Los aventureros, aquellos seres que viven sorteando el peligro en su profesión, a veces nos parecen inmortales. Félix Rodríguez de la Fuente no era, en puridad, alguien que jugara alegremente con la muerte, en ese desafío de aquellos héroes que nos conmueven viéndolos en la pantalla. Pero, aun siendo su profesión la de naturalista, no es menos cierto que algunos de sus trabajos rozaban un evidente riesgo. Y su desaparición, hace ahora treinta y seis años, ocurrió cuando sobrevolaba en una avioneta los cielos del Círculo Polar Ártico.
Eran las doce y media de la mañana, hora local, en un pueblo de esquimales, Shaktoolik, en Alaska. La expedición en la que viajaba "el amigo de los animales" se completaba con sus estrechos colaboradores, Roa y Huéscar. Iban a filmar la carrera de trineos con perros más importante de aquellas latitudes. El aparato, inesperadamente, cayó al vacío, estrellándose violentamente en el suelo. Sus cuatro ocupantes, incluido el piloto, perecieron en el acto. "¡Qué lugar más hermoso para morir!", había dicho el querido Félix minutos antes de que despegara la avioneta alquilada por el equipo de TVE, comentario, claro está, que se conocería por un testigo presencial de aquellos instantes previos al despegue.
Se daba la circunstancia de que Rodríguez de la Fuente tenía miedo a volar, pero hacía de tripas corazón cuando se veía obligado a hacerlo por razones profesionales. Grabó un álbum en 1974 para la casa de discos CBS (que conservo como un recuerdo suyo imperecedero), el primero de una serie que luego no continuó, dentro del "Sello aventura". Aquella grabación contenía un cálido monólogo del gran divulgador de la Naturaleza rememorando la emocionante expedición que realizó al Cerro Autana, el pico que, junto a otros, se alza ante el curso venezolano del río Orinoco. Con su apasionado verbo, Félix –en aquel primer y último disco que grabaría, si la memoria no me falla–evocaba tanto a los animales selváticos como a las tribus de indios libres.
De aquella rareza discográfica, recojo ahora algunas frases de su único protagonista: "Se me consideraba un médico odontólogo un poco loco… Dedico esta grabación a mis mejores amigos, los niños y los jóvenes". Curiosamente, como una predestinación, se refería también a "esos pájaros voladores", del siguiente modo: "Cuando voy en un avión doy rienda suelta a mis pensamientos. Mi imaginación me lleva, en pocos minutos, a hacer una síntesis de mis vivencias al volar. Sobre todo al tocar tierra. Al aterrizar acuden a mi mente las aventuras vividas, aunque sean modestas, pero en las que he puesto todo mi corazón". Acerca de las naves en que volaba, y en concreto a la cabina de un helicóptero –el aparato más usado por él en sus trabajos– la definía como "una especie de ojo gigantesco de libélula". El álbum en cuestión, concluía así con la voz personalísima, inolvidable de Félix: "… escucho el zarpazo del tren de aterrizaje en el cemento de siempre, en el de todos los viajes que después le traen a uno a casa".
Impresionantes estas palabras cuando desgraciadamente aquella avioneta segó su vida. El informe oficial, resumidos sus datos técnicos, señalaba sin dudas que el accidente se debió a fallos mecánicos. Sin embargo, en septiembre de 2015, en el programa de la cadena Cuatro Cuarto milenio, su presentador y director, Íker Jiménez mantenía la posibilidad de que aquel infortunado vuelo hubiera sido provocado por alguien interesado en que Félix Rodríguez de la Fuente desapareciera de este mundo. Teoría conspirativa sin pruebas de ninguna clase que desató infinidad de comentarios de la audiencia, incapaz en líneas generales de admitir esa siniestra posibilidad de alguna mano negra, o mafia desconocida.
Nadie ha podido, tras las investigaciones pertinentes que se hicieron, demostrar que la catástrofe se debiera a un plan para asesinar a Félix, y no a un imprevisible fallo mecánico del aparato. El programa, desde luego, tuvo un elevado share y en días siguientes fue objeto de atención en buen número de medios informativos. El programa citado recogía la opinión de Odile, tercera hija de Rodríguez de la Fuente, afirmando que "mi padre era incómodo para mucha gente".
Sería enterrado en su pueblo natal burgalés, Poza de la Sal, pero un año y tres meses después, en junio de 1981, por decisión de su viuda, Marcelle Parmentier, desenterraron sus restos para acabar sepultado en el cementerio de Burgos. La fama de Félix Rodríguez de la Fuente le vino a partir de 1973, cuando inició su extraordinario programa El hombre y la tierra, que mantuvo durante siete años, hasta su trágica muerte. Pero con anterioridad ya había demostrado sus enormes conocimientos sobre la Naturaleza en innumerables programas en Radio Nacional de España.
Escribió varios libros y fascículos coleccionables. En los últimos meses de su vida comenzaron a proyectarse unos documentales sobre el reino animal, realizados en forma de comics, con presentación en pantalla del propio Félix y luego, ya en off iba relatando diversos aspectos de la fauna. Lo hacía, como en todas sus intervenciones, con una incontenible pasión que transmitía incluso a quienes no estaban interesados en el asunto. Tal era su poder de convicción que era casi imposible no creer cuanto decía. Desde luego partiendo de una base científica. Recuerdo, como imagino muchos telespectadores (sus programas se repitieron en diversas temporadas) de qué modo nos presentaba a los lobos tenidos, pienso yo por la mayoría, como animales poco amigos del ser humano, en tanto que con Félix se nos aparecían beatíficos, refutando esa creencia general. Por supuesto no sintiéndose un ingenuo seguidor de San Francisco de Asís, sino apoyándose en todo momento en sus conocimientos. Pasarán más años y su figura, presiento, será recordada con cariño y admiración.