Pesadilla en la cocina siempre acaba sorprendiendo a los espectadores. En el programa de esta semana el famoso chef viajó hasta Utrecht, en los Países Bajos, para intentar que el restaurante ELE volviese a ser lo que era. La misión era complicada, sobre todo porque a quien debería interesarle, que es al dueño, realmente le importaba muy poco.
Como pasa en muchos capítulos del programa, el principal problema fue el dueño del local, Fermín, a quién solo le importaba el flamenco y las copas de ron con Coca-Cola, además de tener una personalidad bastante conflictiva.
Desde el principio, la relación entre Fermín y Chicote fue complicada. El dueño no se separaba ni un segundo de su guitarra y el chef intentó engullir una comida que, según él, era incomible, lo que hizo que su paciencia se agotase casi antes de que empezase el nuevo episodio.
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— Juan Gómez-Jurado (@JuanGomezJurado) 29 de septiembre de 2016
Los espectadores esperaban el momento en que Chicote estallase, sobre todo cuando Fermín, entre copa y copa, se puso con la guitarra a cantar durante el servicio de cenas, sin importarle lo más mínimo si molestaba o dificultaba el trabajo a los demás empleados. Viendo que era imposible que el dueño de ELE entrase en razón y dejase de molestar, principalmente porque iba "más ciego que un piojo", Chicote decidió solucionar el problema cortando por lo sano.
Después de algún aviso de que "la guitarra se iría a tomar por culo", el cocinero cumplió su palabra, agarró el instrumento y lo lanzó al río. Fermín, alucinando por la situación, se lanzó al agua a por ella. Ya con la guitarra, el hombre se fue a su casa, se duchó y se cambió, y volvió al restaurante con más ganas de mejorar las cosas.