (la ha llamado "la princesa con sobrepeso"). Con 13 años. Estefanía de Mónaco tenía una hija gorda que ya no lo es. Tenía y tiene la cara ancha de las hermanas de Grace Kelly y hoy, entre otras cosas, es la más alta de su familia.
Para Cristina Pedroche se acuñó el hashtag #laballenadevallecas para reírse de ella por gorda (¡por gorda!). A la presentadora le faltó contestar con un "Llamadme Moby Dick". Risto Mejide entrevistó en Al rincón de pensar a Amaia Montero y le preguntó por qué estaba gorda. No sé si cuando Néstor Luján o Edgar Neville murieron se recordó en los periódicos lo gordos que estaban. Cuando murió Colleen McCullough, la autora de El pájaro espino y El primer hombre de Roma, un obituario en un periódico australiano la describía como falta de atributos y con sobrepeso. Una vez Liz Hurley dijo que se suicidaría si fuera tan gorda como Marilyn Monroe.
Amy Schumer se enfadó cuando la revista Glamour la metió en el saco de tallas grandes, de las plus size, donde también estaban Melissa McCarthy y Adele (Adele es la Falete inglesa. O Falete es la Adele española). Ni que decir que Amy hace alarde de gordura como provocación, aunque asegura estar entre la 40 y la 42. La cadena americana de tiendas Walmart vendía "disfraces para gordas" (fat girls costumes) con motivo de Halloween. Como si la tienda la dirigiera Marjorie Dawes, el personaje de Little Britain interpretado por Matt Lucas. El gigante de la distribución se disculpó. Por supuesto, iban a seguir vendiendo disfraces para gordas pero no los iban a llamar así. Hubo un momento en que Tania Llasera se vio en la obligación de explicar que estaba gorda porque había dejado de fumar. Me habría gustado más un "Porque desayuno torreznos" a lo Paquita Salas. Una televisión egipcia quitó de encima ocho presentadoras gordas. Las mandó a adelgazar, como Trump a Alicia Machado cuando la Miss Universo se le puso tocineta.
Mercedes Milá ha dicho a un científico en el nuevo programa de Risto Mejide que está gordo ("Que leas el libro y que adelgaces, porque estás gordo"). Vaya. No puede ser que esa sea la refutación de la refutación (el bioquímico José Miguel Mulet, que claro que había leído el libro, criticaba La enzima prodigiosa, que la no científica Milá defiende). Mulet contó ayer en esRadio que Mercedes Milá le pidió perdón después con un mensaje de teléfono. Pero estaría bueno que Milá no pudiera ser tan bocazas como todos los demás. Y llamar gordo a un hombre sin venir a cuento. Porque nadie llama gorda a una mujer enorme como la actriz de This is us, llaman gorda a cualquiera.
Los últimos meses no paran de darnos la tabarra con 1984 de Orwell. Una de mis partes favoritas es este diálogo, que nada tiene que ver con lo mollar de la novela:
-Es hermosa.
-Pero si tiene un metro de caderas.
-Es su estilo de belleza.
Pero lo dicho. Antes incluso hija de puta que gorda, dónde va a parar.