Infiltrado en su empresa y trabajando codo a codo con los empleados, Marco Rodríguez probó el sabor de su propio queso. El jefe de los quesos El Pastor, en Santa María de la Polvorosa, es consciente de que su empresa –pese a recoger todo tipo de premios por el sabor de sus productos– todavía puede mejorar bastante. Y aquí llega el programa de La Sexta, que entiende que la manera de disfrazar a un jefe es vestirlo de hipster cuarentón con camiseta de los Rolling. De modo que les presentamos a Luis Gómez, que demuestra que no hay nada que un flequillo no pueda conseguir: se trata del alter ego de Marco, dispuesto a sonsacar la verdad a unos empleados poco atentos.
Instalado en un hostal sobre un asador, por aquello de mantener las apariencias, Marco pasa cuatro días pululando por los distintos departamentos de su empresa. El primero de ellos percatándose del mal ambiente en la sección de empaquetado, donde Nati –una empleada competente pero demasiado directa– ha conseguido enfrentarse con todo un departamento donde destaca Teresa, una joven capacitada para tareas de laboratorio pero que parece confinada en una sección que no es la suya.
El día dos es el más sabroso de todos: es la hora de pasar el rato con Nino, un maestro quesero a punto de jubilarse y poseedor de la fórmula secreta de los quesos El Pastor. Por su edad, el reto de Marco es adaptar el trabajo para que Nino no haga esfuerzos físicos innecesarios. Que pasa la prueba de no revelar la fórmula del queso y proporciona el momento emotivo de la noche: tiene una hija con problemas de oído que han marcado el devenir de la familia. Nino saca un diez en su trabajo, pero debe formar a Mario, su sucesor que lleva ya dos años de aspirante. Y le cuesta delegar.
El tercer día tuvo lugar en la granja de Manuel, un joven granjero de 19 años que suministra leche a la factoría y que llega a toda pastilla a bordo del todoterreno. Jesús, su padre, cuenta la dramática historia de la empresa, arruinada por una enfermedad que obligó a cerrar las naves y sacrificar al ganado.
Cuarto día en higiene en la Sala Blanca de la mano de Conchi, una empleada tan reivindicativa como, al final, eficaz. Pero que comete la falta grave de probar el queso en el trabajo, todo un desafío a las normas alimentarias. La rebeldía de Conchi podría salirle cara, pero no sin antes obligar al jefe a corregir otra actitud: no publicitar los premios de la empresa a los empleados.
Llega el quinto día y llega la hora de enfrentarse con los empleados. A Conchi le cae el mayor rapapolvo, pero solo son apariencias: el jefe la recompensa también por las buenas y le proporciona un uniforme a medida. A Nati le reprende por sus formas, no por su trabajo. A Nino le abroncó por no formar a su aprendiz, pero le felicitó por su talento como quesero. No tuvo tanta suerte Manuel que se llevó el rapapolvo de la noche por su dejadez, aunque no sus padres que recibieron 5.000 euros para tapar las deudas de la empresa.
Al final, El Jefe Infiltrado reveló un carácter más conciliador del que anunciaba en un principio, mostrando buen rollo y afán de integración.