Durante este mes de agosto, Fray Josepho y Monsieur de Sans-Foy se van a poner mitad pendencieros, mitad didácticos. La mitad pendenciera es que se van a insultar. Y la mitad didáctica es que lo van a hacer usando las mismas armas, es decir, la misma estrofa… pero enseñándonos antes algo sobre dicha estrofa.
Para empezar, el soneto. Dicen que el soneto (del italiano sonetto, que viene del latín sonus, ‘sonido’) nació, como la mafia, en Sicilia, en el siglo XIII. Pero pronto se extendió a otras zonas de Italia, sobre todo a la Toscana. Y se consolidó con poetas como Dante Alighieri (1265-1321) y, sobre todo, Francesco Petrarca (1304-1364).
En España el soneto entra bastante más tarde. Aquí, en el siglo XIV carecíamos del refinamiento lírico de Italia, la verdad. El primer poeta español en intentar escribir sonetos fue Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana (1398-1458). Y realmente le salieron bastante mal. El Marqués no captó la musicalidad, basada en la posición de los acentos, del endecasílabo italiano, verso entonces desconocido en España.
Hubo que esperar casi un siglo hasta que Garcilaso de la Vega y Juan Boscán volvieran a hacer el intento, esta vez exitosísimo, de adaptar el verso endecasílabo al castellano. Los sonetos de Garcilaso (más que los del barcelonés Boscán, estimable poeta, pero muy inferior al toledano) arraigaron con tal fuerza que desde entonces (principios del siglo XVI) prácticamente todos los grandes, incluso los pequeños, poetas españoles los han cultivado, hasta nuestros días.
El soneto nació como composición amorosa, pero también ha tenido otros usos. El soneto satírico tiene larga tradición. Y el soneto insultante y vejatorio, también. Pues eso. Que nuestros poetas se van a insultar. Pero como lo van a hacer durante todo el mes de agosto, los insultos serán temáticos. Hoy se llamarán sucios. En soneto, por supuesto.
Si tienen el estómago delicado, no sigan leyendo.
TU PALOMINO
por Fray Josepho
La mácula marrón del palomino
que arraiga en tus gayumbos, compañero,
posee la firmeza del acero
y la impresión vivaz de tu intestino.
Por más que te amenazo, te conmino,
te exhorto, te constriño y te requiero,
no llevas tus eslips al lavadero,
ni expulsas a su fétido inquilino.
Te rascas y murmuras que te escuece,
pero aun así, persistes en tus trece,
reñido con la muda y la bañera.
Ponerte lo de atrás para delante
no arregla el desatino lo bastante.
Tampoco lo de dentro para fuera.
CUERPO Y ALMA
por Monsieur de Sans-Foy
Si digo que eres puerco y asqueroso,
no pienso el hedor pestilencial
que emana de tu sarro interdental,
disuelto en el vapor aguardentoso.
Si digo que eres sucio y apestoso,
no pienso en ese aroma de emmental,
fusión de tu pelusa umbilical
con odres de sudor bituminoso.
Tu físico mugriento, lo tolero,
si bien me descoloca por entero:
no puedo comprenderte. (Yo me ducho)
Fijándome en tus versos, tan obscenos,
tu cuerpo repelente es lo de menos:
tu mente está podrida, ¡pero mucho!